domingo, 1 de abril de 2012

EL TUBA BAJO EL CONCEPTO DE “COMUNIDAD Y UTOPÍA”

Apelo a la definición de “comunidad” para tratar de explicar cómo funcionaba el TUBA (el “TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES” entre los años 1974 y 1983, en Argentina): “Una comunidad es un grupo o conjunto de individuos que comparten elementos en común, tales como idioma, costumbres, valores, tareas, visión del mundo, etc.” El sitio consultado me sigue dando pautas que relacionan aun más el concepto de “comunidad” con lo que fue la historia real del TUBA: “Por lo general en una comunidad se crea una identidad común, que es compartida y elaborada entre sus integrantes y finalmente socializada”. El TUBA no tenía antecedentes estructurales en el ámbito de la Universidad de Buenos Aires. Su sistema de trabajo fue “autogenerado” por imperio de las necesidades, ya que en sus comienzos carecía de lugar físico para su funcionamiento y de todo cuanto se necesita para llevar a cabo lo que mi proyecto presentado a la Dirección de Cultura de la UBA en agosto de 1974 enunciaba como propuesta definitoria: “Crear un Teatro Universitario de Repertorio”. Fueron precisamente las carencias de todo programa o material literario previo, de los elementos básicos que conforman la estructura de un lugar de trabajo concebido como “teatro”, lo que determinó paulatinamente ese sentido de “identidad común”, que termina creando la fisonomía de “comunidad”. Los primeros cien o doscientos que integraron el TUBA (hablo del año 1975, cuando ni siquiera la actividad había adoptado el nombre de “Teatro Universitario de Buenos Aires”, que asumió recién en mayo de 1976, a partir de la temporada en el Cervantes), padecieron las contingencias más inhospitalarias, que amenazaron con la disolución del proyecto en sucesivas ocasiones (que a lo largo de este Blog se narran con lujo de detalles). Fueron seguramente esos cien o doscientos jóvenes empecinados en arribar a la concreción de ese “abstracto” que los había convocado desde las carteleras de las facultades donde estudiaban medicina, derecho o ciencias económicas (“crear un teatro universitario de repertorio”), a los que corresponde asignar el mérito de haber logrado, merced a su terquedad frente a la desidia y desinterés que provenía de la propia Universidad, que esa comunidad naciente se transformase con el correr de los días, los meses y los años, en una “comunidad utópica”, por eso encabeza esta “entrada” la foto de uno de esos iniciales “empecinados”: un jóven que estudiaba ciencias económicas, que intervino y llegó a ser protagonista actoral de varios espectáculos del TUBA, pero que fundamentalmente adhirió con coraje y tenacidad a los postulados de ese Centro de Drama que terminó tan derrotado por la incomprensión y el oscurantismo. Su nombre...?: Guillermo Prieto. (No creo que a él le interese hoy en absoluto ser mencionado; era demasiado ético para necesitarlo). La creación práctica de un sistema de vida con personas que viven juntas no es una casualidad sino una necesidad para subsistir en el logro de objetivos comunes, lo cual obliga a una suerte de “autosuficiencia” en medios de producción y en algunos casos en capacidad de defensa. Cuando el TUBA logró, a partir de su asiento permanente en la precaria sala del viejo edificio universitario de la Av. Corrientes 2038 (a mediados de 1976), tomar contacto semanal con el público, que empezó a acudir en forma masiva a sus funciones GRATUITAS con varias obras de repertorio en cartel, el concepto de UTOPÍA se asoció naturalmente a ese ya consolidado sentido de COMUNIDAD que la secuela de horas compartidas en ensayos, trabajos de carpintería, confección de vestuarios y demás enseres propios de un teatro en pleno funcionamiento, genera espontáneamente. La COMUNIDAD TUBA se consolidó a partir del desamparo y de la fortaleza de sus integrantes, aplicada a la NECESIDAD DE SUBSISTIR en el logro de ese objetivo común que era llevar el teatro de todas las épocas y estilos al conocimiento y disfrute del resto de la sociedad. Los que fueron llegando después y que fueron algo así como 1.600 jóvenes estudiantes de todas las carreras que integraron los planteles actorales y escenotécnicos del TUBA hasta la mitad de su novena temporada (la de 1983, cuando las circunstancias negativas obligaron al cierre), no necesitaron de “adiestramiento” para decidir su ingreso, permanencia o salida temporaria o definitiva de la COMUNIDAD. En tiempos de derrota, abolición y exterminio de los mejores ideales de la juventud, el TUBA (el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES) les brindaba el refugio amistoso de una COMUNIDAD y la posibilidad reveladora de formar parte de una UTOPÍA. Muchos, como en los tiempos de Molière, Lope de Rueda o el circo de los Podestá en nuestras tierras, aprovecharon a fondo esos años de vida comunitaria en el TUBA, no sólo para nutrirse de una sólida experiencia teatral en todos los rubros del hecho escénico, sino para compartir urgencias y desalientos, precariedades económicas o situaciones conflictivas de familia, enamoramientos y posteriores rupturas, amistades efímeras o duraderas para el resto de sus vidas, búsquedas de nuevos caminos o definiciones postergadas en lo más íntimo, en relación con identidades sexuales, profesionales, laborales e ideológicas. Esos “privilegiados” que integraron a fondo la COMUNIDAD TUBA son los que hoy, a tantos años de distancia, cuando las vueltas y revueltas del Tiempo nos aproximan brevemente, me testimonian cierto agradecimiento que me suena innecesario y hasta me molesta. Preferiría que la Universidad de Buenos Aires fuese, tardíamente, la agradecida... y se decidiese de una vez por todas a reivindicar la UTOPÍA DEL TUBA, sin necesidad de honores superfluos: sencillamente, propiciando la iniciativa de un nuevo TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, donde las actuales y venideras generaciones de jóvenes pudieran desarrollar relaciones interpersonales con el objetivo común del TEATRO, libre de intereses comerciales o exitistas y sólo aferrado contra viento y marea al concepto superior de UTOPÍA.

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