sábado, 6 de abril de 2013

EL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES EXISTIÓ, PORQUE NOSOTROS EXISTIMOS...

Un estudiante de Ciencias Económicas y una estudiante de Medicina, en una escena
de "Comedia de errores", de Shakespeare (TUBA, temporada de 1978)


La UBA es una universidad dispersa. Sus edificios se desparraman por barrios muy alejados entre sí de la ciudad de Buenos Aires, con lo cual es muy difícil instrumentar actividades que agrupen a alumnos, docentes y personal no docente de las distintas Casas de estudio.
De un modo inesperado, el TUBA (que empezó llamándose genéricamente TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES, con lo cual bien pudo no haber dependido de la UBA, pero al que la UBA hizo “suyo” a partir del quinto año de actividad permanente de este Centro de Drama, al exigir que figurase como TEATRO “DE LA” UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES), el TUBA (estaba diciendo antes de irme por las ramas), lo consiguió.
En sus cuadros artísticos y escenotécnicos y en sus cursos introductorios participaron estudiantes y hasta egresados de todas las carreras dependientes del Rectorado de la UBA. Nunca llegué a contar con una estadística que me revelase de qué carrera habían llegado en mayor número; recuerdo que hubo muchos “futuros abogados” y “futuros médicos”; también muchos “futuros economistas” y “futuros arquitectos”. Lo cierto es que el TUBA, además de ser un auténtico TEATRO DE REPERTORIO, fue también un lugar de convocatoria participativa, en una época en la que ambas cosas eran palabra prohibida por el terrorismo de Estado imperante.
Fuimos el primer teatro de repertorio estable desde la fundación de la UBA en 1821 y el último hasta hoy, ya que en el ámbito del Centro Cultural Rojas se hace teatro, pero a través de grupos no vinculados entre sí, de permanencia circunstancial.
Los repertorios del TUBA, que se exhibieron al público GRATUITAMENTE durante nueve temporadas consecutivas (con un total de 1.163 representaciones entre noviembre de 1974 y septiembre de 1983), abarcaron todas las corrientes estético-filosóficas del drama representado, desde la remota antigüedad de un Esquilo, un Terencio, un Sófocles o un Menandro hasta la inmediata contemporaneidad de un Armando Discépolo, un Ramón del Valle Inclán, un Enrique Wernicke o un Daniel Hadis (por entonces, estudiante de derecho en la UBA, que escribió “El día que mataron a Batman”, uno de los textos más irritantes, provocadores y audaces que el TUBA dió a conocer en toda su historia, que sacudió a miles de jóvenes en la temporada de 1982, junto a “consagrados” en la cartelera alternativa de ese año, como Chéjov, Pirandello, Ibsen o el irlandés John Synge).
Se pudo hacer tanto desde el precario escenario de la sala de la planta baja del arruinado edificio de Corrientes 2038; desde la sala inventada, a modo de “espacio multívoco” (idea de Gastón Breyer), en el vacío y gélido páramo de la cancha de pelota del último piso de ese edificio o deambulando por tantos otros lugares, como el cuartel de bomberos de Florencio Varela, los gimnasios y aulas magnas de casi todas las facultades, el salón de actos de la Universidad de Morón, el pabellón de las Américas de la Universidad de Córdoba, la parroquia Santa María de Betania, el Teatro Nacional Cervantes, el Regio de Colegiales, el Centro Cultural San Martín, la Biblioteca Popular de Olivos o la Biblioteca Argentina para Ciegos, el Centro Cultural de Tigre, el Teatro Auditorium de Mar del Plata o un tablado en pleno campo en la localidad de Chacabuco; sin presupuesto, sin paga de viáticos, sin ayuda de ninguna naturaleza por parte del personal de la “dirección de cultura” de la UBA, sin promociones periodísticas, televisivas ni radiales... que uno no se explica porqué después del forzado cierre del TUBA, en junio de 1983, no hubo nunca más, a lo largo de estos 30 años que han venido sucediéndose, una suerte de continuidad de aquel, o un nuevo teatro de repertorio en la Universidad de Buenos Aires.
Cuesta aceptar (aunque nos orgullesca y al mismo tiempo nos apesadumbre), que el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (conocido como “el TUBA”), existió... sólo porque nosotros (los del TUBA), existimos.
¿Qué factor desalentador ha privado para que nadie, ningún funcionario del área de cultura y extensión universitaria de la UBA, a lo largo de estos ya definitivos 30 años de vida democrática en la Argentina, haya pensado en convocar a los alumnos, docentes, no docentes y graduados de todas las disciplinas académicas que dictan las facultades y colegios dependientes del Rectorado de la UBA, para recrear -como se hacía en el TUBA-, la vida de teatro dentro del teatro, difundiendo además -sin propósitos comerciales ni exitistas-, las obras siempre vigentes de un Molière, un Lope de Rueda, un Francisco Deffilippis Novoa, un Nemesio Trejo o un ignoto amanuense de las caballerizas llamado William Shakespeare...?


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