domingo, 5 de febrero de 2012

MEJOR ES UN DÍA DE LEÓN...QUE CIEN DE OVEJA...!!!


En medio del clima opresor, asfixiante, de 1978 (uno de los más tenebrosos años de la dictadura militar en la Argentina), el TUBA se atrevió a montar una obra cuyo protagonista era un jóven rebelde, lúcido, inconformista, descreído de los llamados “valores tradicionales”, enojado con la pasividad de su entorno familiar, ajeno a los llamados del “amor para toda la vida” y alerta ante las trampas del sexo y sus consabidas urgencias.
Mostrar un personaje con esas características en el escenario “oficial” de una Universidad asfixiada, inerte, reprimida y atiborrada de esbirros y delatores como los recovecos del palacio de los Borgia, era todo un alarde de imprudencia, casi de necedad. Por qué lo hice...? Por qué lo hicimos...?
Bueno...nos amparábamos, como tantas otras veces hubo que hacerlo, en la “coraza de impunidad” que nos proporcionaba el venerado prestigio del autor: nada menos que Don Armando Discépolo, con seguridad el mejor dramaturgo argentino, el que desde sus grotescos de estilo pirandeliano había sabido calar hondo en la idiosincracia de los desposeídos, los olvidados, los seres grises y aniquilados por la chatura, desintegrados por el desarraigo y la añoranza de una Europa dejada atrás en pos de la promesa incumplida de una ilusoria prosperidad en suelo americano.
“Relojero”, estrenada en 1934, había sido la última obra escrita por Armando Discépolo, quien moriría en 1971 consagrado como un hombre de teatro cabal, austero, éticamente indoblegable y (como dijera Milagros de la Vega en sus memorias), “orgullosamente pobre”.
Quien podía sospechar que el montaje de “Relojero”, de Discépolo, por el Teatro de la Universidad de Buenos Aires... escondía un sagaz, corajudo mensaje trasgresor frente a la ficticia realidad que se trataba de hacer figurar desde el Estado: esa Argentina que supuestamente era “derecha y humana”...?.
Los represores que anidaban en cada dependencia de la Universidad sólo estaban alertas ante el menor atisbo de “insurrección” por parte del estudiantado, que era sometido al vejámen de la revisación (del manoseo), de sus cuerpos y sus libros y útiles cada vez que ingresaba o se retiraba de los edificios de las Facultades.
Esos represores, (los que estaban dentro de la Dirección de Cultura de la cual el TUBA dependía) no tenían, por fortuna, la menor idea de quien había sido Armando Discépolo. Su apellido no sonaba “a judío”, no tenía antecedentes “de zurdo” y hasta podían llegar a pensar que era “el de los tangos” (en realidad, su hermano Enrique Santos).
“Relojero” se dió varios meses a sala colmada en la sede del TUBA, en Corrientes 2038 y fue llevada con todo su mastodónico decorado a cuestas a la Facultad de Derecho (el mismo día en que había una jura, con señoras que ingresaban con vestidos largos como para ir a una velada del Colón), donde los futuros abogados aplaudieron a rabiar, conmovidos por el sacudón que les había penetrado en sus conciencias, adormecidas por el terror dictatorial, a través de la voz temblorosa, desgarrada, de aquel jóven, recién inciado actor universitario, que clamaba a grito pelado como queriendo hacer trastabillar todas las convenciones y todas las absurdas imposiciones de “verdades reveladas”: “MEJOR ES UN DÍA DE LEON, QUE CIEN DE OVEJA...!!!!”.
Gracias, querido, recordado Daniel Toppino (hoy en día consagrado actor profesional), por aquella voz tronante, demoledora, con que proferías esa y todas las demás frases sublevadoras de tu personaje... en un tiempo tan aciago para tantos otros jóvenes que habían hecho de la sublevación un ideal sostenible aun con la vida.

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