jueves, 26 de enero de 2012

ARNOLD WESKER Y EL "CENTRO 42": INSPIRADORES DEL TUBA

FOTO DE ARNOLD WESKER

Cuando en los años 1966, 1967 Nuevo Teatro montó, en carácter de estreno sudamericano, “Sopa de pollo”, de Arnold Wesker, yo (Ariel Quiroga) formé parte del elenco en un rol de reparto, junto a Alejandra Boero, Walter Soubrié, Héctor Alterio, Lucrecia Capello, Miryam van Wessen, Enrique Pinti, Domingo Basile y Luis Alcalde (foto en el centro del texto).
Por entonces se hablaba mucho de Wesker y de su “Centro 42” en reuniones internas en Nuevo Teatro. El “Centro 42” había sido creado pocos años antes, en 1961, y pretendía ser una suerte de “centro cultural” en el que las obras de teatro estuviesen representadas por obreros y destinadas a un público también obrero. El galpón en que Wesker había instalado el “Centro 42” era un edificio en redondo, que antes había funcionado como almacen. El “Centro 42” terminó siendo el movimiento artístico más influyente en la década del sesenta, en Inglaterra.
Hay muchas similitudes entre la labor de difusión del teatro a nivel popular que propició el “Centro 42” y lo que logró hacer el TUBA a lo largo de sus nueve años de existencia en continuidad. En ambos casos, todo fue hecho “a pulmón”, sin subsidios de ninguna naturaleza y con una premisa como guía: “RELEVAR A LOS MANEJOS COMERCIALES EN LA RESPONSABILIDAD DE FORMAR NUESTRA CULTURA” (cita textual del Manifiesto de creación del “Centro 42”).

Por eso, aquellos que con ligereza (y probables segundas intenciones) se han ocupado en desacreditar la labor hecha por el TUBA, atribuyéndole “falta de compromiso” o “complecencia con la dictadura militar” (por el mero dato de haber existido entre 1974 y 1983), deberían volver sobre sus pasos (y sus dichos) y admitir que el TUBA fue, además de una auténtica epopeya de juventud al servicio de la práctica y la divulgación del teatro universal, una trinchera de resistencia en medio de un contexto político-social tenebrosamente opresor.
En mi caso particular, si bien nunca adopté posiciones partidarias en el plano de las ideologías (no hay una que no me haya parecido estérilmente contradictoria) sí puedo afirmar que mi compromiso con el teatro (que fue, además, mi compromiso con la Vida), tuvo siempre la firmeza y las convicciones de una Militancia.
Por eso, cuando abandoné el teatro en cierto sentido “comercial” y dediqué todos mis esfuerzos a fundar y llevar adelante el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, lo hice pensando en emular aquella quijotada de Arnold Wesker (hoy “Sir” de la Corona Británica) cuando decidió instalar en un derruído edificio de Londres (tan derruído como el de Corrientes 2038, en Buenos Aires, donde se instaló el TUBA), aquel ejemplo de lucha contra el mercantilismo cultural, que fue el “Centro 42”.

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