El espíritu reinante cada noche en el Teatro Universitario de Buenos Aires era el mismo que yo había aprendido a disfrutar (a pesar de lo febril y fatigoso de la cuestión) en mis años en Nuevo Teatro. Le debo a Alejandra Boero y Pedro Asquini (tan heroica una como el otro, a su manera), la enseñanza marcada a fuego de que el teatro se debe hacer siempre con mucho esfuerzo pero también con mucha alegría, sin perder de vista aquello de Romain Rolland que Asquini repetía a cada rato: “El teatro será pueblo o no será nada”.
Al anochecer de cada día empezaban a llegar a Corrientes 2038 los jóvenes integrantes del teatro universitario. No todos venían todas las noches y algunos reaparecían después de una semana, en la que no habían dormido nada para preparar una entrega de trabajos prácticos de arquitectura o rendir una materia de derecho penal o de medicina.
Se calzaban sus ropas de trabajo y en medio de una estridente algarabía de cánticos y repaso de textos de una tragedia griega o de un ejercicio de vocalización, arremetían primero que nada con las tareas de limpieza, porque los alumnos de psicología dejaban el salón de Corrientes 2038 hecho un basural, mientras algunos se dividían en grupos para salir por las calles, a las veredas de los cines o del teatro San Martín, para repartir los volantes que invitaban al público a las funciones de fin de semana.
Los que participaban de la jornada en el escenario o en sus adyacencias (cualquier rinconcito del edificio era utilizado para improvisar algún tipo de actividad), acometían lo que yo definía como “El entrenamiento”. En qué consistía esta cuestión...?. Sencillamente, en algo también aprendido en Nuevo Teatro: “menos charla y más acción”.
Ninguno que pasase una noche de trabajo en el TUBA se iba a su casa o a seguir la madrugada en vela con sus grupos de estudio, sin haber “entrenado a fondo”. Es allí donde el teatro y el deporte (que nacieron juntos en los certámenes atenienses), se fusionan en la premisa de extraer de las reservas físicas de la juventud el jugo vivificante que estimula al cerebro a expandir sus facultades intelectuales adormecidas.
Aquel viejo adagio de los artistas de la escena americana, escuchado tanto en boca de Helen Hayes como de Liza Minelli; de Albert Finney como de Mikhail Baryshnikov: “Cómo se llega a Broadway...?: Practicando, practicando, practicando...”.
Y bien: vaya que se practicaba cada noche de trabajo en el escenario del TUBA... y para colmo, sin ninguna expectativa ni por estrenar, ni por obtener críticas favorables, ni por vincularse con productores de televisión... Solamente, por el entusiasmo que significaba “entrenar”.
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