domingo, 28 de febrero de 2010

TESTIMONIO DE PERIPECIAS, LOGROS Y DESENCANTOS

La vida del TUBA fue una constante sucesión de cosas logradas con mucho esfuerzo y en medio de aberrantes dificultades. No sé bien a que hado agradecer hoy que en el momento en que todo eso ocurría, haya tenido la precaución de testimoniarlo por escrito, en informes que puntualmente iban a parar a las oficinas de la Dirección de Cultura de la Universidad. Esos informes, seguramente subestimados y hasta despreciados en su momento, tienen hoy la impronta de lo irrecusable y lo verdadero. Se puede fantasear mucho sobre el pasado (Bianciotti lo expresa mejor que yo en las páginas finales de “El paso tan lento del amor”, cuando dice: “El día y la noche se reparten el cielo como el olvido y la imaginación nuestra memoria”), por eso creo que es importante haber conservado algunos de esos informes, como el que transcribo a continuación:
Informe del Departamento de Teatro del día sábado 21 de abril de 1979:
La peripecia del teatro es siempre asombrosa y maravillante. Asi debió ser en tiempos de Shakespeare y de Molière y en épocas más cercanas, como cuando Max Reinhardt, Stanislavski, Meyerhold, Dullin, Copeau o Barrault llevaron a cabo sus experiencias, en medio de todas las dificultades imaginables. El verdadero teatro parece nutrirse de las dificultades y estas resultan ser siempre, en definitiva, un incentivo a la creatividad, al logro de un arte superior, que surge como las piedras preciosas entre el carbón. Este último fin de semana en el Teatro Universitario se parece mucho a otros llenos de peripecias, que ya se han dado a lo largo de los cuatro años transcurridos y se parecerá, sin duda, a muchísimos otros fines de semana inmersos en la oscuridad del tiempo, en la historia no conocida de las peripecias de todos los teatros del orbe.
Sin embargo, vale la pena intentar dejar de él un testimonio, como si lo sucedido fuese nuevo y propio de este teatro en particular, en el que, por rara casualidad, las peripecias y las dificultades se dan cita con tanta profusión como para que no sea difícil sentirse retrotraído a los tiempos heroicos de los teatros de plaza y de establo, de trastienda de mesón y de ruedo de riñas, propios de los tiempos medievales y renacentistas, cuando Shakespeare y Molière, uno en los arrabales de Londres u otro a lomo de mulo, con un carromato cargado de bártulos y desencantos por las provincias de Francia, hicieron ese teatro que es quizá, el más patente testimonio para las edades futuras, de la diaria epopeya del hombre sobre la tierra.
Llegué al teatro el día sábado, a las 17:30. Había estado cosiendo y armando en mi casa el traje de Mascarilla desde las nueve de la mañana. El estado de la sala era dantesco. Había tenido lugar allí, durante la mañana seguramente, una clase de psicología con más de 200 alumnos y estos habían dejado la huella de su estada: colillas de cigarrillos por todas partes; un irrespirable olor acre, muy parecido al del incendio de hace unos días; desorden de sillas y pupitres por doquier; el escenario usado también como aula, con todos nuestros elementos dados vuelta y para colmo, el frente del escenario arrancado de cuajo y colgando. Una verdadera salvajada, un estado general de suciedad, desorden y falta de consideración, que no encaja con lo que debiera ser la atmósfera de una casa de estudios superiores. Qué hubiera pasado si esa noche había función...? Que va a pasar a partir del sábado 28, cuando haya función...?. Desalienta pensar que habrá que volver a esas “faginas” de limpieza, que tanto cansan y tanto distraen de las verdaderas tareas del teatro, que es ensayar y preparar obras y no adiestrarse para el oficio de ordenanza.
Asi y todo me puse a coser, en medio de aquel infernal “pandemonium”. A poco llegaron Gladys y Lala, con sendas bolsas provistas por sus madres y sus tías, llenas de puntillas, tiras bordadas, pasamanería, cordones dorados y broches, de más de cuarenta años de antigüedad.
Ellas dos hicieron la limpieza (ambas son licenciadas, una en Letras y la otra en Filosofía) y luego se pusieron a coser conmigo. Media hora más tarde estaba casi todo el elenco en el escenario. Rolando Talibs, que fue quien construyó los bastidores de “La ofensiva” en 1977, vino con sus herramientas de carpintero para asegurar los practicables que van a ser usados en “El atolondrado”. Junto él, en esa proximidad “sacrosanta” de la vida de un teatro, todo un enjambre artesanal se movía de un lado para otro. Taller de carpintería y taller de costura, todo junto en el mismo espacio de cuatro metros cuadrados.
A las 21:30 comenzó el ensayo general, programado como una función, sin cortes y con todo el vestuario que estuviese en condiciones de ser usado sin peligro de que se descosiese. En un momento dado, algunas personas abrieron tímidamente las puertas vaivén de la sala y sin hacer el menor ruido, se sentaron en las últimas filas de la platea. Al rato, los asistentes “entrometidos” sobrepasaban el número de ochenta, que vinieron esa noche pensando que la temporada ya había comenzado. El público ganado por el Teatro Universitario, por lo visto sigue firme y nos aguarda. El ensayo anduvo bien. Sin luces, sin música (todavía el personal de mantenimiento no ha hecho las conexiones para tener corriente eléctrica en la sala), la obra se pasó completa y causó mucha gracia en el público inesperado.

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