viernes, 4 de noviembre de 2011

DE LA “NUEVA OBJETIVIDAD” AL “REALISMO MÁGICO” EN LAS CONCEPCIONES ESCÉNICAS DEL TUBA

La “Nueva objetividad” fue un movimiento artístico surgido en Alemania a comienzos de los años 1920, aplicado al arte pictórico, la música, la literatura, la arquitectura, la fotografía, el cine y también el teatro.
A su vez, este movimiento dio lugar a una suerte de desprendimiento en dos corrientes opuestas: el “Verismo” y el “Realismo mágico”. Aunque el distingo entre “veristas” y “realistas mágicos” no llegó a ser nunca muy preciso que digamos, es acertado afirmar que los “veristas” llegaron a ser el ala más revolucionaria de la “Nueva objetividad”. En cambio, los “realistas mágicos” apuntaron a una transposición un tanto más metafísica de la realidad objetiva que buscaron mostrar y es en esa corriente en la que yo traté de instalar cada producción escénica exhibida al público por el Teatro de la Universidad de Buenos Aires, el TUBA.
Quizá tuvo algo (o mucho) que ver el contexto en el cual nos movíamos, dentro y fuera de la Universidad. Las formas vehementes del “verismo” llegan a la distorsión de lo que se muestra, para enfatizar lo feo, lo crudo, lo provocativamente lastimoso. Pero teníamos tanto de feo, de sucio, de dañino en nuestro derredor, que hubo necesariamente que buscar matices embellecedores para textos cuya realidad intrínseca era áspera, gris, ausente de todo vislumbre de una salida hacia la posibilidad de una vida menos sórdida, menos indigna.
Es por eso, tal vez, (y no me voy a salvar de que me juzguen de “escapista”y hasta de “no comprometido”), que el verismo que se mostraba en el escenario del TUBA estuvo siempre teñido de colores, acentos musicales, pinceladas tenues en la iluminación, que acercaron la fisonomía estilística de cada producción a una suerte de “realismo mágico”, si se quiere “más conformista”, pero sustancialmente “más piadoso”.
Las imágenes que acompañan este capítulo son de varios espectáculos del TUBA cuyos textos dramáticos hablaban de frustración, de miseria, de juventudes sin salida, de humillación del débil por parte del dominante soberbio, de inmolación, de rebeldías acalladas a golpes, de desesperanza: “RELOJERO”, de Armando Discépolo(1a. foto); “WOYZECK”, de Georg Büchner (2a. foto); “LOS TESTIGOS”, de Juan Carlos Ghiano (3a. foto); “ESCENAS DE LA VIDA BOHEMIA”, de Henri Mürger (4a. foto).
El público recibió (me consta) de cada uno de esos espectáculos el sacudón de un mensaje escénico que clamaba por transformaciones, por búsqueda imperativa de una vida mejor...pero ese sacudón le llegó “tamizado” por un “realismo mágico” en el cual intentamos sumergirnos, como un modo de superar en lo formal tanta bajeza, tanta mugre, tanta sordidez y malignidad como la que debimos soportar estoicamente para sobrevivir como Teatro de Repertorio nueve años.

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