Un estudiante de Ciencias Económicas y una estudiante de Medicina, en una escena
de "Comedia de errores", de Shakespeare (TUBA, temporada de 1978)
La UBA es una universidad dispersa. Sus edificios se desparraman por
barrios muy alejados entre sí de la ciudad de Buenos Aires, con lo
cual es muy difícil instrumentar actividades que agrupen a alumnos,
docentes y personal no docente de las distintas Casas de estudio.
De un modo inesperado, el
TUBA (que empezó llamándose genéricamente TEATRO UNIVERSITARIO DE
BUENOS AIRES, con lo cual bien pudo no haber dependido de la UBA,
pero al que la UBA hizo “suyo” a partir del quinto año de
actividad permanente de este Centro de Drama, al exigir que figurase
como TEATRO “DE LA” UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES), el TUBA (estaba
diciendo antes de irme por las ramas), lo consiguió.
En
sus cuadros artísticos y escenotécnicos y en sus cursos
introductorios participaron estudiantes y hasta egresados de todas
las carreras dependientes del Rectorado de la UBA. Nunca llegué a
contar con una estadística que me revelase de qué carrera habían
llegado en mayor número; recuerdo que hubo muchos “futuros
abogados” y “futuros médicos”; también muchos “futuros
economistas” y “futuros arquitectos”. Lo cierto es que el TUBA,
además de ser un auténtico TEATRO DE REPERTORIO, fue también un
lugar de convocatoria participativa,
en una época en la que ambas cosas eran palabra prohibida por el
terrorismo de Estado imperante.
Fuimos
el primer teatro de repertorio estable desde la fundación de la UBA
en 1821 y el último hasta hoy, ya que en el ámbito del Centro
Cultural Rojas se hace teatro, pero a través de grupos no vinculados
entre sí, de permanencia circunstancial.
Los
repertorios del TUBA, que se exhibieron al público GRATUITAMENTE
durante nueve temporadas consecutivas (con un total de 1.163
representaciones entre noviembre de 1974 y septiembre de 1983),
abarcaron todas las corrientes estético-filosóficas del drama
representado, desde la remota antigüedad de un Esquilo, un Terencio,
un Sófocles o un Menandro hasta la inmediata contemporaneidad de un
Armando Discépolo, un Ramón del Valle Inclán, un Enrique Wernicke
o un Daniel Hadis (por entonces, estudiante de derecho en la UBA, que
escribió “El día que mataron a Batman”, uno de los textos más
irritantes, provocadores y audaces que el TUBA dió a conocer en toda
su historia, que sacudió a miles de jóvenes en la temporada de
1982, junto a “consagrados” en la cartelera alternativa de ese
año, como Chéjov, Pirandello, Ibsen o el irlandés John Synge).
Se
pudo hacer tanto desde el precario escenario de la sala de la planta
baja del arruinado edificio de Corrientes 2038; desde la sala
inventada, a modo de “espacio multívoco” (idea de Gastón
Breyer), en el vacío y gélido páramo de la cancha de pelota del
último piso de ese edificio o deambulando por tantos otros lugares,
como el cuartel de bomberos de Florencio Varela, los gimnasios y
aulas magnas de casi todas las facultades, el salón de actos de la
Universidad de Morón, el pabellón de las Américas de la
Universidad de Córdoba, la parroquia Santa María de Betania, el
Teatro Nacional Cervantes, el Regio de Colegiales, el Centro Cultural
San Martín, la Biblioteca Popular de Olivos o la Biblioteca
Argentina para Ciegos, el Centro Cultural de Tigre, el Teatro
Auditorium de Mar del Plata o un tablado en pleno campo en la
localidad de Chacabuco; sin presupuesto, sin paga de viáticos, sin
ayuda de ninguna naturaleza por parte del personal de la “dirección
de cultura” de la UBA, sin promociones periodísticas, televisivas
ni radiales... que uno no se explica porqué después del forzado
cierre del TUBA, en junio de 1983, no hubo nunca más, a lo largo de
estos 30 años que han venido sucediéndose, una suerte de
continuidad de aquel,
o un nuevo teatro de repertorio
en la Universidad de Buenos Aires.
Cuesta
aceptar (aunque nos orgullesca y al mismo tiempo nos apesadumbre),
que el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (conocido como “el
TUBA”), existió... sólo porque nosotros (los del TUBA),
existimos.
¿Qué
factor desalentador ha privado para que nadie, ningún funcionario
del área de cultura y extensión universitaria de la UBA, a lo largo
de estos ya definitivos 30 años de vida democrática en la
Argentina, haya pensado en convocar a los alumnos, docentes, no
docentes y graduados de todas las disciplinas académicas que dictan
las facultades y colegios dependientes del Rectorado de la UBA, para
recrear -como se hacía en el TUBA-, la vida de teatro dentro
del teatro, difundiendo además -sin propósitos comerciales ni
exitistas-, las obras siempre vigentes de un Molière, un Lope de
Rueda, un Francisco Deffilippis Novoa, un Nemesio Trejo o un ignoto
amanuense de las caballerizas llamado William Shakespeare...?
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