miércoles, 29 de febrero de 2012

SOBRE VIRGINIDADES, NACIMIENTOS, MUERTES... Y LOS AÑOS DE MIEDO Y SUEÑOS TRUNCADOS DEL TUBA


John Osborne le hace decir a su protagonista en “Recordando con ira” una frase que encierra un montón de significados: “Aquel que no ha visto morir a alguien es un caso grave de virginidad”.
Yo, Ariel Quiroga, (con el profundo cariño que siento por esa obra, que descubrí a mis 18 años, cuando la representaban Alfredo Alcón y María Rosa Gallo en el desaparecido Teatro Odeón, de Buenos Aires), me atrevo a cambiar esa frase de esta manera: “Aquel que no ha visto nacer ni morir un teatro...es un caso grave de virginidad”.
Antes de arribar a la Universidad de Buenos Aires en 1974 para crear el TUBA, lo que había experimentado habían sido unas cuantas muertes de unos cuantos teatros: la del Grupo “Los pies descalzos”, que dirigía Francisco Silva, mi primer director y maestro; la del Teatro “35”, de Callao y Corrientes, en donde hice nueve temporadas, algunas como actor y otras como director, estrenando obras tan importantes como “El viaje”, de Shehadé; “Magia roja”, de Ghelderode; “La Arialda”, de Testori; “Historia de Pablo”, de Pavese o “El profanador”, de Maulnier; la de “Nuevo Teatro”, la más valiente trinchera del teatro de compromiso social, en la que compartí horas transformadoras de mi conciencia junto a Pedro Asquini, Alejandra Boero, Héctor Alterio, Lucrecia Capello, Luis Alcalde, Américo Chandía, Lila di Palma, Enrique Pinti, Rubens Correa, Beatriz Grosso y tantos más...
Pero la experiencia de ver primero NACER y después MORIR un teatro la viví sólo en la Universidad de Buenos Aires, en ese centro de drama nacido de la nada más absoluta; portentosamente vivo y creciente durante nueve años seguidos y finalmente abatido, exterminado por la desidia, el ocultismo y la ferocidad detractora emanada de la propia Universidad.
Han pasado ya muchos años desde todas aquellas muertes, la de “Los pies descalzos”, la del Teatro “35”, la de Nuevo Teatro y finalmente la del TUBA. Esta última fue la más difícil de superar, porque al TUBA le dí VIDA y también le tuve que dar MUERTE.
Y en el TUBA encontré los hijos que en lo personal no fue dado engendrar. Aquellas chicas, aquellos muchachos que llegaban cansados de sus clases en la Universidad, pero que de movida se calzaban cada noche al llegar la ropa de fajina para abordar los ensayos programados o para empuñar los martillos, los serruchos o las agujas de colchonero, para construir con maderas usadas o con liencillos deshilachados los decorados, los vestuarios y la telonería de las obras del repertorio del TUBA... todos ellos fueron mis hijos.
Los ví balbucear los primeros textos que se le confiaban o trastabillar intentando las piruetas de sus primeras travesuras de comediantes... Cada año, al abrirse la convocatoria, nacian nuevos hijos y cada año se alejaban muchos otros, que desistían de la experiencia de hacer vida de teatro con el fin de dar mayor impulso a sus estudios para terminar sus carreras y recibirse de médicos, abogados, economistas, filósofos o agrimensores.
Y aparte de los hijos, estaban los amigos, los hermanos, que eran los espectadores, que aguardaban dos, tres o más horas en la vereda inhóspita de la calle Corrientes, confundiéndose con los que hacían la otra fila, para ingresar al cine Cosmos, que estaba al lado... Mucho antes de venirme a vivir a Mar del Plata hace cuatro años, hacía ya mucho tiempo que yo había dejado de deambular por las librerías y los bares de ese lado de Corrientes, entre el obelisco y Callao. Toda mi juventud, a partir de los 16 años (la edad en la que empecé en los conjuntos vocacionales de barrio), las madrugadas las había pasado en esa parte de la Ciudad, en la que tantos sueños se partieron en mil pedazos cuando el terror de las racias se hizo costumbre, a mediados de los setenta.
Hoy, en esta Argentina del 2012, en que algún imbécil mete un comentario en el “ilustre” diario La Nación y llama a la Señora Cristina, nuestra corajuda Presidenta, “la yegua bipolar” (y se lo publican como si tal cosa), ninguno de los jóvenes que circularán por los pasillos y aulas del Centro Cultural Ricardo Rojas (o sea: por las misma calle, por la misma vereda donde el TUBA tenía su mugrienta sede llena de ratas), debe saber lo que es el miedo a ser “chupados” y es probable que nunca vea morir un teatro, como los que vimos morir al TUBA.
El Centro Cultural Rojas tiene, afortunadamente, larga vida por delante, porque la democracia en la Argentina tiene, merced al sacrificio de tantos inocentes, asegurada su perennidad. Pero eso sí: estos jóvenes de hoy, asegurados contra la muerte, corren el riesgo de convertirse en “casos graves de virginidad”. Que se apresuren a perderla, no viendo morir, sino viendo NACER un nuevo TUBA, del que dentro de 30 años puedan sentirse orgullosos de haber sido progenitores.
Acostumbro, como habrán visto, a poner en cada uno de estos devaneos de mi memoria, alguna foto de las que han quedado de los espectáculos montados por el TUBA durante sus nueve años de vida. Aquí, en este capítulo, las que me parecieron más apropiadas son tres de Gustavo Lespada, que en 1977 protagonizó las 83 funciones de “La ofensiva” de Martha Lehmann. Él tenía entonces alrededor de 23 años y según supe después, había escapado de Uruguay por sus ideas políticas, por entonces consideradas “extremistas”. Me enorgullece poder insertar a continuación algunas líneas de su importante historial:
Gustavo Lespada: Investigador, licenciado en letras por la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado varios libros de poesía. Es miembro del consejo de redacción de la Revista Enclaves, editada por el Departamento de Docencia del Hospital Borda y de la revista virtual Everba (Berkeley, Estados Unidos). Ha participado en numerosos congresos nacionales e internacionales sobre literatura. Recibió el premio Juan Rulfo 2003 en la categoría ensayo literario por su trabajo sobre “Las cartas que no llegaron”, de Mauricio Rosencof. Fue distinguido por la Honorable Cámara de Diputados de Argentina en reconocimiento a su labor profesional en el campo de la cultura, en 2004. En 1997 fue premiado por la Academia Nacional de Letras de Uruguay por un ensayo sobre “Nadie encendía las lámparas”, de Filisberto Hernández.
Querido, recordado Gustavo, que hiciste también de Don Quijote en aquel espectáculo sobre el teatro popular español del Siglo XVII... te acordás de tus años del TUBA, o tantos méritos y honores te los han hecho olvidar...?

1 comentario:

  1. Sabés que no tenía mucha idea de la existencia del TUBA. Actores muy importantes le deben mucho por lo que veo. Yo tengo ganas de empezar teatro. Me estuve fijando si cerca de los apartamentos en Palermo que pienso alquilar hay alguna escuela de teatro. Sería buenísimo!
    Lore

    ResponderEliminar