Había estado haciendo mucho frio. El
público de Buenos Aires, que siempre colmaba nuestra sala de
Corrientes 2038 (el viejo barracón donde hoy, remodelado, está el
Centro Cultural Rector Ricardo Rojas de la UBA), no llegaba a ocupar
las últimas filas de butacas. Dos días antes, el viernes 3 de
junio, yo había presentado mi definitiva renuncia en la mesa de
entradas del Rectorado.
El motivo...? Un mes atrás había
muerto mi madre, mi única familia por entonces. El día de su
inhumación en Chacarita, había concurrido a dictar la clase del
Curso Regular de Drama.
Teníamos pendiente una invitación
para realizar una breve temporada de quince días en el Teatro
Auditorium de Mar del Plata, en donde habíamos estado el año
anterior, un sábado de octubre, ofreciendo dos espectáculos en una
velada interminable pero gloriosa: “El día que mataron a Batman”,
de Daniel Hadis (estudiante de derecho e integrante del TUBA) y
“Stéfano”, el grotesco de Armando Discépolo que representamos
dos años seguidos, en 1981 y 1982.
En Mar del Plata íbamos a estrenar un
texto del teatro nacional que hoy, fines de 2012, no se ha estrenado todavía:
“El gajo de enebro”, de Eduardo Mallea y otro texto francés,
tampoco conocido aun en nuestro país: “Fantasio”, de Alfred de
Musset.
Ese viernes 3 de junio, pasado el
mediodía, me había llegado la última respuesta del entonces
Director de Cultura, Dr. Jorge Luis García Venturini: “Arréglense
como puedan; pasajes y viáticos para el Teatro no hay, porque
ustedes no son personal rentado de la Universidad”.
“Arréglense como puedan”, esa era
la respuesta de la Universidad de Buenos Aires para los integrantes
del elenco de teatro que llevaba su nombre y su emblema desde hacía
nueve años.
Qué otra cosa se podía esperar de una
Universidad que nos había dejado al abandono siempre; que nos había
hostigado, perseguido, censurado y hasta amenazado...?
Ese domingo 5 de junio de 1983 fue la
última función del TUBA en Corrientes 2038. Hubo algunas más hasta
septiembre, en el auditorio de la Facultad de Derecho y en un sótano
de Filosofía y Letras, que se hicieron prácticamente a escondidas.
Sacando fuerzas de un derrumbe interior
en el que se mezclaban muchas cosas: la muerte de mi madre; el curso
que iba a quedar interrumpido; los planes que teníamos elaborados
para muchos años por venir; las más de 1.100 funciones realizadas
en tantos lugares, desde el Cervantes hasta los almacenes de ramos
generales en pleno campo... me dirigí al público e improvisé las
palabras de despedida que voy a insertar a continuación.
En el mismo tramo de audio, va a estar
el final de esa función última de un teatro universitario de
repertorio que a partir de entonces iba a desaparecer para siempre,
sepultada su memoria en el más cruel e injusto de los olvidos: es la
voz enronquecida por la bronca de un íntérprete del TUBA, gritando
a voz en cuello ese clamor del hombre humilde ultrajado por el
mercantilismo, en “El poeta”, de Enrique Wernicke.
Con ese desgarrado: "Tratando de vivir... Viendo vivir..." y el descomunal aplauso que le siguió, se cerraba para siempre (hasta hoy) la historia del TUBA (1974 - 1983).
Queda algo por agregar sobre lo que
fue, lo que quiso ser y lo que se le impidió ser al TEATRO DE LA
UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (el TUBA)...?
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