Abro este capítulo apenas unos instantes después de finalizada la primera entrega de “El pacto”.Siento algo parecido a lo que sentí la madrugada en que “El secreto de sus ojos” ganaba el Oscar de la Academia como mejor película extranjera. Es que en ambos casos el tema es casi el mismo: la remoción de escombros mucho tiempo después de algún derrumbe.
Con relación al tema que me ha obsesionado a lo largo de los últimos 28 años de mi vida: el TUBA, temo que he perdido mucho tiempo tratando de explicar cómo fue la historia de ese Teatro, sus logros, sus avatares, su anticipado final en medio del proyecto de una gira por universidades de Latinoamérica...como si lo único importante hubiese sido justificar porqué existió durante los años de la dictadura...como si quienes lo hicimos, con tanto esfuerzo, en medio de tanta precariedad, soportando un día tras otro a lo largo de nueve años afrentas, provocaciones y hasta amenazas de todo tipo...hubiésemos sido en alguna medida cómplices o en alguna medida condescendientes...
Acabo de intuir (no quiero apresurarme a decir “entender”), que todos estos años se han estado removiendo escombros equivocados.
No es lo que el TUBA significó como Centro de Drama lo que había que probar. No es, tampoco, su existencia durante un período tan cuestionable como el de 1974 – 1983 lo que había que indagar. Los escombros que habría que remover están hoy disimulados bajo estructuras modernas, dinámicas, plagadas de propuestas innovadoras. Una estructura multimediática (como la que alude con valentía “El pacto” sin necesidad de nombrarla), originada en el aniquilamiento de otras estructuras mucho más pequeñas pero quizás más identificadas con la libertad de pensamiento, con la posibilidad de expresar ese pensamiento sin la amenaza de presiones extorsivas.
Esta primera emisión que acabo de ver de “El pacto” me ha dejado sin respiro; oleadas de sangre me sacuden las sienes. Como viejo hombre de teatro he quedado atónito por la contundencia de interpretaciones de feroz verosimilitud: Luppi, la Roth, los jóvenes casi debutantes, la fotografía, la dirección de cámaras, las locaciones...
Como viejo obsesionado con la abolición de una historia: la de un Teatro Universitario de Repertorio que vaya a saberse qué secretos intereses se han empeñado en que no vuelva a existir, deseo que alguien (yo ya no tengo fuerzas para hacerlo) se ponga ya mismo a remover los verdaderos escombros debajo de los cuales deberá (ahora estoy seguro) aparecer la verdad.
viernes, 4 de noviembre de 2011
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