La de 1981 era la séptima temporada consecutiva del TUBA y decidimos celebrarlo el 30de noviembre (en realidad, el sábado 28), que era la fecha aniversario de la primera representación, (la del 30 de noviembre de 1974), con un espectáculo integral que se llamó: “Siete horas para celebrar siete años”.
Fue una increíble pero hermosa locura. Empezamos a las seis de la tarde en punto con "La sombra del valle", de Synge y "Un trágico a la fuerza", de Chéjov; a las diecinueve y cuarenta y cinco empezó "Una tragedia florentina", de Oscar Wilde; a las veintiuna, "La marquesa Rosalinda", de Valle Inclán y a las veintitrés y veinte, "Stéfano", de Discépolo, que concluyó pasada la una y veinticinco del día siguiente.
Siete horas y veinticinco minutos de teatro en continuado, en un escenario sin baños cerca, con todos los decorados y utilerías de cinco obras amontonados y con la sala colmada de público (que debía salir y volver a entrar), en todas las funciones.
Una proeza agotadora y una fiesta de teatro que yo, supuestamente “experimentado”, jamás había vivido antes y que nunca se logró repetir.
Más de cincuenta actores, cambiándose de ropa mientras sostenían parte de un decorado, sin probar bocado ni tomar agua ni ir al baño durante siete horas y veinticinco minutos, en un 30 de noviembre de calor sofocante, en una sala atestada de público y sin ventilación ni aire acondicionado. Pero lo hicimos.
Por supuesto, nadie de la Universidad estuvo presente.
Necesito repetirlo: Pero lo hicimos.
Y hasta nos dimos el lujo de grabarlo minuto a minuto; de grabar incluso los intervalos entre función y función, que eran un loquero de gente que iba y venía, de estruendo de martillazos y escaleras que se tambaleaban, para cambiar de apuro el ángulo de un spot, para cambiar el color de una gelatina, que un rato después iba a ser de nuevo cambiado por otro color.
Recibimos de parte de Rodolfo Graziano, que dirigía el Cervantes, una esquela de salutación por el festejo de los siete años (que lamentablemente se ha perdido), pero que contesté de la forma que sigue:
Señor Director del Teatro Nacional Cervantes
Profesor Rodolfo Graziano
Un bello gesto ha sido el envío de tan significativas palabras de salutación, al cumplir el Teatro de la Universidad siete años de vida. Un bello gesto, de esos que honran a quien lo ejecuta y que ha tenido además la virtud de suplir con creces la total, la absoluta falta de estímulo que sufre este teatro de parte de quienes starían obligados a brindárselo.
No se imagina usted –o tal vez se lo imagina demasiado-, cuánto ha costado llegar a cumplir estos siete años, en medio de una maraña de trabas, abulias e ineptitudes de funcionarios, incapaces de entender ni de mirar con buenos ojos la existencia de un ente orgánico que es entera obra de la juventud y que aporta un beneficio cultural a la comunidad.
El pasado sábado 28 una fiesta de teatro como yo, personalmente, nunca había vivido en igual forma, tuvo lugar en la salita de Corrientes 2038. Desde las seis de la tarde hasta la una y veinte de la madrugada del domingo, se hicieron cinco obras en continuidad, con sus decorados originales; cinco obras de autores como Wilde, Chéjov, Synge, Valle Inclán y Discépolo, que son el “producto bruto” de la labor de un teatro de aficionados universitarios, a lo largo de todo un año.
El gentío que nos acompañó, gritándonos inmerecidos “Bravo” y su mensaje de adhesión –se lo aseguro-, fueron el único (y por demás suficiente) premio para un esfuerzo realmente titánico, dadas las precarias condiciones del lugar.
Gracias, muchas gracias por su comprensión y su apoyo.
Tuvimos en 1981 la mayor afluencia de público de los nueve años de historia del TUBA: 37.680 espectadores. Como dijo Emilio Stevanovich en su revista Talía, “una cifra para sacar pecho”.
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