Miércoles 2 de marzo de 1983: Uno de tantos informes destinados a no ser atendidos:
Noche de ensayo de “El gajo de enebro”, de Mallea. En realidad, primer ensayo de montaje sobre ideas concretas. Héctor trae un diseño de estructura escenográfica hecho en croquis, que coincide casi exactamente con el que yo he bosquejado. Coincidencias invalorables, producto de compartir prácticamente una década en un verdadero teatro de repertorio, donde todo debe ser pensado ajustando la creatividad a criterios prácticos, sabiendo que no se puede diseñar para una sola obra, sino que hay que lograr la “convivencia” de hasta cuatro o cinco obras juntas, al mismo tiempo.
Las imágenes que propone el texto de Mallea comienzan a cobrar vida a través de bloques estatuarios. La inmovilidad de las figuras procura dejar paso a la corriente interna de sus pasiones en conflicto.
En un momento dado detengo el ensayo y poniéndome a analizar ciertos problemas de interpretación mecánica, surge sin proponérmelo una teoría sobre la aproximación a los perfiles definitivos de cada personaje.
Hablo a los intérpretes de cómo el compositor de música hace garabatos sobre el papel pentagramado, antes de dibujar las notas definitivas de una partitura, o cómo el pintor mezcla sucesivas capas de color sobre la tela antes de que el cuadro adquiera su fisonomía final.
Hablo de los borradores del actor sobre su propio elemento creador: su cuerpo, su psiquis. Pido que no se trabaje sobre actuaciones definitivas; que se hagan previamente sucesivos “borradores”. Comparo al artista plástico, o al escritor, o al compositor de música, que corporizan sus creaciones mediante combinación de elementos que están fuera de sí mismos: (palabras, notas, colores), mientras que el actor debe combinar sus propios elementos internos y con ellos dar forma definitiva a un personaje nacido de su trabajo creador, de sus innumerables bocetos, de sus muchos “borradores”.
El ensayo se desarrolla en un clima de unción, de absoluta serenidad. Las palabras de Mallea brotan en el espacio como resonancias lejanas. Algunos integrantes miran el ensayo en absoluto silencio, como si asistieran a un espectáculo en calidad de público.
El teatro, cuando se trabaja así, tiene mucho de templo. Un templo para el cultivo de los valores éticos del espíritu.
Lo comprenderán así aquellas personas que se mantienen tan al margen, que evitan (siendo autoridades o personal vinculado a este quehacer por cuestiones administrativas), todo contacto con esta clase de ceremonias poco menos que clandestinas, que se llevan a cabo, sin necesidad de contralor alguno, cada noche en el recinto en obras de Corrientes 2038...?
Afuera de la sala, en el hall y el pasillo, los obreros de la empresa de refacción sacan montañas de escombros y tierra removida, en carretillas. Ellos sí son inocentes al ignorar lo que a pocos metros de distancia unos místicos oficiantes celebran en pro de empecinadas convicciones.
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