miércoles, 17 de febrero de 2010

SENTIDO DEL TEATRO HECHO CON JOVENES UNIVERSITARIOS


El historiador Frank M. Whiting, de la Universidad de Minnesota, se pregunta “Para qué el teatro…?” al comienzo de su tratado sobre “El drama y los dramaturgos”, publicado por vez primera en 1954 y revisado varias veces en años sucesivos. En procura de una respuesta, Whiting reflexiona: “Si el teatro fuera un simple entretenimiento, sería difícil contestar la pregunta, pero convengamos que el teatro es bastante más que una diversión. En sus períodos de grandeza, sus escritores, sus actores, sus directores y diseñadores han buscado el significado de la existencia con la misma pasión y sinceridad que ha caracterizado el trabajo de los hombres de ciencia, de los filósofos y de los teólogos, porque en esencia, el arte del teatro descansa en los cimientos comunes a todo el conocimiento humano: en la capacidad de explorar, de desear saber y de reflexionar”. La opinión de Whiting sobre la razón de ser del hecho escénico siempre me suscitó inquietud, en principio por ser la de un tratadista con formación académica y en definitiva, por haberme conducido sin titubeos a mi destino final como hombre de teatro, que fue el de hallar en los claustros universitarios el espacio más adecuado para el desarrollo y concreción de mi menor o mayor talento dramático, aun en medio de hostilidades de índole absolutamente irracional. El teatro ha ejercido influencia en la civilización humana durante 2.500 años. El alcance sorprendente de la palabra teatro se puede observar también si se analiza la diversidad de intereses que impulsan a los estudiantes universitarios a inscribirse en los centros de drama que surgieron con los albores del Humanismo. La función formativa de los centros de drama universitarios, tanto para los teatristas aficionados como para el público, sobrepasa con creces en el mundo entero (con la curiosa excepción de nuestro pais) a la que posibilitan los elencos profesionales, incluidos los de la esfera no comercial. Es una cuestión de recursos y hasta una necesidad de subsistencia. Porque los teatros que dependen del aporte del público y aun los que el Estado subsidia, forzosamente se hallan condicionados al factor éxito. En cambio los centros de drama universitarios, desentendidos del marcketing, gozan de la misma libertad y osadía de comportamiento que tuvieron aquellos cómicos ambulantes que acampaban en las caballerizas o a la intemperie, cuyo arte desfachatado no conocía la prudencia y cuyos ropajes hechos harapos olían a tocino recalentado y estiércol.

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