Jean Louis Barrault define al teatro de repertorio (él, que lo practicó largamente), de una manera muy simple: “la posibilidad de alternar a los clásicos y los modernos en una misma temporada o en una misma semana”.
Dejemos por un momento lo que se refiere a actividades teatrales en la Universidad de Buenos Aires, cuya función específica es otra, desde luego. Hablemos del teatro profesional o amateur en la República Argentina: las compañías teatrales que han adherido a la práctica del repertorio son por demás escasas y hay que remontarse a los orígenes de la escena nacional para encontrar cierta aproximación a esa práctica en el quehacer de aquellos capocómicos que se aventuraban por las rutas de provincia, llevando a cuestas un bagaje de cuatro o cinco títulos de probada repercusión en el gran público, que se ensayaban a los apurones y se montaban con pocos trastos a modo de precaria decoración.
Hacer repertorio exige, ante todo, disciplina y adiestramiento para el grupo teatral que lo aborde. En el TUBA hemos llegado a tener (como en la temporada de 1982), hasta NUEVE espectáculos en alternancia. Se imaginan lo que eso significa...?: Montones de decorados apilados unos sobre otros, que deben ser armados y desarmados en contados minutos, cuando las funciones se suceden unas a otras en un mismo día... Zapatos, espadas, floreros, ropas de época, ropas de calle, sombreros, capas, artefactos lumínicos que tienen que redireccionarse para cada representación, bandas sonoras, martillos, sogas, cortinados, escaleras, muebles: en una palabra: UN VERDADERO BERENJENAL...!
Al cierre de la temporada de 1981 cumplimos la hazaña de exhibir en una misma función que duró más de ocho horas, los siete espectáculos que habíamos montado ese año. Cumplíamos siete años de labor en continuidad y la maratón se llamó “SIETE HORAS PARA CELEBRAR SIETE AÑOS”. Terminaron siendo ocho horas y media, en la que desfilaron sin solución de continuidad, entre las seis de la tarde de un sábado y la una y media de la madrugada del domingo: “Una tragedia florentina”, de Oscar Wilde; “La sombra del valle”, de John Synge; “Un trágico a la fuerza”, de Anton Chéjov; “La marquesa Rosalinda”, de Ramón del Valle Inclán y “Stéfano”, de Armando Discépolo.
Los teatristas que realizan en la actualidad experiencias en la sala de la planta baja del Centro Cultural Rojas quizá ignoren lo que era esa sala en los tiempos del TUBA. No había camarines para que los jóvenes universitarios en función de “actores” se cambiasen ni tenían acceso a baños. El espacio era reducidísimo para el almacenamiento de decorados y elementos de mobiliario y utilería. Estaba, además, dentro del escenario, el enorme entarimado del Coro Polifónico de Ciegos y su respectivo piano de cola...!
Disciplina y adiestramiento... pero además, mucha pasión, mucho fervor, mucha vocación de servicio, para disfrutar mostrando al público ávido de aprender que acudía masivamente (y GRATIS), a un Esquilo y a un Discépolo; a un Pirandello y a un Florencio Sánchez; a un Valle Inclán y a un Chéjov en la misma cartelera de una misma semana...!
Eso fue lo que el Teatro de la Universidad de Buenos Aires (hoy tan tristemente olvidado), hizo durante nueve años seguidos, sin antecedentes de que otro elenco lo hubiera hecho antes en la Universidad y sin que luego, con el correr de los años (y con las nuevas posibilidades habilitadas por la remodelación del edificio de Corrientes 2038, convertido en “el Rojas”), nuevos grupos de teatristas se atrevieran a hacerlo.
Fue tan “único” el TUBA...?
Parecería que sí. Si alguien sabe de otros que lo hayan hecho antes que él o después de él, que lo escriba en el sector para “comentarios” de este Blog. Toda comparación es incómoda, pero también es necesaria, porque duele enormemente padecer esa lastimadura no cicatrizable que causa LA MEMORIA ABOLIDA, cuando lo que hicimos en el TUBA a puro pulmón y ganas fue honesto, innovador, desafiante, inconformista y además, artísticamente bello.
Stanislavki buscó recrear la vida del espíritu humano con Verdad y con Belleza.
El TUBA lo hizo y para demostrarlo, he aquí dos pequeños videos con fotografías de dos de los espectáculos del repertorio del TUBA, que adhieren a esos principios: “Relojero”, de Armando Discépolo (1978) y “La noche de San Juan”, de Henrik Ibsen (1982). En ambos verán ustedes mucha Verdad... y también cierto grado de rescatable, perdurable Belleza.
"RELOJERO", de Armando Discépolo
TUBA - Temporada 1978
"LA NOCHE DE SAN JUAN", de Henrik Ibsen
TUBA - Temporada 1982
No hay comentarios:
Publicar un comentario