En tiempos del TUBA (el
Teatro de la Universidad de Buenos Aires), yo tenía un cargo en la
Dirección de Cultura de la UBA (que por cierto nunca desempeñé
sentado detrás de un escritorio), que era algo así como “jefe del
departamento de teatro”. Mi concurrencia a las oficinas de la calle
Azcuénaga era esporádica, alguna que otra tarde. No había nada que
hacer allí, porque allí nadie hacía nada. Lo común era que me
preguntasen: ¿Qué obra están dando...?, o ¿Cómo les fue con la
gira a Córdoba...?, uno o dos años después que esa gira se había
realizado.
Mi tarea concreta
comenzaba a eso de las siete de la tarde, todos los días de la
semana, invierno y verano, en
el viejo edificio de Corrientes 2038, y se prolongaba invariablemente
hasta pasada la medianoche.Los sábados y domingos llegaba bastante más temprano, a eso de las cuatro, acarreando un equipo de audio, un grabador, un proyector de diapositivas y un bolso con ropa de trabajo, libretos, apuntes... y un martillo.
¿Para que el martillo traído de la calle, si adentro, en el teatro, teníamos algunos más, convenientemente escondidos para que no se los robasen...?: Para abrir la pesada puerta herrumbrada del edificio, porque el sereno era sordo y además el timbre había dejado de funcionar mucho tiempo atrás.
Era así, tal cual: El “director titular” del Teatro de la Universidad de Buenos Aires tenia que abrir la puerta del edificio donde ese teatro funcionaba, a martillazos...!
Siempre hubo intentos de hacer teatro dentro de la Universidad, desde aquellos remotos antecedentes del elenco de la Facultad de Derecho que dirigía Antonio Cunill Cabanellas, en la década del cuarenta del siglo XX. Lo más recordable, años después, fue el Instituto de Teatro confiado a regañadientes al ilustre Oscar Fessler, que duró poco tiempo y no llegó a montar espectáculos y una suerte de secuela de él, que fue GEITUBA (Grupo de Egresados del Instituto de Teatro de la UBA), creado por Julio Piquer, que montó (si mal no recuerdo), “Corazón de tango”, de Juan Carlos Ghiano y “Yerma”, de García Lorca.
No hay dudas que la voluntad de divulgar teatro sin depender de los esquemas comerciales, desde los claustros de la Universidad, siempre estuvo a la orden del día. Ahora bien... pasar del plano de la voluntad al de los hechos... “that is the question”, como diría el dubitativo Hamlet.
Los nueve años de vida del TUBA (repito: el Teatro de la Universidad de Buenos Aires), fueron producto de una férrea VOLUNTAD por concretarlos, en medio de mucha incertidumbre y de una infernal parafernalia de impedimentos, trabas, ofensas, prohibiciones, amenazas... provenientes del seno de la propia Universidad; pero pasar del poemático idealismo de las voluntades a los decisivos HECHOS, de haber realizado 1.163 funciones con acceso gratuito para estudiantes universitarios y para público en general... más de cien montajes escénicos corpóreos... giras por el conurbano y el interior de la República... dando a conocer, en muchos casos por vez primera en Argentina, textos reveladores de Terencio, Oscar Wilde, Ramón del Valle Inclán, Jean Racine, Sófocles, Molière, Henrik Ibsen, Luiggi Pirandello, Esquilo, Anton Chéjov... eso sí que aparte de mucha VOLUNTAD requiere de mucha energía física y mucha, muchísima tosudez y empecinamiento.
Nuestro pasado en el TUBA (nueve difíciles pero gloriosos años), se hizo únicamente a fuerza de PREPOTENCIA DE TRABAJO.
Nuestro futuro...? Han transcurrido 30 años desde que el TUBA se cerró. El único futuro posible para aquella hermosa historia es que la Universidad de Buenos Aires se decida, de una vez por todas, a repetirla. (Repetirla y superarla).
Pero eso sí: Rindiendo homenaje de reconocimiento a su hasta hoy suprimida Memoria.
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