lunes, 28 de junio de 2010

EL TEMIBLE RIESGO DE LOS ENSAYOS PARA UNA DIRECCION DE CULTURA

Corría marzo de 1975. A fines del año anterior había tenido lugar la primer convocatoria a integrar el futuro elenco del Teatro Universitario de Repertorio (así lo había presentado como proyecto en agosto de 1974 y así me había sido aprobado, sin saber los de Cultura de la UBA de qué se trataba).
En la sala de Corrientes 2038 –la futura sede del TUBA y hoy sede del Rojas-, yo daba clases que en realidad eran charlas informales, todas las noches, entre las 20 y las 23:30, con los que quisieran asistir. Nunca había menos de ciento veinte o ciento cincuenta concurrentes, lo cual colmaba prácticamente la capacidad del pequeño recinto.
Siguiendo las enseñanzas de Jean Louis Barrault desde sus libros de memorias; de Francisco Silva, mi director de Los Pies Descalzos; de Alejandra Boero y Pedro Asquini, mis venerados patriarcas de Nuevo Teatro y del infatigable Peter Brook (cuyas teorías sobre “El espacio vacío” me sabía de memoria), yo buscaba imbuir a aquellos jóvenes de la jocunda alegría de respirar noche a noche la sacrosanta tierra de los escenarios, de buscar en cada exploración de un texto la verdad profunda del espíritu humano (estoy citando a Stanislavski), de sentir la plenitud de apasionarse por todo y al mismo tiempo, no aferrarse a nada...porque el teatro –como dice Barrault-, no es otra cosa que “el arte de lo efímero”.
Entretanto, había presentado a la Dirección de Cultura el esquema de lo que sería el primer repertorio. Estaban: “La montaña de las brujas”, de Julio Sánchez Gardel; “El jardín de los cerezos”, de Antón Chéjov y “Tu cuna fue un conventillo”, de Alberto Vaccarezza.
Alguien me dirá: “Pero no era un despropósito pensar en montar “El jardín de los cerezos” con un elenco de principiantes...?”, y sin embrago yo recuerdo una puesta muy lograda, a fines de los años cincuenta, en el teatro Candilejas, dirigida por Clara Fontana, con un elenco de aficionados muy jóvenes todos, entre los que estaban el hoy periodista y hombre de pensamiento político Miguel Bonasso.
Cuando insistí para que me lo aprobaran, apareció la primera de las aberrantes censuras a las que me vería sometido de ahí en adelante. “Para qué tiene tanto apuro con que le aprobemos el repertorio...?” –me preguntó uno, que hacía las veces de Subdirector de Cultura-. “Para poder empezar los ensayos”, contesté con toda naturalidad. “Ensayos...?” –se le transformó la cara, como si le hubiera dicho: “Para poder empezar las acciones terroristas”-. “Ah, no...!” –exclamó de inmediato el tal Subdirector o lo que fuese-, “Ensayos por ahora no...es peligroso…!”.
Peligroso...? Qué podía tener de peligroso que el grupo comenzase a ensayar las obras de un repertorio...?
“No, nada de ensayos, Quiroga, por favor. Siga como hasta ahora, dándoles charlas. Yo he visto que eso los mantiene muy entusiasmados”, fue el corolario de la negativa. Evidentemente, lo que buscaban era que el teatro “pareciese” existir, pero que no existiese.
Mientras todo quedase entre las cuatro paredes de la Dirección de Cultura, nadie de afuera se iba a enterar. Pero si se empezaban a ensayar obras, (estoy tratando de imaginar lo que pasaba por aquellas mentes), en algún momento alguna de esas obras se iba a estrenar y entonces el Teatro iba a tomar estado público…y en qué podía terminar todo eso…?
Justamente: en lo que terminó, con cientos de funciones por año, con miles de espectadores accediendo gratuitamente a ver a Chéjov, a Discépolo, a Molière, a Valle Inclán, a Terencio, a Florencio Sánchez, a Esquilo, a Sófocles, a tantos “peligrosísimos” divulgadores de ideas “perniciosas” sobre la condición humana.
El enfrentamiento que acabaría con el cierre del TUBA, en junio de 1983, empezó allí, con ese “Ensayos...? Por ahora no, es peligroso”. De ahí en más, por espacio de nueve años seguidos, la Universidad por su lado trataría de impedir día tras día que el teatro existiese y Ariel Quiroga y sus huestes del TUBA, por el suyo, trataríamos de lograr que el teatro siguiese existiendo a toda costa.
Y para eso, ensayamos, ensayamos, ensayamos, ensayamos, ensayamos…

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