martes, 2 de diciembre de 2014

LOS TEATROS OFICIALES EN LA ARGENTINA DE LA DICTADURA (1976 - 1983)

Mañana, miércoles 3 de diciembre, será presentdo en el Centro Cultural de la Cooperación, el libro sobre la Historia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires que el jóven periodista Mariano Ugarte lleva escrito, sin lograr publicarlo, hace ya varios años. Colaboré estrechamente con Mariano, llevado como siempre por esa mezcla de admiración y cariño paternal que me han inspirado siempre los jóvenes emprendedores. La lectura del texto concluído me desepcionó bastante, como lo acabo de manifestar en el capítulo de este Blog del día 27 de noviembre pasado. Mariano ha hecho un sesudo trabajo de investigación, pero a mi entender “demasiado” proclive a contextualizar la Historia del TUBA en el horrendo marco sociopolítico de la Argentina de los años de los que le tocó ser contemporáneo. Es como si Mariano, no diciéndolo, quisiera en realidad decir: “Ariel Quiroga y quienes lo secundaron en la forja de ese Teatro Universitario NO PUDIERON haber sido totalmente ajenos a la realidad siniestra que se vivía en el territorio argentino, producto de la acción terrorista del propio Estado”. La apreciación, de ser tal cual yo he creído entenderla al leer el libro tal como ha salido editado, sería no sólo temeraria sino por sobre todas las cosas, demasiado injusta. Injusta para conmigo, que fui el ideólogo y propulsor de ese Teatro Universitario desde sus orígenes, a mediados de 1974, hasta su cierre, a mediados de 1983, pero por sobre todas las cosas, injusta para con todos aquellos cientos de jóvenes que integraron el TUBA, dejando en él toda su reserva de pasion, altruísmo, esfuerzo denodado y coraje. El párrafo del libro de Mariano Ugarte que revela que no estoy queriendo endilgarle una acusación que le es ajena, es aquel que dice: "Este elenco construyó para sí mismo otro espacio, otro tiempo. ¿Se pudo pensar en aquella época de secuestros, desapariciones, asesinatos, censuras, que la barbarie era tan sólo la ineptitud de empleados estatales en la Dirección de Cultura de la UBA?". Lo terrible de este juicio valorativo de Mariano Ugarte sobre nosotros, los que hicimos el TUBA, según el cual habríamos estado “demasiado” enfrascados en lo que la Dirección de Cultura, de la que obligadamente dependíamos, nos retaceaba de apoyo o de estímulo, en lugar de detenernos a ver lo que ocurría a nuestro alrededor, los “secuestros, desapariciones, asesinatos…” perpetrados por la dictadura military imperante, es que abarca también a los otros dos teatros oficiales de la ciudad de Buenos Aires: El San Martín y el Teatro Nacional Cervantes. Mariano no los menciona para nada en su investigación sobre la época, y sin embargo al TUBA se lo llegó a considerar a la par de ambos, por ser (aunque estructuralmente diferentes), LOS TRES ELENCOS EN ACTIVIDAD, ENTRE 1976 Y 1983, CON DEPENDENCIA DE ORGANISMOS ESTATALES: El San Martín de la entonces Municipalidad de la Ciudad; el Cervantes del Ministerio de Educación y el TUBA de la Universidad de Buenos Aires. Entre 1976 (año en que se apodera del gobierno argentino el autollamado “proceso de reorganización nacional” y 1983, año en que la Argentina se libera de la dictadura e inicia la actual (y definitiva) era de la Democracia), el Teatro San Martín pone en escena una enorme cantidad de espectáculos, entre los que cabe mencionar: “UN HOMBRE CABAL”, de Robert Bolt; “LOS RUSTICOS”, de Carlo Goldoni; “SEIS PERSONAJES EN BUSCA DE UN AUTOR”, de Luiggi Pirandello; “LOS MIRASOLES”, de Julio Sánchez Gardel; “EL CANTARO ROTO”, de Heinrich von Kleist; “LA CASA DE BERNARDA ALBA”, de Federico García Lorca; “CYRANO DE BERGERAC”, de Edmund Rostand; “DON JUAN”, de Moliere; “EL JARDIN DE LOS CEREZOS”, de Anton Chéjov; “EL ALCALDE DE ZALAMEA”, de Pedro Calderón de la Barca; “ESCENAS DE LA CALLE”, de Elmer Rice (donde se decía: “Para cambiar las cosas sería necesario hacer una revolución…”); “ESPERANDO A GODOT”, de Samuel Beckett; “JUAN GABRIEL BORCKMAN”, de Henrick Ibsen; “HAMLET”, de William Shakespeare; “DOS BRASAS”, de Samuel Eichelbaum (autor que le fue prohibido al TUBA, por ser judío); “EL INSPECTOR”, de Nicolai Gogol; “EL BURGUES GENTILHOMBRE”, de Moliere; “SANTA JUANA”, de Georg Bernard Shaw; “LOS CUERNOS DE DON FRIOLERA”, de Ramón del Valle Inclán; “EN FAMILIA”, de Florencio Sánchez; “ANTIGONA VELEZ”, de Leopoldo Marechal; “DANZA MACABRA”, de August Strindberg; “DON GIL DE LAS CALZAS VERDES”, de Tirso de Molina y “MARIA ESTUARDO”, de Friedrich Schiller, entre muchas más. En todas esas obras actuaron actrices y actores de gran valía de la escena nacional, tales como María Rosa Gallo, Enrique Fava, Elena Tasisto, Adriana Aizemberg, Alicia Zanca, Ernesto Bianco, María Luisa Robledo (cuya hija, Norma Aleandro, se había tenido que exiliar), Alberto Segado, Oscar Martínez, Roberto Mosca, Roberto Carnaghi, Alfredo Alcón, Aldo Braga, Julio Chávez, José María Gutiérrez, Gladys Florimonte, Walter Santa Ana o Fernando Labat. Entre los grandes directores que pusieron en escena, más de una vez, obras del repertorio del Teatro San Martín entre 1976 y 1983, cabe mencionar a Alejandra Boero, Hugo Urquijo, Salvador Santángelo, Osvaldo Bonet, Omar Grasso, Jorge Petraglia, Roberto Durán, Luis Agustoni, Osvaldo Pellettieri y José María Paolantonio. En cuanto al Teatro Nacional Cervantes, también entre los años 1976 y 1983 su labor fue profusa y empinada. Seleccionando solo los títulos más significativos de una abultada nómina, estuvieron: “EL RAPTO DE MEDORA”, de Lope de Rueda; “HAMLET” y “REY LEAR”, de William Shakespeare; “LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ERNESTO”, de Oscar Wilde; “FARSA DEL CORAZON”, de Atilio Betti; “MARTIN FIERRO”, de José Hernández, en adaptación de José González Castillo; “EL ABANICO”, de Carlo Goldoni; “EL SOMBRERO DE PAJA DE ITALIA”, de Labiche y Michel; “EDIPO REY” y “EDIPO EN COLONO”, de Sófocles; “EL CONVENTILLO DE LA PALOMA”, de Alberto Vacarezza; “EL ENFERMO IMAGINARIO”, de Moliere; “PIGMALION”, de Geog Bernard Shaw; “UN GUAPO DEL 900”, de Samuel Eichelbaum (lo repito: un autor que al TUBA le fue prohibido); “FEDRA”, de Jean Racine (que el TUBA había estrenado en Buenos Aires el año anterior a la puesta del Cervantes); “LAS DE BARRANCO”, de Gregorio de Laferrere; “ASI ES LA VIDA”, de Arnaldo Malfatti y Nicolás de las Llanderas; “SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO”, de William Shakespeare. Una pléyade de actores notables formó parte de la Comedia Nacional en el Cervantes entre 1976 y 1983: Rodolfo Bebán, Perla Santalla, María Rosa Gallo, Alfredo Iglesias, Malvina Pastorino, Fernando Heredia, Claudio Gallardou, Santiago Gómez Cou, Ingrid Pellicori, Irma Córdoba, Daniel Fanego, Roberto Antier, Cristina Banegas, Jorge Marrale, Onofre Lovero, Walter Santa Ana, Ricardo Darín, Elsa Berenguer, Rita Terranova, Eva Franco, Néstor Hugo Rivas, Carlos Estrada, María Concepción César, Jorge Mayor, Lydia Lamaison, Ignacio Quirós, María Elina Rúas, Alejandra Da Passano, Jorge Petraglia, Adrián Ghio, Héctor Gióvine… bajo la dirección, en casi todos los casos, de Rodolfo Graziano. ¿Puede llegar a pensarse que todos estos grandes nombres de la escena argentina, muchos de ellos formados en esos “esclarecedores de conciencias” que habían sido los teatros independientes, a la hora de prestarse a trabajar en elencos oficiales durante los años de una tenebrosa dictadura, eran, como le adjudica Mariano Ugarte al TUBA “gente que vivió dentro de otro espacio, de otro tiempo, ajenos a los secuestros, desapariciones y asesinatos que estaban ocurriendo”…? He admirado y seguiré admirando y valorando la valentía de Mariano Ugarte para haber decidido afrontar la historia de un Teatro Universitario (el TUBA), que él no conoció, porque era muy niño o no había nacido cuando ese teatro se cerró, agobiado por tanta barbarie como la que se perpetró contra él y sus heroicas huestes. Mi prudente, paternal consejo: Mariano, no vuelvas a escribir apresuradamente cosas que puedan lastimar o denigrar a quienes, como vos hoy, hicieron de su juventud una trinchera de combate.

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