domingo, 28 de febrero de 2010

ESQUILO, BATATO BAREA, OSCAR FESSLER Y EL TUBA: UNA SERIE DE INCONGRUENCIAS

En el programa de mano de “Las coéforas”, de Esquilo, que hicimos al final de la Temporada 1982, había una leyenda que revela el grado de coraje que, tal vez imprudentemente, nos atrevíamos a demostrar desde el TUBA: “Por encima de toda razonable objeción que pueda merecer esta puesta universitaria de “Las coéforas”, conviene dejar establecido que la mayor preocupación de sus responsables no ha sido la de hallar innovaciones en el tratamiento formal, a menudo inicuas, sino concretar con humildad un medio de transmisión de los conceptos éticos más urgentemente necesarios a las actuales audiencias, sobre el tema de la dignidad con que debe ser enfrentada toda tiranía, cuando la justicia terrenal y la superior se muestran tardías”.
Me estremece releer esto: “la dignidad con que debe ser enfrentada toda tiranía”. Lo escribíamos y lo hacíamos público cuando todavía ni se mencionaba la posibilidad de un retorno a la vida democrática; nos movíamos en un terreno pantanoso, plagado de “reptiles” que vigilaban cada uno de nuestros pasos y sin embargo, nos atrevíamos. Pero nadie lo ha reconocido hasta hoy.
Uno se siente mezquino al tener que involucrar en el reproche a algunos teatristas que vinieron después, como Batato Barea, La banda de la risa, Los Macocos, El clú del claun, Las gambas al ajillo, El muererío, Los Pepe Biondi, el grupo Kalú-Kalú, La organización negra, Los Prepu, Los Calandracas, Crear vale la pena, Brazo Largo y tantos otros a los que los exégetas de la post-democracia han dedicado volúmenes cargados de reconocimiento y que –sin intentar relativizar sus valores estéticos ni su postura ideológica-, estoy seguro que traspiraron mucho menos, arrastraron muchos menos decorados por la calle, se colgaron de muchos menos andamios, investigaron mucho tiempo menos en las bibliotecas (o no llegaron jamás a hacerlo) para tratar de averiguar qué le había pasado a Antígona o quien había escrito “El judío maltés” o “Extraño interludio”; hicieron muchas menos representaciones que cualquiera de los integrantes del TUBA que permaneció tres o cuatro años en la compañía y no vivieron nunca la embriagante experiencia de hacer teatro de repertorio, con once obras en rotación permanente, como las que había hecho el TUBA en su octava temporada, la de 1982.
Precisamente en uno de los volúmenes destinadas a exaltar a los artífices de ese teatro identificado como “de la post-dictadura”, el correspondiente a Micropoéticas II, publicado por el Centro Cultural de la Cooperación en el 2003, se citan declaraciones hechas por Batato Barea en su último tiempo de vida: “El teatro no me interesa para nada. Los actores están muy formados y prefiero trabajar con gente sin ninguna formación. Me gustan los actores como La Pochocha, Claudia con K., Claudia Marival y los travestis de murga. Que la diversión reemplace al teatro. No creo en los ensayos ni en los espectáculos demasiado planificados. El que actúe, que actúe como quiera, mal o bien”.
Qué ironía: pese a semejante diatriba contra el teatro, el nombre de Batato Barea identifica en el edificio de Corrientes 2038 a la sala donde el TUBA, entre el 30 de noviembre de 1974 y el 5 de junio de 1983, hizo tanto teatro...!.
Tampoco nada hay en ese edificio que recuerde a Oscar Fessler, fundador en el año 1959 del Instituto de Teatro de la Universidad de Buenos Aires (ITUBA) y autor de un planteo bastante similar al nuestro, respecto de instaurar un cuerpo estable de producción teatral dentro de la UBA (proyecto que nunca pudo llevar a cabo).
Fessler, nacido en Alemania, dejó para la posteridad una ética de trabajo que aun sigue siendo admirada por muchos de los que fueron sus discípulos.
Cuentan que sus familiares y amigos lo llamaban “Shicku” (chico, en alemán). Se había formado en su tierra natal junto a Max Reinhardt, Alexis Granovsky y Erwin Piscator. Había estado enrolado voluntariamente en las brigadas internacionales durante la guerra civil española y durante su estadía en Francia, huyendo del nazismo, había participado en la resistencia.
Su fecunda tarea al frente del ITUBA tuvo que ser interrumpida, cuando se vio obligado a escapar de la Argentina, tras recibir amenazas de la organización paramilitar “Triple A”.
Había recalado en Costa Rica, donde fundó el Taller Nacional de Teatro de la Universidad de San José. Vuelto a la Argentina luego de una nueva estada de algunos años en París, falleció silenciosamente en 1996.
A diferencia del olvido de su labor por parte de la Universidad de Buenos Aires, Oscar Fessler tiene en San José de Costa Rica un teatro que lleva su nombre. Quienes deseen visitar ese teatro, sede del Taller Nacional por él fundado y del grupo universitario Abya Yala, lo encontrarán en el barrio Escalante, a pocos metros de la rotonda El Farolito (calles 25 y 32, avenida 13, casa Nº 2522).
Al TUBA que hicimos entre 1974 y 1983, en cambio, no lo podrán encontrar en ninguna parte.

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