domingo, 28 de febrero de 2010
SOBRE LOS ESPACIOS MULTIVOCOS Y POLIVALENTES
A comienzos de 1980 nos sorprendió la noticia de que la Dirección de Cultura había obtenido una partida presupuestaria para arreglar la cabina de luces que se había (que nos habían) incendiado a comienzos de la temporada anterior y además pintar toda la sala. Lo primero que pensamos es que esto de los arreglos, si bien eran necesarios, era una buena estratagema para bloquear nuestra actividad durante gran parte del año. Sabíamos de sobra lo que significa “arreglos” en una dependencia del Estado.
No trepidamos en planear conseguirnos otra sala para abrir la temporada, en el mismo edificio de Corrientes 2038. Y la elección del lugar recayó en el gimnasio del último piso, que estaba en total estado de abandono.
Aquí fue cuando se puso a prueba definitivamente la inquebrantable capacidad de emprendimiento, la prepotencia de trabajo, que caracterizaba al TUBA. Se trabajó “a lo egipcio” para poner en condiciones el gimnasio, mientras que al mismo tiempo se ensayaban las primeras obras del repertorio de la temporada. Algunos audaces se animaron a treparse a la claraboya, a quince metros de altura, para cubrir con brea las rendijas de las junturas y reemplazar los vidrios rotos. Pusieron en riesgo sus vidas, pero la Universidad nunca se enteró de ello.
Otros se encargaron de tender cables de luz por el hueco de la escalera, desde la caja eléctrica de la planta baja, hasta cinco pisos arriba. Lala Galati consiguió que los carpinteros del Rectorado nos construyesen un tablado muy primario, que haría las veces de escenario, totalmente al descubierto.
Se limpió el hollín acumulado por años de abandono en los ladrillos de las inmensas paredes laterales. Se trajeron pupitres de hierro abandonados, desde uno o dos pisos abajo, para servir de asiento a los espectadores.
La contingencia de tener que abandonar quien sabe por cuanto tiempo la sala de la planta baja, a la que prácticamente nos habíamos acostumbrado pese a todas sus falencias, nos llevó a la concreción de un proyecto que veníamos acariciando desde hacía tiempo: el de la ruptura con el espacio escénico convencional (la sala de la planta baja lo era), para ir en pos de los llamados “espacios multívocos y polivalentes”.
Elaboramos una propuesta, titulada precisamente “Hacia un teatro multívoco”, cuyo punto de partida era el siguiente:
La Universidad es un terreno propicio para ensayar y desarrollar nuevas posibilidades que signifiquen una ruptura con la fisonomía tradicional del hecho escénico.
El concepto de teatro multívoco propone una transformación estructural que se adecue al sentido y forma de cada obra y de cada puesta.
Sala y escena deben admitir todas las variaciones posibles. Se trata de generar vastos espacios cubiertos, con luces dispuestas de modo de crear efectos o atmósferas sugerentes en cuanto a valor plástico, más allá de las convenciones del realismo que impera en el teatro tradicional.
El teatro multívoco o polivalente es hoy la solución aportada por casi todos los centros de drama modernos, en el mundo entero. Sus infinitas posibilidades son una puerta abierta hacia el futuro.
El teatro multívoco propone ámbitos que invitan a la acción, a la fantasía, a la recreación de los textos y de las técnicas interpretativas admitidas como inmutables.
La búsqueda debe comenzar a partir de un espacio somero, tal como lo propone Roger Planchon, dentro del cual la ceremonia del teatro recupera su esencia de ritual desnudo, sin necesidad de aditamentos escenotécnicos.
Los antecedentes más significativos sobre ensayos de teatro multívoco que pueden citarse son: El teatro de Manheim, de 1957; El teatro de Gelsenkirchen, de 1959; El Proyecto “Loeb Drama Center”, de Harvard, de 1960; El Teatro Experimental de la Universidad de Miami, de 1960; El teatro Questers, de Londres; El Auditorio del Centro Cívico de Tallahassee, llamado “Gropius”, en los Estados Unidos.
Otras posibilidades de teatro multívoco han sido ensayadas en Europa, explotando la sugestión de los castillos medievales, de los palacios florentinos y de las ruinas clásicas, acondicionando ámbitos emplazados sobre segmentos de la arquitectura original. Los festivales universitarios de Florencia; el Teatro Nacional Popular de Jean Vilar en Avignon y las representaciones del “Hamlet” en Elsinor son buenos ejemplos.
En nuestro medio, hace ya muchos años, el legendario circo criollo puede ser mencionado como un antecedente del teatro multívoco de hoy, tan digno y promisorio como pudo ser el Teatro de Dionisos para Atenas.
En definitiva: el teatro multívoco permite reinventar la mecánica del encuentro, las premisas y las leyes de las cuales el diálogo deduce sus formas de comunicación.
Cuando por fin se encendieron por primera vez las luces de los spots en aquella gigantesca bóveda negra, sentimos que habíamos ganado la partida y que teníamos a nuestra disposición un ámbito que era tan desafiante a la inventiva y a la exploración del espacio escénico, como los afamados espacios multívocos y polivalentes que se instalan en fábricas abandonadas, en elevadores de granos y hasta en ruinas de bombardeos, a lo largo de la vieja Europa y que el eminente arquitecto, profesor universitario y escenógrafo Gastón Breyer (1919 – 2009) describió con tanta autoridad en sus numerosos tratados.
Nos quedaba por ganar una última batalla: contra el frío del invierno, en ese inmenso espacio vacío y contra la prohibición de utilizar el único ascensor disponible para subir a los espectadores.
Lo primero lo conseguimos a medias, habilitando por nuestra cuenta unas pocas pantallas de gas en desuso, utilizando una conexión que ya existía. Lo segundo no se logró. Los ordenanzas de guardia en el edificio durante los fines de semana no querían responsabilizarse si el ascensor se descomponía con gente adentro, de modo que nuestros sacrificados espectadores tuvieron que subir uno a uno los 106 peldaños que llevaban desde la planta baja hasta la entrada del gimnasio. Y vaya que los subieron...!!!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario