martes, 3 de junio de 2014

EL ULTIMO LEGADO, UNA MANERA DE SEGUIR ESTANDO JUNTO A AQUELLOS OTRORA JOVENES DEL TUBA

Siempre fui coleccionista de música grabada, desde los 18 años, con mi primer sueldo de empleado público, cuando compré mi primer disco “long play” en la afamada Casa Piscitelli de Buenos Aires, con dos poemas sinfónicos de Richard Strauss dirigidos por Arturo Toscanini.
De esos obsoletos “long play” llegué a tener más de 5.000, que un buen día doné a distintas instituciones. Más adelante coleccioné videos, discos compactos, DVDs. y a partir de su rutilante aparición en el mercado internacional, el asombroso BLU-RAY.
La foto ilustra una de las paredes del living de mi casa en Mar del Plata, donde había acumulado hasta no hace mucho un caudal enorme de óperas, ballets y conciertos, todo en ediciones originales, adquiridas a un costo que siempre superó mis posibilidades, aunque jamás quedé en deuda con nadie.
Dije en el párrafo anterior “había”, porque hoy esos cientos, miles de testimonios visuales y sonoros de los más grandes artistas de todos los tiempos, ya no están.
He donado todo a la Facultad de Artes y Ciencias Musicales de la Pontificia Universidad Católica Argentina, para que sirva de apoyo a las disciplinas académicas de los actuales y futuros jóvenes estudiantes de música de mi país.
He recibido por estos días una valiosa carta de parte de las autoridades de esa Institución.
¿Por qué digo “valiosa”…?
Porque a mis 74 años, siento que esa carta es el testimonio tangible de mi devoción por los jóvenes y una manera tal vez caprichosa (pero valedera para mí) de seguir estando cerca de la juventud estudiantil, como cuando –cuarenta años atrás-, me acerqué a la Universidad de Buenos Aires, para proponer esa suerte de “descabellada locura”, que fue la erección del único hasta hoy, Teatro Universitario de Repertorio de la UBA, el que logró existir –pese a todas las trabas habidas y por haber-, durante nueve gloriosos años, en el contexto de una Argentina sumida en el terror más pavoroso, pero que en estos definitivos tiempos de Democracia nadie se ha interesado por continuar, traer al presente y superar.
He aquí la copia textual de mi carta de gratitud a la Universidad Católica, por su “valiosa carta” documentando mi donación:

Dra. Diana Fernández Calvo
Tengo en mis manos la carta que Ud. tuviera la deferencia de enviarme, cuyo contenido me fuera adelantado vía correo electrónico.
Si pudiera encontrar las palabras que tradujesen su significado para mí…
Soy de los que todavía valoran la importancia del papel escrito, aunque los medios de comunicación modernos intenten suplirlo.
Esta carta, -este papel-, me significa muchas cosas, a mis 74 años.
Me significa, al conservarlo en la misma caja rústica en la que guardo recuerdos de aquel Teatro de la Universidad de Buenos Aires, que fundé hace 40 años, que mi dedicación a los jóvenes de todas las disciplinas científicas y humanísticas que pasaron por sus talleres artísticos y artesanales, no se interrumpió, cuando nueve años más tarde, en junio de 1983, ese hermoso Centro Dramático debió cerrar sus puertas.
Nunca milité en ninguna corriente política, pero las universidades, por desgracia, suelen estar sometidas a vaivenes ideológicos contrapuestos y el Teatro de la Universidad de Buenos Aires, en cuyo repertorio se habían dado cita los clásicos y los modernos y a cuyas 1.163 representaciones con acceso libre y gratuito habían asistido unos 48.000 espectadores por temporada, feneció víctima de esos irracionales vaivenes.
En este año 2014 se cumplen, en agosto, los 40 años de la mañana en que yo formulase ante las autoridades de la UBA, mi propuesta de crear un Centro de Drama Universitario, como los que existen en la mayoría de las Casas de Altos Estudios del mundo entero.
Cuarenta años más tarde y sin que, pese a denodados intentos, se haya podido volver a erigir un Teatro Universitario en la UBA, yo he podido cumplir una secreta, íntima promesa, de volver a reunirme con los jóvenes estudiantes.
Ya no es en el marco fatigoso del drama representado (¡cuesta tanto armar decorados, coser trajes, ensayar obras completas, llevarlas en gira por distintos lugares…!), sino con el mero hecho de haber podido transferir (no uso el término “donar”) una determinada acumulación de óperas, ballets y conciertos, para que sirvan de apoyo a las clases teóricas en una facultad de música.
Y con este mero papel –esta hermosa carta- en mis manos o sabiéndola guardada junto a los recuerdos de aquel Teatro de la UBA, yo voy a poder sentir que sigo estando allí: junto a los jóvenes, que son y serán siempre la esperanza de un porvenir más justo y luminoso.
¡Aunque hagan lío, como les pide Francisco…!
Gracias, Dra. Diana y un muy cariñoso “Hasta siempre”.

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