domingo, 6 de julio de 2014

LLEGAR, 40 AÑOS DESPUES, CON LAS MISMAS CONVICCIONES INTACTAS

Hace unos días, dos amigos de mi ciudad de adopción –Mar del Plata-, que me guiaron a comienzos de 2010 en la tarea de abrir este Blog, donde depositar en fragmentos no cronológicos la historia del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (1974 – 1983), me tomaron esta foto con mi gato Patricio, muy anciano él con sus quince años de vida y muy anciano yo, con mis 74, próximos a cumplirse en los primeros días de agosto.
Sin la menor intención de buscar el contraste, a la izquierda de la foto aparece, colgada en la pared, la que me fue tomada en 1957, a mis 17 años, por el luego importante fotógrafo del cine argentino y europeo Ricardo Aronovich, para el frente de unas carpas municipales donde yo estaba empezando a ser actor, en un legendario elenco independiente de Buenos Aires, llamado “Los pies descalzos”.
Hay una clave entre ese perfil de un adolescente taciturno, en la foto de Aronovich y en el rostro de frente, 57 años más tarde, que retrataron ahora mis amigos. Una clave que, tal vez, yo sólo conozca pero que necesito revelar, para que se sepa que todo lo hecho tuvo un objetivo claro desde el comienzo.
Dos años después de la foto de Aronovich, yo ponía en escena mi primer espectáculo en funciones de director: “La casa sobre el agua”, de Ugo Betti, con una enorme crítica favorable, a toda página, junto a la nota necrológica del gran Gerard Philipe, en el prestigioso (aunque ultra-derechista) diario La Nación.
En los siguientes catorce años llegué a poner en escena unas 22 obras, de autores clásicos y modernos; actué en otras tantas a las órdenes de directores-maestros de aquellos ilustres años de la década del sesenta (la década que contó), y participé de todas las faenas propias de los teatros de repertorio, desde barrer la sala, colgarme a los andamios para instalar puentes de luces, armar escenografías o repartir volantes por las calles.
Fueron fundamentales para ese aprendizaje de todas las disciplinas del ambiente escénico y el desdén por la fatua búsqueda del “éxito comercial”, mis seis años en Nuevo Teatro, la compañía creada por Alejandra Boero y Pedro Asquini, en la que militaban el sin par Héctor Alterio, Lucrecia Capello, Enrique Pinti, Rubens Correa y unos cien heroicos jóvenes más, para lograr el sueño de Romain Rolland: “Que el teatro sea pueblo y no reducto de oligarquías”.
Ya en esos años vertiginosos, febriles y apasionados, de la década del sesenta, yo tenía claro un objetivo, que recién a mediados de 1974 (hacen exactos 40 años), logré cumplir: llevar el teatro al seno de las universidades, para que los jóvenes estudiantes del derecho, la medicina, la economía, las letras o la agronomía y la veterinaria, aprendiesen, desde el oficio teatral, a ser profesionales menos apegados al rédito económico cuando se doctorasen y además, fundamentalmente además, conseguir que los espectadores de todas las clases sociales sin distinción pudiesen ingresar GRATUITAMENTE a un teatro dentro de la Universidad, para enriquecerse con el disfrute de textos dramáticos que ningún teatro comercial, de los que manejan burócratas empresarios, -ni cobrando una entrada carísima-, se molestaría en ofrecerles.
La clave entre las dos fotos, la de los 17 años que tomó Ricardo Aronovich y esta de los 74, que tomaron mis amigos de Mar del Plata, es que el OBJETIVO no se modificó nunca, porque las CONVICCIONES tampoco dejaron de ser una doctrina de vida, férreamente inmodificable hasta la llegada de la hora final.
Una vez más, en este año de sus cuarenta de haber sido creado, los invito a recorrer este Blog,  como les guste, tomando en el índice de la izquierda, un año, un mes, un capítulo al azar.
Estoy seguro que la historia fragmentada de aquel TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (que el público prefería llamar “el TUBA”) no los va a aburrir ni a resultar superflua en nuestros días, porque desgraciadamente no volvió a haber un TEATRO DE REPERTORIO hecho por jóvenes en la Universidad de Buenos Aires… y porque la voluntad de servicio y el apasionado fervor que pusieron aquellos 1600 jóvenes estudiantes y hasta graduados, que participaron durante nueve años seguidos de sus talleres artísticos y escenotécnicos merece ser revisada, comprobada y -¿por qué no-, homenajeada.
Fue producto de severas CONVICCIONES, que en mi caso –y lo hago cómplice a mi gato Patricio-, permanecen intactas, a pesar del tiempo transcurrido.

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