sábado, 5 de noviembre de 2011

CONSTRUYENDO UN TEATRO DESDE LA NADA

El polaco Jerzy Grotowski, cuyos escritos fueron muy leidos dentro del TUBA, basó sus teorías sobre el llamado “teatro pobre” partiendo de la convicción de que el teatro puede existir sin luz, sin música, sin vestuario, sin decorados... pero nunca sin la presencia del actor.
Para Grotowski el despojamiento de todos los elementos consabidos del teatro convencional no era una limitación sino todo lo contrario. Sus investigaciones sobre la naturaleza de la actuación necesariamente tomaban como premisa “el vacío como punto de partida” y por eso su consigna era “producir en nosotros el vacío...para colmarnos”.
Cuando tuve la autorización de un Director de Cultura de la UBA, a mediados de agosto de 1974, para emprender el proyecto “Teatro Universitario de Repertorio”, del que no se contaba con ningún antecedente cercano ni lejano, la situación en la que me ví hubiera hecho las delicias de Jerzy Grotowski.
En esas oficinas de la tal “dirección de cultura”, donde unas cinco o seis empleadas fosilizadas por la rutina pasaban las horas comentando entre ellas sus cuestiones de familia, no había un sólo elemento que me insinuase que allí se podía crear un teatro.
La sala del edificio de Corrientes 2038 apenas era el remedo de un salón de actos de un club deportivo de la periferia o de una sociedad de fomento barrial. Un piano de cola desvencijado, que se usaba en los ensayos del Coro Polifónico de Ciegos; unos cortinados grises, sucios y gastados, enmarcando la embocadura del escenario y unos artefactos lumínicos con los cables cortados y sin lámparas, resabio de cuando allí “acampaban los zurdos”, según susurraba mirando a ambos costados por precaución la más antigua de aquellas empleadas...y nada más.
Mientras con los primeros más de cien integrantes del futuro teatro anduve de un lado para otro (parroquias, bibliotecas, centros culturales), con la “Cabalgata evocativa del sainete rioplatense” (año 1975), que sólo tenía por decorado una soga con ropa tendida, símbolo inequívoco del patio de conventillo en el que Roberto Cayol, Nemesio Trejo, Vacarezza y tantos otros ubicaban la acción de sus sainetes, la ausencia de “maquinaria teatral” no se extrañó.
Pero un buen día nos instalamos definitivamente en Corrientes 2038 para hacer allí nuestra historia de los siguientes ocho años como TEATRO DE REPERTORIO.
Ya no podíamos seguir siendo un “laboratorio vacío y despojado”, como en la concepción de Grotowski, aunque volveríamos a ello en el futuro, pero esta vez como parte de nuestras deliberadas búsquedas (ver Capítulo de este Blog del domingo 28 de febrero de 2010, titulado: “Sobre los espacios multívocos y polivalentes”).
Como Teatro de Repertorio teníamos que montar espectáculos a menudo complejos, y eso significaba fabricar decorados de diversos estilos, elementos de utilería, aparatos escénicos (lo que vulgarmente se llama “tramoya”), vestuarios, acompañamientos sonoros, diagramas de iluminación y unas cuantas cosas más que hacen a la experiencia de un teatro en permanente continuidad.
El espíritu de trabajo que yo había concientizado en mis veinte años anteriores en los teatros independientes (fundamentalmente en Nuevo Teatro), traspasado a mis jóvenes discípulos, logró que en poco tiempo aquella “troupe” de estudiantes universitarios y algunos ya graduados, que habían llegado sin saber nada de lo que es un teatro por dentro, se convirtiese en un entusiasta batallón de émulos de los ya por entonces retirados a cuarteles de invierno “Hacedores” del teatro hecho a pulmón (o como decía Pedro Asquini: “el teatro hecho con restos de hombres y mujeres, para los que el cansancio y el aburrimiento solo eran privilegio de los oligarcas”).
Poniendo manos a la obra, arremangándose, embadurnándose, lastimándose manos y pies con tenazas, serruchos y taperolas, cosiendo tanto las chicas como los muchachos decenas de metros de liencillo para armar telones de embocadura o túnicas griegas o vestuarios de distintas épocas, sudando la gota gorda en jornadas de unas cinco horas de trabajo diario...terminaron construyendo SU PROPIO TEATRO, porque si se observan con detenimiento las fotos que acompañan este capítulo, procedentes de espectáculos de diversas temporadas del TUBA, se comprobará que, incuestionablemente, el TUBA llegó a ser UN TEATRO, (aunque esto suene redundante).
Todo lo hicieron ellos y lo que no pudieron hacer con sus manos lo trajeron de sus casas o les fue donando por el público a medida que el gentío que asistía a nuestras funciones se fue consustanciando con nuestro estilo de vida, orgullosamente humilde, saludablemente pobre, pero colmado de un entusiasmo y un idealismo a prueba de todas las indiferencias y las afrentas provenientes de todas las indolentes, enmohecidas, petrificadas en su inercia “direcciones de cultura” habidas y por haber.

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