UN HALLAZGO EN YOUTUBE: STANISLAVSKI
DIRIGIENDO UN ENSAYO DE MESA DEL "TARTUFO", DE MOLIÈRE
Casi de la misma manera
como él formó sus primeras agrupaciones de aficionados en el
mediocre ambiente teatral ruso de fines del siglo XIX, me tocó poco
menos que por casualidad dar inicio a la actividad de un difuso
“centro de drama universitario”, en medio del maloliente clima
ideológico de la dirección de cultura de la Universidad de Buenos
Aires, de mediados de 1974.
Había él nacido en
Moscú, un 5 de enero de 1863, con el nombre de Konstantin
Sergueievich Alekseiev. Radicado en su juventud en París, atendiendo
negocios de su padre, comenzó a mezclarse con la bohemia de las
compañías de artistas semiprofesionales, donde conoció a un actor
polaco a punto de retirarse llamado Stanislavski. Tanto como para no
desprestigiar el apellido paterno, adoptó ese de “Stanislavski”
para sumergirse en la “ilegalidad” de sus experimentos teatreros
con absoluta libertad.
Aquel incipiente “centro
de drama universitario”, nacido en la Argentina sin partida de
nacimiento en 1974, empezó a tomar forma, deambulando de un lado
para otro, hasta que su debut en el Teatro Nacional Cervantes en mayo
de 1976, con unas zafadas comedias de Terencio, Plauto y Menandro, le
permitió “autobautizarse” como TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS
AIRES.
De regreso en Moscú en
1888, el bohemio artistucho autobautizado “Stanislavski” se
aventuró a formar una “sociedad de artes y letras”, sin teatro
propio pero decidida a afrontar un REPERTORIO de calidad mediante la
realización de nuevos montajes cada semana...!
Con
similares ímpetus pero también sin sala propia ni apoyo de ninguna
naturaleza por parte de la Universidad donde había surgido, ya a
comienzos de 1977 el Teatro Universitario de Buenos Aires anunciaba
“repertorios en alternancia”, al mismo tiempo que se
instalaba (poco menos que a
los empujones), en la precaria sala del antiguo edificio
universitario de la avenida Corrientes 2038, donde antes, en la
década de 1960, había funcionado el prestigioso (y por eso mismo
abolido) Instituto de Teatro creado por Oscar Fessler.
Hacia
1897 el experimentador teatrero Stanislavski fue invitado a una
reunión con un dramaturgo y director escénico llamado Vladimir
Ivanovich Nemirovich-Danchenko. De esa charla en un lugar llamado
“Bazar Eslavo”, que según dicen duró catorce horas,
nació la idea de formar un “centro de drama” bajo la
revolucionaria denominación de TEATRO DE ARTE DE MOSCÚ ASEQUIBLE
A TODOS.
Quienes
tuvimos la iniciativa (sin reunión previa de catorce horas
mediante), de convertir al Teatro Universitario de Buenos Aires en un
auténtico TEATRO DE REPERTORIO, también decidimos, bajo nuestra
absoluta responsabilidad, que fuera un centro dramático asequible
a todos.
Tal
vez en esa decisión haya tenido origen nuestro divorcio con el
elitista criterio cultural de esa malhadada “dirección de cultura”
de la que nos tocaba depender y que nos terminó destruyendo, tras
nueve años de estéril (aunque encarnizada) lucha.
El
TUBA (así lo rebautizó el mismo público), se convirtió en un
teatro abierto a la comunidad, al que el público de todos los
sectores sociales pudo ingresar GRATUITAMENTE a las 1.163
representaciones que logró concretar en sus nueve años de vida en
continuidad.
A
la Universidad de Buenos Aires eso del acceso LIBRE y GRATUITO no le
caía nada bien. Insistían en que había que cobrar entrada, para "seleccionar" al público.
Todavía suenan en mis oídos de 73 años las voces
hostiles (y hasta burlonas), de aquellos jerarcas pedantes y de
aquellas abúlicas empleadas de la “dirección de cultura de la
universidad de buenos aires”, alegando que no concurrían a las
funciones del TUBA porque estaban colmadas de “gente sucia, mal
vestida y con facha de comunistas” (sic).
El
Teatro de Arte de Moscú sigue existiendo; el TUBA existió sólo
nueve años. No hay demasiados puntos en común entre uno y otro,
salvo en aquello del REPERTORIO. Desde los inicios el moscovita
apuntó al sistema del repertorio y así es como en su escenario han
estado Shakespeare, Ibsen, Gorki, Tolstoi, Molière, Goldoni, Chéjov,
Maeterlinck... mientras que en el modesto TUBA de la convulsionada,
aterradora Argentina de 1974 a 1983, estuvieron Esquilo, Sófocles,
Discépolo, Florencio Sánchez, Racine, Molière, Oscar Wilde,
Enrique Wernicke, Lope de Rueda, Juan Carlos Ghiano...
El
TUBA no era una escuela de teatro. Era un teatro donde los jóvenes
universitarios aprendían a hacer teatro desde la experiencia directa
sobre el escenario, montando obras de repertorio. Pero las teorías
que el teatrero Stanislavki elaboró prolijamente sobre el desarrollo
físico y emocional del actor (que erróneamente algunos definen como
“Método”), circularon permanentemente por los talleres internos
del TUBA, mecanografiadas a modo de apuntes de casi todos sus libros.
Hacen
pocos días se cumplieron 150 años del nacimiento de este ejemplar
hombre de teatro, cuyo sistema de trabajo en pos de la divulgación a
nivel popular del arte escénico, habitualmente restringido a las
minorías “informadas”, mucho contribuyó a solidificar, por
emulación, el empecinado criterio de PUERTAS ABIERTAS PARA TODOS que
logramos instalar desde el primero hasta el último día en el TUBA y
que hizo posible el ingreso (con ropa elegante o con ropa sucia) de
un promedio de 38.000 espectadores por temporada a los edificios de
la aristocrática Universidad de Buenos Aires, a la que (al menos en
aquella época), las señoras que acudían a las juras como médicos
o abogados de sus hijos lo hacian ataviadas con sombrero y vestidos
largos.
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