lunes, 8 de diciembre de 2014
“DÉJALO IR…” O “DÉJENLO SER” AL TUBA…?
A propósito de la presentación de su libro sobre la historia del TUBA y de mi ausencia en el acto de tal presentación, Mariano Ugarte me escribió hace unos días: “Ariel: en algún punto considero que al TUBA no lo querés dejar ir”.
Es evidente que hace mucho que lo dejé ir, no solo al TUBA sino a todo otro proyecto de teatro en mi vida. Mi último “acto teatral” fue en octubre de 1989, con una charla sobre los orígenes del mito clásico del que surgió el hecho teatral, en el Teatro Nacional Cervantes.
Lo que –con seguridad-, no quiero dejar ni dejaré ir nunca es la convicción respecto de lo que significó el TUBA en su tiempo y lo que significaría que algo parecido al TUBA hubiese surgido en los 31 años que van desde su desaparición y existiera en la actualidad.
Estamos atravesando la última etapa del año 2014. Por esta misma época, hace cuarenta años, se estaba gestando y llevando a cabo la propuesta de crear un Teatro Universitario de Repertorio en la Universidad de Buenos Aires. Todo eran confusos balbuceos. Yo llevaba muchos años haciendo “vida de teatro”. Había montado para entonces una veintena de obras de autores trascendentes: Michel de Ghelderode, Thierry Maulnier, Césare Pavese, Jean Anouilh, Christopher Fry, Victor Hugo, Oscar Wilde, Georges Schehadé, Giovanni Testori, etc.); había formado grupos y hasta construído teatros (como cuando entre 1965-1967 construímos el Apolo, los más de cien jóvenes que formábamos las huestes de Nuevo Teatro, a las órdenes del heroico Pedro Asquini y la heroica Alejandra Boero). Sin embargo no tenia la menor idea de cómo se ponía en marcha un Teatro Universitario de Repertorio dentro de los fríos claustros de una Universidad del Estado. Iban llegando decenas de jóvenes alumnos de todas las carreras. Cuando se enteraban que no era un curso de actuación, la mayoría se iba. ¿Qué era eso de “erigir” un teatro…?, que fue lo que yo propuse en la reunion inicial ante unos 240 postulantes, en el gimnasio del último piso de Corrientes 2038, a fines de 1974. Los cursos de actuación siempre estuvieron de moda; lo recomiendan los psicoanalistas, para liberar tensiones o descubrir cosas muy escondidas dentro de uno mismo. Pero en un TEATRO ACTIVO (como lo fue el TUBA), no solo hay que actuar; hay que construir decorados, a menudo con maderas viejas y telas remendadas; hay que pasarse las horas y los días buscando material de investigación sobre autores y épocas, en las bibliotecas; hay que usar mucho la escoba para barrer la sala antes que ingrese el público y pasarle una franela a las butacas destartaladas que tenia la sala de Corrientes 2038 en los años del TUBA; hay que concurrir a hacer funciones aunque se tenga fiebre o diarrea; hay que salir de gira por los puebluchos y pasarse noches enteras sin dormer, porque los ensayos generales, previos al estreno, se sabe a qué hora empiezan pero no a que hora terminan; hay que convivir con la compañera o el compañero con quien se ha vivido una situación amorosa que no concluyó bien; hay que pintar, serruchar, hacer hoy un rol protagónico y mañana un escudero que sostiene una lanza pero no habla. ¡Ah… y no estar dando nunca una sola obra…!!! En el TUBA llegamos a tener hasta seis espectáculos, con decorados corpóreos, montados y exhibidos en alternancia, en un mismo fin de semana. Ese es el mejor entrenamiento para un integrante de un TEATRO DE REPERTORIO: hacer a la tarde una obra de época y a la noche una que transcurra en la actualidad; un clásico como Moliere o Calderón y un contemporáneo como Ionesco, Sartre o Tennesee Williams. Sartre no se pudo haber hecho jamás en los tiempos del TUBA, pero ahora, en esta definitiva Democracia en nuestra Argentina… ¡qué deleite poder hacer Sartre, o Cortázar, o Cossa o Arthur Miller… todos esos autores que nos censuraban y nos prohibían, porque decían los muy imbéciles que “propendían a la infiltración marxista”, como cuando, con ese abstruso argumento, nos prohibieron “Woyzeck”, de Georg Büchner, a la tercera representación, en 1978…!!!
El temple, el estoicismo, la resistencia física y el sentido del deber hacia los demás, no se practican en las clases de teatro, como obligadamente se tienen que practicar en un TEATRO DE REPERTORIO.
Yo ya no podría volver a estar, pero muchos de los que estuvieron dentro del TUBA sí están a tiempo para intentarlo, todavía. Un Gustavo Manzanal, que hace teatro con chicos de la secundaria; los teatristas que llevan a cabo sus experiencias dentro del Rojas; los que siguen arriesgando proyectos en zaguanes o bibliotecas… Intentar que vuelva a existir el TUBA, seguramente distinto a aquel que fue (toda experiencia es irrepetible y es preferible que sea así), pero un TUBA donde los jóvenes de hoy puedan nutrirse de aquella travesía reveladora, exaltadora, que a tantos nos “vació para colmarnos” (cito a Grotowski), en aquellos tinglados mugrientos de Nuevo Teatro, o de las carpas municipals a la intemperie o de los sótanos con olor a humedad de tantos grupos independientes… y que durante nueve fatigosos pero descomunales años reeditó el TUBA, combatido a diario por una Universidad tendenciosa, pero rebelde e inconformista hasta la última hora, aquella del 5 de junio de 1983 cuando nos dimos el lujo de desmantelar lo que con pasion a lo loco habíamos creado, porque estábamos hartos de que nos basureasen.
¿Cómo se genera hoy un TEATRO DE REPERTORIO en una Universidad…? Yo les puedo contar cómo, a tientas, equivocándome paso a paso, generé aquel Teatro de la Universidad de Buenos Aires que fue un auténtico TEATRO DE REPERTORIO… pero no les puedo aconsejar cómo hacerlo hoy.
Cálcense la ropa de trabajo más sucia y rota que tengan; convoquen a alumnos de medicina, de dercho o de ciencias económicas a “erigir” un teatro; busquen esas obras “zarpadas” de Plauto, de Terencio o de Lope de Rueda, que tienen tanta actualidad cuando se burlan de los que gobiernan, de los amarretes o de los codiciosos; encuentren un tablado, lo más cercano al alcance de los que no pueden pagar una entrada para ver un musical fastuoso, importado de Broadway, y armen un primer REPERTORIO, “mal pero de prisa”, como decía Barrault y canten a coro desafiantes, el ditirambo de la Celebración del milenario pero siempre joven Arte de la Escena.
Yo, el viejo anacoreta Ariel Quiroga, ya no tendré nada para seguir escribiendo en este Blog, lamentando que el TUBA no exista más. Como me pide Mariano Ugarte, podré dejarlo ir definitivamente. Es porque otro TUBA, renovadamente joven, ha regresado y esta vez para quedarse.
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Hola, hoy mientras miraba unos libros de poesía, de los años 60, encontré unas entradas para el teatro 35 de la obra "Lucrecia Borgia" y una firma atrás. Quisiera contactarme con Ariel Quiroga para mostrárselas.
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