lunes, 15 de diciembre de 2014

LO QUE ALEJANDRA BOERO DECÍA EN EL FINAL DE "SOPA DE POLLO"

Alejandra Boero decía una frase, en el final de “Sopa de pollo”, de Arnold Wesker, que era más o menos así: “Si el electricista que viene a cambiar los tapones hace saltar toda la instalación, no por eso voy a renunciar a la electricidad”. Traigo a colación este recuerdo, para tratar de entender por que razón la Universidad de Buenos Aires, en estos treinta y un años que han transcurrido desde el cierre del TUBA (junio de 1983), ha negado toda posibilidad de una restitución a la vida activa de aquel Centro de Drama que tanto investigó y concretó –como fruto de tales investigaciones-, en el terreno del quehacer escénico de todas las épocas, estilos y corrientes estéticas y filosóficas del drama representado. Por un lado, quiero dejar de cuestionar el libro de Mariano Ugarte sobre la historia del TUBA, que acaba de ser presentado hace pocos días en Buenos Aires y al cual ya me he referido en extenso en capítulos precedentes de este Blog. Mariano Ugarte se formó ideológicamente, como toda su generación, en la hoy fortalecida e inabolible Democracia en nuestra República Argentina. Como periodista militante, debo admitir que su enfoque de la historia del TUBA debía –necesariamente-, centrarse en las circunstancias sociopolíticas del período en el que ese Teatro de la Universidad existió: 1974 a 1983, años siniestros en los que desde el Estado se persiguió, secuestró y asesinó a decenas de miles de jóvenes, por el mero “delito” de pensar distinto. Lo que sí necesito seguir cuestionando es esa decisión de la Universidad de Buenos Aires de abolir un organismo cultural que llevaba construída una historia de nueve años, con mucho esfuerzo y dedicación infatigable, a través del cual la UBA se ubicó a la par de las Casas de altos estudios del resto del mundo, que arrastran tradición de siglos en material de centros de investigación dramática. La labor cumplida por el TUBA no puede ser negada bajo ningún concepto. Tampoco es admisible que una fuente del saber como lo es la Universidad de Buenos Aires considere “anacrónica” o “prescindible” esa labor, como para que se llegue a afirmar que “lo que se empezó a hacer a partir de la creación del Centro Cultural Rojas –en el mismo edificio donde había estado el TUBA-, es “mejor”, “más moderno” o “más revolucionario”. El TUBA dió a conocer por vez primera en castellano en la Argentina la tragedia “FEDRA”, de Jean Racine y encima en una traducción realizada dentro de sus propios talleres. El TUBA estrenó obras de muchos autores que jamás se habían exhibido en ningún proscenio de Buenos Aires, ni profesional ni vocacional. Respecto de los autores cito solo los que en este instante me vienen a la memoria: Alexander Pushkin (“Mozart y Salieri”); Junji Kinoshita (“La grulla crepuscular”); Oscar Wilde (“Una tragedia florentina”); Terencio (“La suegra”); Menandro (“El díscolo”); Henri Mürger (“Escenas de la vida bohemia”); Gabor Vaszary (“Los gorriones”); Georg Büchner (“Leonce y Lena”)… En cuanto a otros autores, más frecuentados sobre todo por los teatros oficiales, como Ramón del Valle-Inclán, Henrik Ibsen, Luiggi Pirandello, Esquilo, Sófocles, Calderón de la Barca, Anton Chéjov, Lope de Rueda, Moliere o Shakespeare, el TUBA aportó títulos que también fueron “novedad absoluta” para el público argentino. En el caso de Chéjov fue la escenificación (hecha también en los talleres internos del TUBA), de varios de sus cuentos, como “La novela del contrabajo”, “Una corista”, “El malhechor” o “Un caracter enigmático” y respecto de los demás que he mencionado, merecen recordarse los “hallazgos” de “El atolondrado o Los contratiempos”, primer obra firmada por Moliere con ese seudónimo; “La marquesa Rosalinda”, de Valle-Inclán; “La noche de San Juan”, de Ibsen o “Las coéforas”, de Esquilo. Y habría mucho más para avalar la aseveración de que el TUBA fue un centro de investigación dramática a la altura de la prestigiosa Casa de altos estudios que le dió su nombre: el de TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES. Me refiero a todo lo que se hizo en material de reconstrucción de los orígenes del teatro rioplatense: las obras de Nemesio Trejo, Ezequiel Soria, Roberto Cayol, Francisco Defilippis Novoa, Carlos Mauricio Pacheco, Alberto Novión, José González Castillo, Florencio Sánchez, Alberto Vaccarezza, Armando Discépolo… más los “descubrimientos” de nombres y obras contemporáneos en ese momento, como Alberto Wainer y su “Correte un poco”, que en dos diferentes temporadas logró enorme repercusión en la juventud; Martha Lehmann, con “La ofensiva”, que debió mantenerse en cartel todo un año y “El velo”; Enrique Wernicke, con sus “aparatos” (como definía a sus ácidos sainetes): “El grabador”, “El tirabuzón”, “La cama”, “El poeta”; Juan Carlos Ghiano y sus “ceremonias de la soledad y el miedo”: “Los testigos”, “Los extraviados” y “Pañuelo de llorar”; Leopoldo Marechal y su vigente “Antígona Vélez” y también –cómo pasarlo por alto…!-, Hugo Daniel Hadis, estudiante de derecho e integrante del TUBA que en 1982 promovió verdaderos desbordes de euforia y entusiasmo con su “El día que mataron a Batman”, que inauguraba la posibilidad de una dramática emergente del propio seno del TUBA, a la que habría de seguir en la temporada de 1983, que quedó inconclusa, “El descenso a la verdad o Los Augustos”, de otro integrante del TUBA y profesor de Letras: Gustavo Manzanal. Hablando de profesores de Letras: Me gustaría que este capítulo llegase al conocimiento del cuerpo de profesores de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y que una vez leído por todos ellos, pudiese yo (a mis casi 75 años) tener una reunion informal, café mediante, en la que me limitaría a hacerles una sola pregunta: “¿CONSIDERAN USTEDES, SEÑORES PROFESORES, QUE AQUEL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD QUE EXISTIÓ ENTRE 1974 Y 1983… NO MERECIÓ SEGUIR EXISTIENDO A LO LARGO DE ESTOS TREINTA Y UN AÑOS QUE HAN TRANSCURRIDO DESDE QUE LOS QUE LO SOSTENÍAMOS NOS VIMOS PRECISADOS A CERRARLO, POR ACUMULACIÓN DE HOSTIGAMIENTOS Y DETRACCIONES…?”. No se trata de seguir cuestionando o relativizando lo que se hace en el Centro Cultural Rojas en material de teatro… Tampoco quiero volver a la carga contra el libro de Mariano Ugarte, por el hecho de haberse abocado a analizar lo que fue el contexto sociopolítico dentro del cual –sin tener nada que ver, por cierto-, al TUBA le tocó existir. Se trata de que alguien, con saber y fundamentos como para aseverarlo, me diga lo que un Director de Cultura, ya fallecido, me dijo hace unos cuantos años, cuando le fui a pedir que se reabriera el TUBA: “ESO QUE USTEDES HACÍAN A NOSOTROS, AHORA, NO NOS INTERESA”. O lo contrario: “ESO QUE USTEDES HACÍAN, NUNCA DEBIÓ HABER DEJADO DE INTERESARLE A LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES”. Vuelvo al final de “Sopa de pollo”, de Wesker y al parlamento que recitaba con maestría Alejandra Boero: “Si el electricista que viene a cambiar los tapones hace saltar la instalación… no por eso voy a renunciar a la electricidad”. El TUBA fue la corriente eléctrica que iluminó en el terreno del drama representado, los nueve años que a duras penas logró existir, en una época de oscuridad absoluta en la República Argentina. ¿Valió la pena renunciar a esa fuente de luz, por la tontería de confundir CONTEMPORANEIDAD con COMPLICIDAD…? El video que cierra este capítulo –y que seguramente ha de estar en capítulos precedentes de este Blog-, muestra las imágenes de la mayoría de las producciones que el TUBA concretó a lo largo de las 1.163 representaciones de su historia y que el paso del tiempo no ha logrado vencer, porque son imágenes de un estilo universalista de teatro de repertorio que no pasa de moda, porque siempre tendrá algo que decirle y enseñarle a la Humanidad.

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