domingo, 3 de marzo de 2013

CIELOS TRANSFIGURADOS Y EL INICIO DE UN CAMINO DE REDENCIÓN

El 30 de noviembre de 1974 tuvo lugar, en el viejo solar de Corrientes 2038 (sede, por entonces, de la Dirección de Cultura de la Universidad de Buenos Aires), la primera representación del que, un tiempo despés, pasaría a ser durante nueve años seguidos, el elenco oficial de teatro de la UBA.
Esa primera (y única representación) estuvo destinada a recrear un texto del año 1942, cuando había un elenco de teatro universitario en la Facultad de Derecho que dirigía el eminente Don Antonio Cunill Cabanellas. En esa oportunidad los profesores Carlos Biedma y Manuel Somoza habían adaptado el diálogo de Platón llamado “Fedón, o Del Alma”, que trata sobre los últimos instantes de la vida de Sócrates, obligado a tomar la cicuta bajo la acusación de “haber pervertido a la juventud con sus equívocas enseñanzas”.
Lo puse en escena con un grupo de actores profesionales, porque recién estaba en marcha la convocatoria a estudiantes de todas las carreras para integrar el todavía incipiente TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO que finalmente sería conocido como “el TUBA” y que concretó 1.163 representaciones en una época tan difícil y dolorosa de la historia argentina.
Conté con el vestuario cedido a duras penas por el Teatro San Martín, que había utilizado el elenco de “Las troyanas”, de Eurípides (en adaptación de Jean Paul Sartre), capitaneado por la gran María Rosa Gallo.
El escenario apenas tenía un simple entarimado, sobre el cual un ánfora griega de yeso (comprada en el barrio de Once), era el único detalle que nos remitía a la época. La música fue la de la imponente Segunda sinfonía (llamada “Resurrección”), de Gustav Mahler y sobre la pared del fondo del espacio escénico se proyectaron gigantescas fotografías de cielos “transfigurados”, que yo había tomado con mi cámara reflex desde la azotea del viejo edificio de la calle Pavón y San José, donde vivía mi ya extinguida familia.
Ayer, domingo 2 de marzo de 2013, asistí a una de esas experiencias transformadoras de lo más profundo del ser (como diría Mallea), que fue la transmisión en directo desde el Met de Nueva York al Teatro Auditorium de mi ciudad de adopción: Mar del Plata, de la última ópera de Richard Wagner “Parsifal”.
El regisseur François Girard utilizó un recurso (perdón por lo que voy a escribir) similar al que yo utilizara 39 años atrás, en aquella primera representación del TUBA: la proyección sobre el gigantesco ciclorama de fondo del Met de bellísimos cielos transfigurados, sirviendo de marco a una escena prácticamente despojada y a cantantes y coros vestidos con ropa de calle actual.
Fueron exactamente seis horas, que casi no se sintieron (comenzó a las dos en punto de la tarde y finalizó a las ocho de la noche), en las que los asistentes nos sentimos llevados a ese viaje de iniciación hacia la santidad del alma, que emprende ese simplote tonto llamado Parsifal.
Cientos, varios cientos de “simplotes tontos” (los jóvenes que se fueron sumando con el correr del tiempo a las trincheras también despojadas del Teatro de la Universidad de Buenos Aires), emprendieron (sin saberlo todavía) un viaje similar al de Parsifal aquel 30 de noviembre de 1974.
Una Universidad cerril, persecutoria del libre pensamiento, les clausuró ese viaje nueve años más tarde, en junio de 1983.
Yo confío, necesito confiar a punto de cumplir los 73 años, que otros jóvenes (PORQUE LOS JÓVENES SIEMPRE ESTÁN), emprenderán en algún momento nuevos viajes esperanzadores de nuevas transformaciones, desde un escenario instalado en algún lugar de esa misma Universidad, que alguna vez no supo ser guía orientadora de un derrotero tan pleno de pasión y altruísmo, como lo fue nuestro derrotero de nueve años, desde el TUBA y hacia la comunidad toda.

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