domingo, 25 de noviembre de 2012

EL “TAMAÑO” DE LO REALIZADO, O LA DIFERENCIA ENTRE “ÉXITO PERSONAL” Y “ÉXITO COMUNITARIO”

A partir de los diecisiete años, cuando comencé mi vida en el teatro en el elenco barrial llamado “Delfos”, hasta los cuarenta y seis, cuando con el cierre del TUBA decidí dar por finalizada mi “carrera” de hombre de teatro (aunque seguí haciendo algunas cosas durante algunos años más), mi contribución al mundo de la escena tuvo un mérito por encima de cualquier otro que pudiera adjudicársele: LO REALIZATIVO.
Aprendí, experimenté, maduré, tuve épocas de “triunfo”, épocas de rotundos fracasos, pero siempre haciendo cosas, sin parar un solo día, en esa desesperada ansiedad por realizar, como si la vida fuese a terminar al día siguiente, agotando todas las reservas de energía como el atleta que sabe que está corriendo su última carrera.
A partir de 1964 dió comienzo mi actividad “profesional”, montando obras riesgosas (como “El jugador”, de Ugo Betti, que Buenos Aires había conocido a través del gran Vittorio Gassman, en su idioma original, en el desaparecido teatro Odeón) y fue recién en 1967 cuando mi puesta en escena de “El viaje”, del libanés Georges Schehadé, me consagró como “el director de moda”, al que era imprescindible brindarle todos los elogios posibles.
(En la imagen, arriba a la izquierda, una de las tantas notas en las que aparecía mi nombre y mi fotografía: Guillermo de la Torre, yo, Jaime Jaimes y Alicia Berdaxagar en el anuncio del estreno de una obra de Jacques Audiberti, en el Teatro de la Alianza Francesa, año 1964).
Después vino el desgaste; un crítico de “La Nación” llegó a escribir en sus venerables páginas: “Estoy harto de los espectáculos de Ariel Quiroga”. Más prudente, pero con parecida impiedad, Rómulo Berruti sentenció en Clarín: “Creo que ha llegado el tiempo de la reflexión para el ocupadísimo Ariel Quiroga”. ¡Qué va...!. A mí, como a la indomable Cristina Presidenta de hoy, “no me apretaba” ni frenaba nada ni nadie.
En el medio de todo ese trajín de hasta seis espectáculos en una misma temporada (1968, 1969), había estado la experiencia de Nuevo Teatro, al lado de Alejandra Boero, Pedro Asquini, Alterio, Pinti y tantos obreros más de la noble faena del teatro de compromiso social sin concesiones al mercantilismo... hasta que en 1974, cuando empezaba a sentir que ya lo había hecho todo (“Mal o bien, pero de prisa”, como exigía Barrault), apareció inesperadamente el proyecto TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, a partir de una entrevista a la que fui de mala gana, con un ignoto “director de cultura” de la UBA.
Y empezó a partir de allí lo que habría de ser mi genuina, mi apasionada, mi definitiva REALIZACIÓN para el teatro: el TUBA (lo que se inició como TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES y a partir de su quinta temporada, por exigencia de la propia Universidad, debió figurar en gacetillas y programas como TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES).
No volví a ver mi nombre en los diarios casi todos los días. Había una sección en la página de espectáculos de Clarín, llamada “Charlas de vestíbulo”, en la que siempre se habían ocupado con demasiada asiduidad de mis “intríngulis” con figuritas y figurones del ambiente actoral. Para nada les interesó en lo sucesivo lo que yo hacía (o no me dejaban hacer), en el Teatro de la UBA. ¡Cuánta pavada junta...!.
El TUBA pasó a ser mi ignota trinchera de combate durante los siguientes nueve años. Si por casualidad volvía a andar por la calle Corrientes, buscando textos para hacer en el TUBA en los polvorientos anaqueles de Moro, al encontrarme con algún viejo conocido del “mundillo” teatral, era común que se me preguntase: “Ariel, estabas en Buenos Aires... pensaba que te habías ido del país, como no se supo nada más de vos...”. Y con mucho orgullo (y cierto aire de soberbia también), yo les contestaba: “No me fui. Estoy aquí, a pocas cuadras, en Corrientes 2038, en el Teatro Universitario de Buenos Aires. Hacemos funciones todos los fines de semana y viene muchísima gente a vernos... no como antes, que a pesar de las buenas críticas, los espectadores los contábamos con los dedos de una mano y media”.
La diferencia de “tamaño” entre lo realizado por mí antes del TUBA y durante el TUBA, sin necesidad de abundar en mayores explicaciones, está dada por lo que a partir de estos últimos tres años (que son los de mi ingreso a la década de los setenta años), he necesitado volcar en los dos blogs (www.arielquirogacompromisoconlavida.blogspot.com) y www.arielquirogatuba.blogspot.com, en los que intento dejar testimonio para un improbable futuro de lo que fue mi modesto (aunque ferozmente combativo) pasar por este atribulado mundo.
Basta comparar el tamaño del contenido de uno y otro blog, para comprender lo que significó la posibilidad de haber concretado un TEATRO DE REPERTORIO en la Universidad de Buenos Aires, durante nueve años seguidos, a pesar de que la Universidad de Buenos Aires no haya querido reconocer su existencia durante sus gloriosos nueve años de desafiante existencia, ni en estos treinta años que siguieron a su injusta desaparición.
Si de algo pudiera servirle esta reflexión a los jóvenes que hoy andan pensando en dedicarse a algo relacionado con el hecho teatral, les digo que no vale la pena esforzarse por alcanzar éxitos personales, tan efímeros como los de aquella época en la que mi nombre salía todos los días en las “Charlas de vestíbulo” de Clarín.
Por el contrario, cuanta satisfacción, cuanto agradecimiento interior por lo que se ha vivido, se siente dentro de uno al evocar la otra época, de la que los diarios no se ocupaban, pero que fue la que contó: la del ÉXITO COMUNITARIO en el por siempre jóven Teatro Universitario de Buenos Aires.
El verdadero ÉXITO COMUNITARIO: la sala del TUBA,
en el viejo edificio de Corrientes 2038 donde actualmente está
el Centro Cultural Rojas, colmada de público de todas las edades,
pero fundamentalmente jóvenes






sábado, 24 de noviembre de 2012

SI EL TUBA NO HUBIESE EXISTIDO...

La existencia, durante nueve años seguidos (entre fines de 1974 y mediados de 1983), del único TEATRO UNIVERSITARIO en la historia de 191 años de la Universidad de Buenos Aires, debería haber merecido ya un análisis sociológico y sociocultural, evitado hasta hoy por todas las instancias que habitualmente intervienen en este tipo de temas.
Es probable (y hasta entendible), que el lapso en el que la historia del TUBA transcurre (1974 – 1983), conduzca en forma directa a una connotación con el mismo lapso en el que el exterminio ejercido desde el Estado obró con atroz impunidad.
Ahora bien: Que el TUBA no pactó ideológicamente con la Universidad en la que nació (y tuvo que morir), lo demuestra sin necesidad de exhaustiva búsqueda, el ideario de pensamiento que surge de su repertorio, hecho público a través de 1.163 representaciones con entrada libre y gratuita.
Pero si hiciera falta apelar a la consulta de elementos de documentación fehacientes, están las cartas dirigidas por su director-fundador (Ariel Quiroga), a los señores Rectores, Secretarios, Directores de Cultura, empleados subalternos y hasta ordenanzas de la Universidad de Buenos Aires; a la Asociación Argentina de Autores (Argentores); a miembros de número de la Academia Argentina de Letras y a los medios periodísticos escritos y radiales, exponiendo las carencias, trabas, persecuciones, prohibiciones y amenazas a las que fue sometido el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, desde diversos ámbitos (la Dirección de Cultura fundamentalmente), de la propia Universidad de Buenos Aires.
Aclarado esto (que no es moco de pavo), cabe preguntarse, a esta altura del enorme espacio en la web ocupado a partir de febrero de 2010 por este Blog, destinado a dejar testimonio de la existencia de aquel Teatro Universitario llamado “TUBA”, cuan importante (y hasta necesario) fue que el TUBA haya existido.
Los centros de estudiantes estuvieron clausurados en los años precedentes a la dictadura y durante ella, pero más allá de esa circunstancia temporal, tampoco ha tenido la Universidad de la postdictadura un ámbito de convergencia, donde los estudiantes, docentes, no docentes y graduados de las diferentes disciplinas científicas y humanísticas curriculares puedan encontrarse, dialogar, compartir inquietudes, convivir y presentarse a través de una actividad común al resto de la sociedad.
En el TUBA, pese a la terrorífica opresión reinante, eso fue posible.
No cuento con manera de elaborar hoy una estadística, ya que las miles de planillas de inscripción en los planteles del TUBA, a partir de la primer convocatoria de fines de 1974, quedaron en poder de la Dirección de Cultura al cerrarse el TUBA en junio de 1983... y seguramente no sobrevivieron a la prolija tarea de destrucción de todo lo vinculado a su historial.
Siempre menciono la cifra de “aproximadamente 1.600” como el número de inscriptos para participar en el TUBA en sus talleres actorales y escenotécnicos. Cuántos de ellos provenían de Medicina, de Derecho, de Letras, de Ciencias Económicas, de Arquitectura, de Filosofía, de Ciencias Exactas, de Psicología, de Veterinaria, de Odontología, de escuelas oficiales o privadas de teatro, de conjuntos “filodramáticos” de barrio, de coros parroquiales de la ciudad y el conurbano, de talleres literarios de bibliotecas o incluso de los ciclos secundarios del Carlos Pellegrini y el Buenos Aires... imposible saberlo.
Los nombres que permanecen en mi memoria de los que estuvieron más tiempo en la compañía, participando como actores, como iluminadores, como acomodadores de sala, como repartidores de volantes callejeros, como carpinteros, como organizadores de talleres de investigación dramática, como escenógrafos, como vestuaristas, como musicólogos, como acarreadores de decorados por la calle de una facultad a otra, como barredores de sala e higienizadores de los baños para el público, como traductores de textos de Racine o Goldoni (casos concretos de “Fedra” y de “El teatro cómico”, estrenada la primera y no dada a conocer nunca la segunda), como tiradores de cables de electricidad desde el tablero de la planta baja hasta el gimnasio abandonado del último piso de Corrientes 2038, como directores escénicos de obras del repertorio (“Los gorriones”, “Chejoviana”, “El zoo de cristal”, etc.), como copiadores de libretos en las viejas máquinas Olivetti, como teloneros, como ejecutantes de violín o de instrumentos de percusión, como visitantes noctámbulos en los programas de radio para tratar de conseguir un poco de difusión, como tantas y tantas cosas más... me llevan a acordarme de los futuros abogados, los futuros economistas, los futuros médicos, los futuros agrimensores y hasta los futuros jueces, porque en el TUBA participaron jóvenes con futuro o sin él; con familiares cercanos desaparecidos o habiendo permanecido ellos mismos en centros de detención ilegal; con madres que nos traían empanadas los domingos o con hijos muy chicos que cuidar; con días y hasta semanas sin pegar un ojo para terminar una entrega de arquitectura o con enormes libracos bajo el brazo para dar un parcial de derecho o de medicina, mientras se maquillaban para representar a Discépolo o a Valle Inclán en un rinconcito entre los telones del escenario, porque en el TUBA no había “camarines de actores”; con resfrios y fiebre, pero saliendo igual por las calles a repartir folletos de anuncio de las funciones gratuitas, en las puertas del cine Arte o del teatro San Martín, siempre seguidos de cerca por algún autito sin identificación...
Si el TUBA no hubiese existido, tantos cientos de jóvenes (integrantes de esa generación diezmada de los setenta) no hubieran tenido donde encontrarse, conocerse, hablar en secreto de lo que estaba pasando, compartir sus proyectos de vida, sus miedos, sus ansias, sus frustraciones, sus pequeños o grandes logros personales, sus sueños...
El TUBA no fue solamente un teatro, aunque desde su precario escenario se proyectó hacia la comunidad tanto teatro.
Bajo la máscara de la comedia o de la tragedia hubo cientos, tal vez miles de rostros reales que pudieron mostrarse a la luz, unos a otros, en medio del oscurantismo reinante.
Alguien debería advertir que, si bien la Argentina goza desde hace mucho de una democracia plena, ininterrumpible por siempre jamás, no estaría de más que la Universidad de Buenos Aires volviera a tener un ámbito participativo para los jóvenes provenientes de todas las disciplinas, como lo fue el TUBA en tiempos de dictadura.
(Fotos: "La marquesa Rosalinda", de Valle Inclán (Temporada 1981) y "La ofensiva", de Martha Lehmann (Temporada 1977). Máscaras y rostros de los jóvenes intérpretes del TUBA).


sábado, 17 de noviembre de 2012

EL CENTRO CULTURAL ROJAS DE LA UBA: EL LUGAR DONDE MUEREN LOS MAMÍFEROS

 
Durante decenas de años he tratado de buscar en la sede del Centro Cultural Rojas una respuesta a la negativa, a partir de su creación en el mismo lugar donde había estado durante nueve años seguidos el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (el edificio remodelado de la Av. Corrientes 2038), frente a la posibilidad de que el TUBA volviese a existir.
De comiezo, allá por 1985 o antes (el TUBA se había tenido que cerrar en 1983) fueron las autoridades puestas por el gobierno radical las que me dijeron “NO” tajantemente.
El falaz argumento fue que “nosotros habíamos estado durante la dictadura militar”. Considero que es la historia misma del TUBA, expuesta con lujo de detalles en los cientos de capítulos de este Blog a partir de febrero de 2010, la que desmiente la velada o concreta “complicidad” que ese “ustedes estuvieron durante la dictadura militar” pretendía adjudicarnos.
Con el correr del tiempo, las autoridades y jefes de áreas del Rojas fueron cambiando. Entonces empezó otro tipo de argumento para justificar la negativa a que el TUBA volviese a existir: “Nosotros no sabemos nada de ese teatro; aquí no hay ningún antecedente de su existencia”.
Lógicamente, no lo había. Al Rojas yo había llevado en sucesivas ocasiones montones de programas, fotografías, soportes filmados y soportes de audio, reseñas, crónicas periodísticas...pero alguna mano anónima se debe haber encargado de destruir y tirar a la basura todo ese material.
Parafraseando el título de esa estupenda obra del chileno Jorge Díaz, escrita en 1963, el Rojas ha sido para la heroica historia del TUBA, una suerte de LUGAR DONDE MUEREN LOS MAMÍFEROS...
Ahora, a partir de febrero de 2010, está el Blog, con sus 258 capítulos (o “entradas”), que arrancan el 17 de febrero de 2010, con el capítulo titulado “SENTIDO DEL TEATRO HECHO CON JÓVENES UNIVERSITARIOS” hasta el inmediatamente anterior a este, fechado el 15 de noviembre de 2012, titulado “ECOS SONOROS DEL TUBA: “RELOJERO”, DE DISCÉPOLO, EL ESPECTÁCULO QUE LOS CHICOS DE SAN JUSTO HUBIERAN PAGADO “A PRECIO DÓLAR”.
Podrán los directivos y jefes de área actuales del Rojas seguir argumentando que “no saben qué fue aquello del TUBA” como para mantenerse en la negativa (en absoluto vinculante con la historia del TUBA), respecto de que pueda volver a existir en la Universidad de Buenos Aires un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO...?.
Los teatros universitarios existen desde hace siglos. Existen desde que empezaron a existir las universidades. En el Siglo XX, el ejemplo más recordable es el de “La Barraca”, de Federico García Lorca (del que me he ocupado varias veces a lo largo del Blog).
Hoy, en el evolucionado tecnológicamente Siglo XXI, los teatros universitarios están en todos los lugares del planeta donde haya una Casa de Estudios Superiores, y está la AITU (La Asociación Internacional del Teatro Universitario, con sede en Bélgica)... menos (incomprensiblemente “menos”) en la Universidad de Buenos Aires...
El Centro Cultural Rojas alberga todo tipo de disciplinas vinculadas al quehacer artístico. Nadie con dos dedos de frente podría interponer críticas a su expansivo accionar. Ante tan dinámica propuesta de posibilidades, sólo cabe una pregunta (y hasta la obligación de que desde el Rojas se dé de una vez por todas una respuesta): POR QUÉ NO PUEDE HABER UN TEATRO UNIVERSITARIO EN LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, DENTRO DEL ROJAS O FUERA DE ÉL...?.
Podrían preguntarme: “Señor Quiroga, usted hizo un Teatro Universitario durante nueve años; por qué tiene tanta necesidad, a sus años, de que vuelva a haber teatro universitario en la UBA...?
Y yo respondería: “Para que la historia del TUBA tenga un sentido de continuidad”.
Por si todavía hiciera falta, para ilustrar a los directivos y jefes de área del Rojas sobre los logros conceptuales y visuales del TUBA en relación con su extensa producción escénica a lo largo de nueve años de ininterrumpida labor, va a continuación un resumen de imágenes de sus más de cien espectáculos, convocantes de un público multitudinario, que tuvo oportunidad de asistir a los mismos en forma GRATUITA:

 


jueves, 15 de noviembre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: “RELOJERO”, DE DISCÉPOLO, EL ESPECTÁCULO QUE LOS CHICOS DE SAN JUSTO HUBIERAN PAGADO “A PRECIO DOLAR”

No es una broma eso del "precio dólar". Durante la temporada de “Relojero”, de Armando Discépolo en el Teatro de la Universidad de Buenos Aires (año 1978), vino a nuestra sala de Corrientes 2038 un contingente de chicos de una escuela primaria de la localidad de San Justo, en la provincia de Buenos Aires.
He hablado varias veces a lo largo de este Blog de la importancia de esa obra, escrita en 1934 pero con enorme vigencia todavía, puesto que trata un tema siempre actual: el rechazo de los hijos jóvenes a la forma de vida que sus padres tratan de imponerles, aferrados a la cautelosa teoría de que “hay que tratar de vivir como Dios manda”.
Lito, el hijo menor de ese padre taciturno, encorvado por su trabajo paciente de arreglar relojes, no acepta que la vida deba ser un sendero de resignado costumbrismo; apuesta al inconformismo y al riesgo de preferir “UN DÍA DE LEÓN ANTES QUE CIEN DE OVEJA”...!.
Los chicos de San Justo no quedaron indiferentes a ese enfoque transformador de la realidad que Discépolo propone en lo que habría de ser su último legado para la escena y en una revista casera que editaban en su colegio, que se llamaba “Nosotros”, escribieron: “Hemos visto “Relojero” en el Teatro Universitario y nos ha gustado mucho. El maestro no está de acuerdo, pero creemos que Lito es el que tiene la razón al pensar como piensa. Queremos que los demás grados vayan a verla, porque encima es gratuito, PERO VALE MÁS QUE SI LA ENTRADA HUBIERA QUE PAGARLA A PRECIO DÓLAR”.
¡Qué maravilla...!!! Cuánto hacíamos por difundir ideas nuevas desde nuestro humilde escenario del TUBA, aun en medio de una época tan oscura como la que se vivía en la Argentina en 1978...
Por entonces nos invitaron a un programa radial, por LRA Radio Nacional. La grabación tomada al aire de ese programa ha quedado un tanto ruidosa, pero así y todo considero que es un testimonio todavía válido hoy en día, a fines de 2012, para seguir demostrando a aquellos “que no quieren oir ni aceptar”, lo que significó esa esforzada, heroica existencia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires (el TUBA) entre 1974 y 1983... los años del Horror y los años en los que unos 1.600 jóvenes universitarios apostaron al Teatro como resorte alertador y movilizador de la conciencia colectiva.

sábado, 3 de noviembre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: AQUEL DOMINGO 5 DE JUNIO DE 1983: EL ÚLTIMO DÍA DE LA HISTORIA DE NUEVE AÑOS DEL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES...

Había estado haciendo mucho frio. El público de Buenos Aires, que siempre colmaba nuestra sala de Corrientes 2038 (el viejo barracón donde hoy, remodelado, está el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas de la UBA), no llegaba a ocupar las últimas filas de butacas. Dos días antes, el viernes 3 de junio, yo había presentado mi definitiva renuncia en la mesa de entradas del Rectorado.
El motivo...? Un mes atrás había muerto mi madre, mi única familia por entonces. El día de su inhumación en Chacarita, había concurrido a dictar la clase del Curso Regular de Drama.
Teníamos pendiente una invitación para realizar una breve temporada de quince días en el Teatro Auditorium de Mar del Plata, en donde habíamos estado el año anterior, un sábado de octubre, ofreciendo dos espectáculos en una velada interminable pero gloriosa: “El día que mataron a Batman”, de Daniel Hadis (estudiante de derecho e integrante del TUBA) y “Stéfano”, el grotesco de Armando Discépolo que representamos dos años seguidos, en 1981 y 1982.
En Mar del Plata íbamos a estrenar un texto del teatro nacional que hoy, fines de 2012, no se ha estrenado todavía: “El gajo de enebro”, de Eduardo Mallea y otro texto francés, tampoco conocido aun en nuestro país: “Fantasio”, de Alfred de Musset.
Ese viernes 3 de junio, pasado el mediodía, me había llegado la última respuesta del entonces Director de Cultura, Dr. Jorge Luis García Venturini: “Arréglense como puedan; pasajes y viáticos para el Teatro no hay, porque ustedes no son personal rentado de la Universidad”.
“Arréglense como puedan”, esa era la respuesta de la Universidad de Buenos Aires para los integrantes del elenco de teatro que llevaba su nombre y su emblema desde hacía nueve años.
Qué otra cosa se podía esperar de una Universidad que nos había dejado al abandono siempre; que nos había hostigado, perseguido, censurado y hasta amenazado...?
Ese domingo 5 de junio de 1983 fue la última función del TUBA en Corrientes 2038. Hubo algunas más hasta septiembre, en el auditorio de la Facultad de Derecho y en un sótano de Filosofía y Letras, que se hicieron prácticamente a escondidas.
Sacando fuerzas de un derrumbe interior en el que se mezclaban muchas cosas: la muerte de mi madre; el curso que iba a quedar interrumpido; los planes que teníamos elaborados para muchos años por venir; las más de 1.100 funciones realizadas en tantos lugares, desde el Cervantes hasta los almacenes de ramos generales en pleno campo... me dirigí al público e improvisé las palabras de despedida que voy a insertar a continuación.
En el mismo tramo de audio, va a estar el final de esa función última de un teatro universitario de repertorio que a partir de entonces iba a desaparecer para siempre, sepultada su memoria en el más cruel e injusto de los olvidos: es la voz enronquecida por la bronca de un íntérprete del TUBA, gritando a voz en cuello ese clamor del hombre humilde ultrajado por el mercantilismo, en “El poeta”, de Enrique Wernicke.
Con ese desgarrado: "Tratando de vivir... Viendo vivir..." y el descomunal aplauso que le siguió, se cerraba para siempre (hasta hoy) la historia del TUBA (1974 - 1983).
Queda algo por agregar sobre lo que fue, lo que quiso ser y lo que se le impidió ser al TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (el TUBA)...?
 

 
 



viernes, 2 de noviembre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: “lAS COÉFORAS” - ESQUILO Y SU GRITO DE ADVERTENCIA PARA TODOS LOS TIRANOS

El sufrimiento humano es el tema principal en el teatro de Esquilo; un sufrimiento que lleva finalmente al conocimiento.
Mi país, Argentina, debió sufrir horrendos males antes de conocer cual debía ser su camino. Hoy, a fines de 2012, hace muchos años que los ciudadanos argentinos, con problemas diarios mayores o menores, nos hemos acostumbrado a vivir en democracia. Los jóvenes estudian o trabajan, merodean en las madrugadas por los boliches, sin temor a ser “chupados” por las fuerzas ilegales del poder represivo.
Qué distinta era la Argentina de fines de 1982, cuando el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES se atrevió a montar “Las coéforas”, segunda parte de la trilogía de Esquilo conocida como “La Orestíada”...!.
Había que animarse a gritar desde un escenario en pleno centro de Buenos Aires, en ese baluarte del TUBA que fue el edificio de Corrientes 2038, (donde hoy todos trabajan y crean en libertad en los espacios del Centro Cultural Rojas), “Y QUE MUERAN HOY LOS QUE AYER MATARON...!!!” o “LA MUERTE ES LA ÚNICA LEY PARA JUZGAR A LOS TIRANOS...!!!”.
Los del TUBA nos animamos, porque estábamos hartos del sometimiento. Las presiones, trabas y censuras que veníamos recibiendo desde hacía ocho años no provenían directamente de los cuadros represores de la dictadura; venían de parte de aquellos jefes y empleadas cerriles de la Dirección de Cultura de la Universidad de Buenos Aires, de la que el Teatro estaba obligado a depender.
Es evidente que todos en esa Dirección de Cultura pensaban igual que los que usurpaban el poder. A la primera de cambio nos tildaban de “sucios y de zurdos” (curiosamente, para ellos los “zurdos” tenían que ser “sucios” necesariamente). Bastaba que yo llegase por las tardes a la sede de la Dirección de Cultura en el 9º piso de la calle Azcuénaga, con algunos libros de teatro bajo el brazo, para que “alguien” (qué ganas tengo de decir los nombres...!), esperase una distracción mía para ponerse desgaradamente a revisarlos. Esperaban encontrar panfletos subversivos...? No, sabían que ni yo ni los muchachos y chicas del TUBA andábamos en política. Nuestra razón de ser, nuestra trinchera de lucha, era EL TEATRO, con mayúsculas y la tarea de brindarlo gratuitamente a la mayor cantidad de espectadores de todos los sectores de la sociedad, principalmente los jóvenes. Aquello de revisar mis libros impunemente, no importándoles si yo me daba cuenta, era su burda, su estúpida ostentación de “poder”.
No importa. Esa gente no merece ni siquiera el tiempo perdido de un mal recuerdo. Importa, sí, recordar que hicimos “Las coéforas”, a fines de 1982 y que dejamos oir a grito pelado desde nuestro escenario la voz del furibundo Esquilo clamando por el derecho a la libertad, que él defendió no sólo en sus tragedias sino en unas cuantas sangrientas batallas.
Aclaración necesaria: La grabación integral de “Las coéforas” en el TUBA no quedó en buenas condiciones. Así y todo he decidido incorporar este fragmento de la escena final, porque revela el grado de entrega de los jóvenes intérpretes (el entonces muy jóven Gustavo Manzanal, en el rol de Orestes), en una especie de ceremonia tribal de infernales contornos, tal como Jean Louis Barrault define a “La Orestíada”, considerada con acierto “la más grande creación del espíritu humano”.




ECOS SONOROS DEL TUBA: EL FINAL DE LA TERCERA REPRESENTACIÓN DE “WOYZECK”... MINUTOS ANTES DE LA INFAME PROHIBICIÓN

Lo debo haber contado unas cuantas veces a lo largo de este Blog y no tengo ya ganas de repetirlo. Quien se interese por saber cómo fue que “Woyzeck” de Georg Büchner, fue prohibida por un Director de “Cultura” de la Universidad de Buenos Aires, minutos después de finalizada su tercera representación en la sala de Corrientes 2038, (hoy sede del Centro Cultural Rojas), en octubre de 1978, deberá recorrer hacia atrás las páginas de esta “Historia del TUBA”, que empecé a desbrozar de manera no cronológica, a partir de febrero de 2010.
Lo que quiero aquí, ahora, como parte de estos testimonios sonoros rescatados del archivo de grabaciones del TUBA, que con el correr del tiempo se fue diezmando y deteriorando, es acercar al conocimiento de los jóvenes del mundo, puestos a batallar desde los centros de drama universitarios por la permanencia del ejercicio escénico para mejora de la Humanidad, los minutos finales de esa tercera representación de “Woyzeck” en el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, a ver si alguien, en algún lugar del ancho mundo, encuentra en semejante texto, (verdadero canto en favor de la dignidad humana), algún atisbo de esa “propaganda marxista” que esgrimió aquel desdichado “director de cultura”, como pretexto para ejercer su poderío oscurantista, retrógrado y criminalmente aniquilador.