martes, 30 de octubre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: “STÉFANO”, DE DISCÉPOLO: DEL NÁPOLI LONTANO AL ARRABAL PORTEÑO; LA ÓPERA INCONCLUSA Y EL CANTO DEL POETA HACIA EL PORVENIR

Los espectáculos del TUBA (el Teatro de la Universidad de Buenos Aires, entre 1974 y 1983), llegaban al público con enorme intensidad. Más allá de los logros artísticos, había en el lenguaje escénico de los jóvenes universitarios una suerte de “portentosidad”, de entrega absoluta, desgarradora, que sacudía a los auditorios, fuese donde fuese: en la precaria sala de Corrientes 2038, donde se hacinaban cada fin de semana, con acceso gratuito, más de novecientas personas o en las aulas magnas de las facultades; en salas improvisadas en bibliotecas o centros culturales del conurbano o en las giras plagadas de dificultades a universidades del interior.
Ahora bien: hubo uno, entre los más de cien espectáculos que montó el TUBA en su historia de nueve años, que superó todos los “records” en cuanto a impacto emocional en el público y fue “STÉFANO”, el grotesco de Armando Discépolo que se revivió en 1981, a exactos diez años del fallecimiento del (probablemente) más grande dramaturgo y hombre de teatro argentino, pero que debió reponerse al año siguiente, en inagotada secuela de aprobación por parte de espectadores de todas las edades, aunque jóvenes en su mayoría.
Qué provocaba en la gente (sobre todo en los jóvenes) semejantes aclamaciones, gritos, lágrimas y también carcajadas, aplausos interminables y abrazos y besos a la salida de cada representación de “Stéfano” en el TUBA...?. Al fin de cuentas era una historia de derrotismo, de frustración, de miseria: el músico que había partido del Nápoles natal con un familión a cuestas, con sus padres campesinos, su mujer gastada y una caterva de hijos, en pos de la América esperanzadora, donde habría de componer una ópera a la altura de las de Verdi, pero que terminaba soplando el trombón en la banda municipal (como el propio padre de Discépolo), asfixiado por la opresiva miseria, por la hostilidad competitiva de un medio deshumanizado y cruel.
Es que por encima de tanta dolorosa decadencia, estaba el mensaje esperanzador hacia el joven poeta, el hijo estudioso al que el padre frustrado confiaba, minutos antes de morir, la realización de sus no concretados ideales: “Cante su canto, hijo mío, usted va a poder cantarlo...”.
Nadie sabía con certidumbre, en esa noche de horror en la que vivía la Argentina en esos años en los que la historia del TUBA transcurrió, cuántos estaban desapareciendo y muriendo por haber pretendido levantar las banderas de sus ideales. Tal vez lo sospechábamos o lo presentíamos, sin atrevernos a alzar la voz.
Pero brotaba desde el escenario del TUBA un secreto código acicateante, que alentaba el desafío: OTROS JÓVENES, EN ALGÚN MOMENTO NO MUY LEJANO, IBAN A PODER CANTAR SU CANTO A VOZ EN CUELLO...!
Guay de los que creen que, aniquilando a muchos, los jóvenes se terminan...

FINAL DE LA FUNCIÓN DE "STÉFANO"
EN LA SALA DE LAS AMÉRICAS DE LA UNIVERSIDAD
NACIONAL DE CÓRDOBA - SEPTIEMBRE DE 1981
FRAGMENTO DE UNA FUNCIÓN DE "STÉFANO"
EN LA SALA DEL TUBA (CORRIENTES 2038) - AÑO 1981
 
 OTRO FRAGMENTO DE UNA FUNCIÓN DE "STÉFANO"
EN LA SALA DEL TUBA (CORRIENTES 2038) - AÑO 1981
 
OTRO FRAGMENTO DE UNA FUNCIÓN DE "STÉFANO"
EN LA SALA DEL TUBA (CORRIENTES 2038) - AÑO 1981
 
ESCENA FINAL DE "STÉFANO"
EN EL TEATRO AUDITORIUM, DE MAR DEL PLATA
CON EL AUSPICIO DE LA UNIVERSIDAD DE ESA CIUDAD
OCTUBRE DE 1982 (HACEN EXACTAMENTE 30 AÑOS)

sábado, 27 de octubre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: EL FINAL DE “FEDRA”: RACINE Y VANGELIS EN EL DESCENSO A LA CASA DE LOS MUERTOS

“Fedra”, de Jean Racine (1639 – 1699), basada en la tragedia “Hipólito”, de Eurípides, no se había estrenado en nuestro idioma en la Argentina, cuando el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES se atrevió a darla a conocer, en su temporada del año 1980.
Se conocían y estudiaban las traducciones de Manuel Mujica Láinez y de Pedro Henríquez Ureña, pero conscientes de nuestro deber como centro de investigación dramática de la UBA, en un taller interno del TUBA nos ocupamos de hacer nuestra propia traducción.
El reparto de “Fedra” en el TUBA tuvo la característica típica de los teatros de repertorio: el rol de Fedra fue interpretado, alternativamente, por dos actrices: Elena Lloberas y Teo de Pascale, abogadas ambas, recibidas en la UBA y egresada del Conservatorio Nacional de Arte Escénico la segunda, aunque nunca antes había pisado un escenario.
El rol gravitante del hijastro de Fedra, ese joven Hipólito que es víctima del amor incestuoso de su madrastra, fue asumido por un estudiante de ingeniería: Ezequiel Adler y su padre Teseo estuvo a cargo de Jorge Fargas, también abogado y de extensa labor dentro de las filas del TUBA.
El resto del reducido elenco lo conformaron Mirtha Druck (Enona); Juan Ameroso (Terameno); Irene Moszkowski (Aricia); Diana Pogliaga (Ismena) y María C. Galati (Panopa).
El marco sonoro en el que se desarrolló la tragedia fue tomado de la banda sonora del film “Ignacio”, del por entonces desconocido en Argentina Evángelos Odiseas Papathanassiou, o sea: el más tarde super-popular Vangelis.
De una representación a cargo de la Sra. Teo de Pascale interpretando a Fedra, voy a insertar aquí los cinco minutos finales que servirán de prueba, para aquellos que con tanto empeño han relativizado la labor del TUBA como centro de drama de una importante Universidad, que su modo y estilo de “decir” en español el texto de la más augusta de las tragedias escrita en lengua francesa, no fue para nada desacertado.

jueves, 25 de octubre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: LA LEYENDA DE LA GRULLA Y EL TEMA DE LA CODICIA


Junji Kinoshita, nacido en Tokyo en 1914, ha influído decisivamente en la conformación del teatro japonés moderno, pese a sus arraigos en Shakespeare y en los cuentos populares antiguos. En su temporada de 1980, inaugurando la sala experimental en el gimnasio en desuso del último piso del edificio de Corrientes 2038, el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES montó, junto a otros seis espectáculos en alternancia, una obra de Kinoshita: “La grulla crepuscular”, inspirada en la leyenda medieval de la grulla herida, que al ser salvada por un campesino, se transforma en mujer para acompañarlo. La tierna historia de gratitud y amor termina desvirtuada por la codicia del campesino, que le exige a su esposa-grulla que teja una tras otra, sin parar, telas con sus propias plumas, para ser vendidas en el mercado de la ciudad. Con la última tela y casi sin fuerzas para poder remontar vuelo, la grulla-mujer abandona a su esposo-hombre, que paga el precio por su codicia demasiado tarde y sin comprenderlo.
Fue para el TUBA una experiencia más (muy bella en su concreción escénica), en pos de abordar estilos y géneros inexplorados o escasamente transitados por otros centros de investigación en el terreno de la dramática.
Teníamos una grabación completa de “La grulla”, pero hoy sólo quedan los escasos instantes finales de una representación de agosto de 1980. Unos ínfimos minuto y medio, que pueden servir aún de testimonio sobre la validez de este tipo de propuestas innovadoras, por parte de un centro de drama universitario tan combatido y negado no sólo en sus aciertos artísticos, sino en toda su existencia misma de nuevo años de labor en continuidad.

martes, 23 de octubre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: LA TRAGEDIA DEL VERANEANTE Y EL ÉXITO INUSITADO DE UNA GENIAL HUMORADA DE CHÉJOV

Ya desde los tiempos de Shakespeare y de Molière, las compañías teatrales siempre han necesitado del éxito para sobrevivir, porque el éxito significa rédito de boletería. Paradojalmente, el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES sobrevivió nueve años sin recaudar un solo peso, dado que el público accedía a sus espectáculos de fin de semana en forma gratuita. En su caso, el éxito no buscado como factor de subsistencia, fue (dicho de algún modo), muchísimo más auténtico.
El público, que asistía masivamente a las cuatro y hasta seis funciones que el TUBA ofrecía en la precaria sala de Corrientes 2038 entre los días viernes y domingos, era en definitiva nuestro mejor crítico, ya que los periodistas especializados rara vez acudían a juzgar nuestro trabajo, alegando que los fines de semana preferían dedicarlos al descanso.
“Por supuesto que debía sobrarles público, si no cobraban entrada...!”, podrán argumentar los excépticos, que nunca faltan. Y sin embargo, no todo era así, en realidad.
“La ofensiva”, de Martha Lehmann, estuvo todo un año en cartel, en la temporada de 1977, porque el público se divertía, se identificaba con los personajes...pero también era llevado a reflexionar sobre la necesidad de estar atentos, por las dudas que esa “ofensiva” llegara a concretarse en el momento menos pensado. En 1979, cuando estrenamos “El atolondrado”, de Molière, no sabíamos como hacer para frenar al público, que quería entrar a toda costa cuando la sala ya estaba colmada. “Stéfano”, de Armando Discépolo, puesta en escena en 1981, debió ser repuesta en 1982 y esta vez la consabida frase de los teatros comerciales “a pedido del público”, era absolutamente cierta.
Pero hubo producciones del TUBA encaradas con mucha seriedad y no pocos logros artísticos, a las que ese público presuntamente adicto en forma incondicional, no le prodigó el beneplácito de una abrumadora presencia. Fue el caso de “Miedos y soledades”, de Juan Carlos Ghiano; de “Fedra", de Racine; de “La marquesa Rosalinda”, de Ramón del Valle Inclán o de “La noche de San Juan”, de Ibsen, cuyo esteticismo más bien frío y distante no contribuyó a generar avalanchas de espectadores y se representaron no más de cuatro meses, con la sala del TUBA “aparentemente vacía”, que era la sensación que nos producía no ver jóvenes sentados en el piso, en los pasillos laterales o trepados a las tarimas del coro polifónico de ciegos, que se acumulaban detrás de la última fila de butacas.
Ahora bien: si hubo un ÉXITO que sobrepasó a todos los otros en la historia del TUBA fue el de la farsa en un acto de Anton Chéjov, titulada “Un trágico a la fuerza”. Figuró en el repertorio de las temporadas 1981; 1982 y 1983; se dió durante meses en la sala de Corrientes 2038 pero también en las aulas magnas y auditorios de las facultades de Derecho, de Medicina, de Ciencias Económicas; en el Centro Cultural del Tigre Hotel; en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Plata; en el salón de actos de la Universidad de Morón; en el centro cultural de Zárate y en varios lugares más que no recuerdo.
Fue nuestro “caballito de batalla” y el singular mérito interpretativo de uno de los integrantes del TUBA que permaneció por más tiempo en la compañía: Héctor Becerra, que había ingresado a fines de 1975 cuando era estudiante de arquitectura en la UBA; que en el '79 se recibió de arquitecto y que diseñó y realizó con sus propias manos varios de los decorados corpóreos del TUBA, entre los que cabe mencionar los de “La ofensiva”; “Stéfano”; “El gorro de cascabeles” y “El día que mataron a Batman”.
Si no estoy mal informado, Becerra reside desde hace unos cuantos años en Caracas, Venezuela y conduce los destinos del “Teatro Nacional Juvenil” de ese país del Caribe. Supo aprovechar, no cabe duda, la experiencia adquirida a fuerza de sudor y lágrimas (y muchos golpes, por cierto) en aquel TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, cuya historia tantos en la Argentina han decidido sepultar en el olvido o directamente abolir.
He aquí un fragmento de nueve minutos, tomado de alguna de las tantas funciones de “Un trágico a la fuerza”, de Chéjov, en el Teatro de la Universidad de Buenos Aires:



lunes, 22 de octubre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: AQUELLOS SAINETES...!

La “Cabalgata evocativa del Sainete Rioplatense” fue el primer espectáculo en el que participaron más de cien de los casi 250 inscriptos originales en la convocatoria que hizo la Universidad de Buenos Aires, a mi propuesta, para formar un Teatro Universitario de Repertorio, a mediados de 1974.
La foto de gran tamaño con que se abre este Blog, monocromática, corresponde al saludo final de la función de mayo de 1975, en la sala Enrique Muiño del Centro Cultural San Martín, en la que esa Cabalgata de más de dos horas de duración comenzó su travesía nómade por los lugares más insólitos: parroquias, bibliotecas, salones de actos de colegios y facultades dependientes del rectorado de la UBA y hasta un cuartel de bomberos en la localidad de Florencio Varela.
Chicas y muchachos que en ese momento estudiaban carreras tan opuestas como la medicina o las ciencias económicas, las letras o el derecho, la geología o la computación científica, se transformaron de la noche a la mañana en los típicos personajes del arrabal orillero, para dar vida a sainetes breves y pasos de comedia, tales como “El debut de la piba”, de Roberto Cayol; “Tu cuna fue un conventillo”, de Alberto Vaccarezza; “Fumadas”, de Enrique Buttaro; “Los disfrazados”, de Carlos Mauricio Pacheco; “La fonda del pacarito”, de Alberto Novión; “Marta Gruni”, de Florencio Sánchez; “He visto a Dios”, de Francisco Deffilippis Novoa o “Entre bueyes no hay cornadas”, de José González Castillo.
Es precisamente de este último título que vamos a recordar un pasaje, que en su momento interpretaron un estudiante de derecho y un estudiante de ciencias económicas. Muchísimos de esos jóvenes que se animaron a emular a un Francisco Charmiello, a un José Podestá, a un Francisco Petrone, a una Leonor Rinaldi, a una Benita Puértolas o a un Luis Arata, con el transcurrir de los días, los meses y los años, se fueron perdiendo en eso que se suele llamar “las vueltas de la vida”. Alguna vez, con denodada entrega, con febril ilusión de intentar ser comediantes para llegar a la gente del pueblo que no está en condiciones de pagar una entrada en un teatro comercial,, le permitieron a la Universidad de Buenos Aires contar con un batallador Teatro de Repertorio, que podía abordar con similar idoneidad a Molière o a Discépolo; a Lope de Rueda o a Roberto Cossa; a Chéjov o a Enrique Wernicke; a Ramón del Valle Inclán o a Sófocles; a Esquilo o a Nemesio Trejo.
¡Cuánta injusta desmemoria...! ¡Cuánto injustificado desprecio...!

ECOS SONOROS DEL TUBA: “LA VIDA ES SUEÑO”: UN ANTICIPATORIO RECLAMO POR EL DERECHO A LA IDENTIDAD


Cuanto rodeó a la producción de “La vida es sueño”, de Pedro Calderón de la Barca, en la temporada del año 1979 del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, tuvo ribetes de desafío a la espantosa dictadura en cuyo contexto transcurrió gran parte de la azarosa vida del TUBA.
El texto planteaba desde el vamos enormes dificultades para ser transmitido con total realismo por las juveniles voces de los intérpretes universitarios. En medio de una atmósfera de claroscuro, con un decorado que no era otra cosa que rollos de alambre retorcido; una iluminación en base a focos cenitales blancos y azulados; un vestuario en liezo gris similar al que se utiliza en una puesta del “Lohengrin” wagneriano y una alucinante envoltura musical ideada por Héctor Zeoli en base a improvisaciones que se grabaron en el órgano de la Basílica de Santo Domingo, “La vida es sueño” emergió desde el proscenio del TUBA, en la precaria sala de Corrientes 2038 (el edificio donde actualmente funciona el Centro Cultural Rojas), con una suerte de anticipatorio reclamo por ese DERECHO A LA IDENTIDAD que la dictadura militar en la Argentina pisoteó y abolió con tanta crueldad.
No me imagino cómo lograrlo, pero yo (Ariel Quiroga, fundador y director del TUBA), desde este, mi retiro definitivo en Mar del Plata, a los 72 años, querría que este breve fragmento de una función de “La vida es sueño” en el TUBA, fuese escuchado hoy, a 33 años de distancia de aquel entonces, por autoridades de la Universidad de Buenos Aires, del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, de los medios de comunicación que tan “oprimidos” y “perseguidos” se sienten en la actualidad por el gobierno democrático de la Sra. Cristina Kirchner... para que comprueben y terminen aceptando, (aunque quizás demasiado tardíamente), lo que significó que en tiempos de horrenda clausura aquel Teatro Universitario de Repertorio existiese; que se animase a clamar por el derecho a la libertad y el derecho a la identidad de la manera que lo hizo a través de textos de inapelable vigencia como “La vida es sueño”... y cómo, a pesar de tanta entrega, tanta pasión y tanta valentía por parte de esos cientos de jóvenes universitarios que altruístamente lo llevaron a cabo durante casi una década, su memoria ha sido maliciosamente borrada de todos los anales, al punto que desaparecido el TUBA en 1983, NUNCA MÁS (al menos hasta hoy, fines de 2012) HA VUELTO A EXISTIR UN TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO EN LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES.
 

domingo, 21 de octubre de 2012

ECOS SONOROS DEL TUBA: CHEJOV Y LOS MOMENTOS FINALES DE “EL CANTO DEL CISNE”

“Chejoviana” fue uno de los nueve espectáculos que conformaron el repertorio de la octava temporada del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, la de 1982. En una suerte de cabalgata con cierto clima de cabaret triste, con la música circense y un tanto macabra del ballet “El tornillo”, de Dimitri Shostakovicht, se daba vida a tres de los mágicos relatos de Chéjov: “Una corista”, “El malhechor” y “Un carácter enigmático”. Seguía luego la desopilante farsa sobre la vida de un veraneante, que ocupó en varias temporadas la cartelera del TUBA, titulada “Un trágico a la fuerza” y por último la velada se cerraba con ese desgarrador cuadro sobre la vida de un actor de teatro que se enfrenta a la hora decisiva de tener que abandonar las tablas, que es “El canto del cisne”. Valga el audio de los cinco minutos finales de una función de “Chejoviana” que encabeza esta entrada, registrados en la sala de Corrientes 2038 (hoy, asiento del Centro Cultural Rojas), para ratificar la vigencia del legado de ese grupo de jóvenes teatristas universitarios, que durante una década supo llegar al alma del público, sin mediar pago de entrada, logrando una respuesta de gratitud tan elocuente como lo eran, invariablemente, tan fervorosos y prolongados aplausos.
La borrosa fotografía incluída a continuación es el único recuerdo que quedó de esa festiva cabalgata final, con la que las huestes del TUBA celebraban el sabio humor de Chéjov, al compás del frenético ritmo del ballet "El tornillo", de Shostakovicht.

sábado, 6 de octubre de 2012

LA DEUDA

Tal vez lo he dicho en varios capítulos de este Blog, que nace en febrero de 2010, veintisiete años después que el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES tuviera que cerrar sus puertas, obligado por la propia Universidad de Buenos Aires. La Universidad de la dictadura (años 1976 a 1983) podía tener motivos para lograr la desaparición de ese Centro de Drama que nucleaba cientos de jóvenes universitarios por año; al que asistían miles de espectadores en forma gratuita (un promedio de 38.000 cada año) y en el que si bien se soslayaban los repertorios comprometidos políticamente, no había autor ni título de cada temporada en los que no se propagasen mensajes “encubiertos” sobre el derecho a la libertad, el derecho a la igualdad y el rechazo a los abusos de poder desde el Estado. (Ignorábamos que, encima, ese Estado que nos oprimía y nos censuraba, era un Estado genocida, como no lo había sido ningún otro en el pasado de la República Argentina, por autoritarios y demagógicos que hubieran sido unos cuantos). Jamás entenderé, hasta que alguien me lo explique con fundamentos lógicos, qué motivos tuvo la Universidad renaciente en democracia a partir de fines de 1983 y todos los sucesivos gobiernos universitarios hasta hoy en día, para haber sepultado en el olvido la heroica labor cumplida por el TUBA a lo largo de sus nueve años de existencia y menos podré entender cuales son los impedimentos, ahora que no hay genocidas gobernándonos ni amenazas de censuras ni persecuciones, para que esta Universidad de Buenos Aires, que cuenta con un espacio multidisciplinario como el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas en permanente expansión, no haya incorporado a sus proyectos de extensión extracurricular la creación de un nuevo TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, en cuyos talleres de experimentación pudiesen formarse nuevas generaciones de universitarios en la ejercitación práctica de los distintos quehaceres del drama representado, desde la mera función actoral hasta la de investigadores, ensayistas, escenógrafos, vestuaristas, directores de escena y también (por qué no...?), la de autores de ejercicios de dramaturgia enfocados en problemáticas sociales de la hora actual. Todas esas funciones y muchas más (la de carpintero, barredor de sala, acarreador de decorados por la calle, limpiador de baños, costurero de telones, electricista, repartidor de volantes por la calle, con lluvia o con sol radiante...) fueron cumplidas con entusiasmo digno de mejor suerte por aquellos cientos, (alrededor de 1.600) jóvenes que hicieron del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES su trinchera de combate, con enorme coraje y lozana alegría, entre 1974 y 1983. La Universidad de Buenos Aires, el Estado argentino, el pueblo de esta Argentina plagada de problemas, PERO EN DEMOCRACIA PLENA, tienen contraída una deuda para con toda esa muchachada, que hoy frisa los cincuenta y tantos años, y que sería muy fácil de saldar, sin necesidad de adquirir dólares en el mercado paralelo ni contraer empréstitos con el Fondo Monetario Internacional y otros depredadores por el estilo. La deuda con el TUBA se paga en un santiamén, casi en un abrir y cerrar de ojos: RECONOCIENO SU HISTORIA como parte de la historia de la Universidad de Buenos Aires... y abriendo el próximo martes 9 de octubre, luego del feriado, una convocatoria similar a la que, en octubre de 1974, se puso en precarios cartelitos en las pizarras de consulta de todas las facultades y colegios dependientes del Rectorado de la UBA: “SE INVITA A LOS ESTUDIANTES, DOCENTES, NO DOCENTES Y GRADUADOS A INSCRIBIRSE PARA LA FORMACIÓN DE UN TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO”. ¡Si lo que resta pagar de la deuda externa argentina fuera tán fácil de saldar...!!!!