El prodigio comunicacional que significa Internet y este medio de comunicación con el mundo, que son los Blogs, me ha permitido contar la historia de ese teatro universitario llamado TUBA, como tal vez no esté contada la historia de ningún otro teatro de la Humanidad. Son 262 “entradas” (en realidad: capítulos), con cientos de fotografías, videos, música, fragmentos sonoros de representaciones, cuya autenticidad es imposible de negar, que testimonian la epopeya de juventud que significó que el TUBA existiera en los difíciles años de la sangrienta Argentina en la que le tocó nacer, vivir y también morir.
No sé si estaré ni si tendré ánimo para seguir escribiendo en este Blog para cuando se cumplan esos 30 años de su triste desaparición, que será en Junio de 2013. Por las dudas, quiero hacer aquí, a continuación, una especie de “racconto” de todo el devenir anacrónicamente historicista del Blog, insertando el texto de dos de sus primeros capítulos (o “entradas”), allá por Febrero de 2010.
Es un recurso cíclico, reiteradamente insistente, ante el ominoso silencio proveniente de quienes deberían sentirse obligados a dar una respuesta, frente al interrogante obsesivamente planteado a lo largo de este Blog: “POR QUÉ LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, QUE TUVO UN EJEMPLAR CENTRO DE DRAMA UNIVERSITARIO COMO LO FUE EL TUBA, CARECE DE UNA AGRUPACIÓN SIMILAR QUE LA COLOQUE A LA PAR DEL RESTO DE LAS UNIVERSIDADES DEL ORBE...?”.
SOBRE EL ENTUSIASMO POR LOS IDEALES (20/02/2010)
Emile Durkheim, filósofo del
positivismo y fundador de la escuela francesa de las ciencias
humanas, ha dicho: “A quien persigue ideales sublimes, que no son
cosa corriente en la sociedad, le hace falta mucho coraje para
aceptar la mediocridad, pero ese coraje es la única esperanza de
salvarse de una soledad inmunda”.
Exactamente eso se dio con pasmosa plenitud en los años del TUBA. Unos lo habrán aprovechado más que otros, pero todos los que llegaron a inscribirse sin saber bien de qué se trataba, tuvieron la oportunidad de ser atraídos e interesados por los secretos del arte teatral, teniendo a la vez que aceptar la mediocridad del medio en el que les tocaba estar: una dirección de cultura adocenada, inerte y para colmo hostil. Sin embargo, pudimos superarlo porque hicimos un culto del idealismo y aquí me vienen a la memoria las palabras de José Ingenieros que tantas veces he repetido en mis encuentros con las nuevas camadas de jóvenes que llegaban cada año al TUBA: “Los entusiastas cortan las amarras de la realidad y hacen converger su mente hacia un ideal; la juventud termina cuando se apaga el entusiasmo”.
Exactamente eso se dio con pasmosa plenitud en los años del TUBA. Unos lo habrán aprovechado más que otros, pero todos los que llegaron a inscribirse sin saber bien de qué se trataba, tuvieron la oportunidad de ser atraídos e interesados por los secretos del arte teatral, teniendo a la vez que aceptar la mediocridad del medio en el que les tocaba estar: una dirección de cultura adocenada, inerte y para colmo hostil. Sin embargo, pudimos superarlo porque hicimos un culto del idealismo y aquí me vienen a la memoria las palabras de José Ingenieros que tantas veces he repetido en mis encuentros con las nuevas camadas de jóvenes que llegaban cada año al TUBA: “Los entusiastas cortan las amarras de la realidad y hacen converger su mente hacia un ideal; la juventud termina cuando se apaga el entusiasmo”.
El
historiador Frank M. Whiting, de la Universidad de
Minnesota, se pregunta “Para qué el teatro…?” al
comienzo de su tratado sobre “El drama y los dramaturgos”,
publicado por vez primera en 1954 y revisado varias veces en
años sucesivos. En procura de una respuesta, Whiting
reflexiona: “Si el teatro fuera un simple entretenimiento,
sería difícil contestar la pregunta, pero convengamos que
el teatro es bastante más que una diversión. En sus
períodos de grandeza, sus escritores, sus actores, sus
directores y diseñadores han buscado el significado de la
existencia con la misma pasión y sinceridad que ha
caracterizado el trabajo de los hombres de ciencia, de los
filósofos y de los teólogos, porque en esencia, el arte
del teatro descansa en los cimientos comunes a todo el
conocimiento humano: en la capacidad de explorar, de desear
saber y de reflexionar”.
La
opinión de Whiting sobre la razón de ser del hecho
escénico siempre me suscitó inquietud, en principio por
ser la de un tratadista con formación académica y en
definitiva, por haberme conducido sin titubeos a mi destino
final como hombre de teatro, que fue el de hallar en los
claustros universitarios el espacio más adecuado para el
desarrollo y concreción de mi menor o mayor talento
dramático, aun en medio de hostilidades de índole
absolutamente irracional.
El teatro
ha ejercido influencia en la civilización humana durante
2.500 años.
El
alcance sorprendente de la palabra teatro se puede observar
también si se analiza la diversidad de intereses que
impulsan a los estudiantes universitarios a inscribirse en
los centros de drama que surgieron con los albores del
Humanismo.
La
función formativa de los centros de drama universitarios,
tanto para los teatristas aficionados como para el público,
sobrepasa con creces en el mundo entero (con la curiosa
excepción de nuestro pais) a la que posibilitan los elencos
profesionales, incluidos los de la esfera no comercial. Es
una cuestión de recursos y hasta una necesidad de
subsistencia. Porque los teatros que dependen del aporte del
público que paga las entradas y aun los que el Estado
subsidia, forzosamente se hallan condicionados al factor
éxito.
En cambio
los centros de drama universitarios, desentendidos del
“marcketing”, gozan de la misma libertad y osadía de
comportamiento que tuvieron aquellos cómicos ambulantes,
que acampaban en las caballerizas o a la intemperie, cuyo
arte desfachatado no conocía la prudencia y cuyos ropajes
hechos harapos olían a tocino recalentado y estiércol.
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