sábado, 20 de febrero de 2010

SOBRE EL ENTUSIASMO POR LOS IDEALES

Emile Durkheim, filósofo del positivismo y fundador de la escuela francesa de las ciencias humanas, ha dicho: “A quien persigue ideales sublimes, que no son cosa corriente en la sociedad, le hace falta mucho coraje para aceptar la mediocridad, pero ese coraje es la única esperanza de salvarse de una soledad inmunda”.
Exactamente eso se dio con pasmosa plenitud en los años del TUBA. Unos lo habrán aprovechado más que otros, pero todos los que llegaron a inscribirse sin saber bien de qué se trataba, tuvieron la oportunidad de ser atraídos e interesados por los secretos del arte teatral, teniendo a la vez que aceptar la mediocridad del medio en el que les tocaba estar: una dirección de cultura adocenada, inerte y para colmo hostil. Sin embargo, pudimos superarlo porque hicimos un culto del idealismo y aquí me vienen a la memoria las palabras de José Ingenieros que tantas veces he repetido en mis encuentros con las nuevas camadas de jóvenes que llegaban cada año al TUBA: “Los entusiastas cortan las amarras de la realidad y hacen converger su mente hacia un ideal; la juventud termina cuando se apaga el entusiasmo”.

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