domingo, 8 de abril de 2012

EL HEROICO TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

Cual sería la mejor definición para resumir en una sola palabra lo que significó el TUBA (el Teatro de la Universidad de Buenos Aires), enmarcados sus nueve años de existencia en una de las épocas más siniestras de la historia argentina...? Se me ocurre sólo el término HEROICO. La suma de acontecimientos, insignificantes unos, portentosos otros, que se fueron dando a partir de la convocatoria inicial de fines de 1974 hasta el derrumbe inevitable de mediados de 1983, configuran una epopeya de heroico determinismo asumido por decenas, cientos de jóvenes, con la única altruísta finalidad de mantener en actividad, contra todo cuanto se le oponía, un teatro de repertorio al que asistía gratuitamente cada año un promedio de 38.000 espectadores. La dispersión de relatos que se han ido acumulando en este Blog a partir de febrero de 2010 impide una apreciación global de los actos heroicos que las huestes del TUBA debieron afrontar para sobrevivir al embarte de censuras, detracciones, afrentas y vejaciones que recibían a diario por parte de una llamada “dirección de cultura” de la cual “dependía” orgánicamente el Teatro. Fue heroico llevar decorados de “El alma del suburbio” en 1977 a un cuartel de bomberos en Florencio Varela, para una función de beneficio; fue heroico instalar un precario tablero lumínico en la sala incendiada intencionalmente, para poder abrir la temporada de 1979 con “El atolondrado”, de Molière; fue heroico llevar “La suegra”, de Terencio y “Antígona Vélez”, de Marechal al complejo turístico de Chapadmalal en 1975, debiendo alojarse más de sesenta integrantes del TUBA en el hotel infantil, durmiendo en camitas para chicos de no más de diez años y teniendo que alimentarse con raciones minúsculas; fue heroico limpiar de basura acumulada en decenas de años, montar un escenario con tablones y colgar artefactos lumínicos en una bóveda de quince metros de altura, para habilitar la sala provisoria en la cancha de pelota del último piso de Corrientes 2038, en 1980; fue heroico reconstruir en una sola tarde el vestuario de “La vida es sueño”, de Calderón, cuando un incendio también intencional destruyó el vestuario original en los camarines del Teatro de las Provincias (hoy Regio, de Colegiales), en 1979; fue heroico llevar a cabo la jornada denominada “Siete horas para celebrar siete años”, en un tórrido 30 de noviembre de 1981, en que se representaron sin solución de continuidad, entre las seis de la tarde y la una de la madrugada del día siguiente, todas las obras montadas durante la séptima temporada del TUBA (cinco en total); fue heroico salir cada anochecer a repartir volantes por el centro de la ciudad, con frío o con lluvia, para atraer al público a las funciones gratuitas de fin de semana en la sala de Corrientes 2038; fue heroico concurrir los integrantes del TUBA a realizar las funciones en las que les tocaba intervenir, luego de jornadas de exámenes o de preparación de entregas de sus carreras universitarias o
sobrellevando resfríos, problemas de familia o inconvenientes de trabajo, sin percibir ni siquiera un mísero viático de parte de la Universidad; fue heroico acarrear de sus domicilios particulares muebles, objetos de decoración, ropa, sombreros, zapatos, botas, para suplir la carencia de un sostenimiento presupuestario para solventar los montajes escénicos del TUBA; fue heroico pasarse las noches en vela, copiando libretos en las antiguas máquinas de escribir Olivetti (en los años del TUBA no existían aun los ordenadores personales), para cumplir con las jornadas semanales de Teatro Leído, en los años 1977,78 y 79; fue heroico acarrear desde el Delta, en el tren que va de Tigre a Retiro y luego por la calle hasta Corrientes 2038, una enorme cantidad de ramaje para ambientar con absoluto realismo la única función de “Lucía Miranda”, de Miguel Ortega, al cierre de la temporada 1979; fue heroico desmantelar el escenario de Corrientes 2038 (telón de boca, bambalinas, parrilla de luces, etc.), la noche de la prohibición de “Woyzeck”, de Büchner, al finalizar su tercera representación, en octubre de 1978 y también fue heroico volver a instalar todo lo arrancado, cuando un mes después se “capituló”, por el afán de seguir, y hubo que poner en escena, prudentemente, “La dama del alba”, de Casona; fue heroico tener que camuflar a las chicas y muchachos con apellidos de origen notoriamente judío, haciéndoles usar seudónimos (como estilan hacerlo los “artistas”), para evitar el hostigamiento de que podían llegar a ser objeto por parte de algunos “cipayos” que operaban dentro de la “dirección de cultura”; fue heroico realizar 1.163 representaciones en una sala sin calefacción en invierno ni ventilación en verano, sin baños ni lugares privados para cambiarse los jóvenes intérpretes del TUBA y sin ningún tipo de apoyo por parte del personal a sueldo de la Universidad. Pero si bien toda la historia del TUBA estuvo plagada de heroicidades, también hubo a lo largo de los nueve años en los que esa historia transcurrió muchísimos momentos de plenitud, de disfrute del hacer las cosas por amor a las cosas, de dejar el resto sin esperar halagos ni recompensas, mas que ese aplauso generoso del público, que siempre superó en fervor los posibles méritos de lo que se le ofrecía desde el escenario. El último de los heroísmos que han debido afrontar cada uno de los que alguna vez formaron parte del TUBA (y yo mismo, que lo creé, traté de sostenerlo durante casi una década y no tuve más remedio que cerrarlo), ha sido el de soportar estoicamente que nuestra honesta tarea de paz fuese injustamente acusada de complicidades, ignorantemente subestimada y prepotentemente enterrada en el olvido. El heroico TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (1974 – 1983), conocido popularmente como “el TUBA”, seguirá aguardando que alguna vez alguien se encargue de restituirle su robada Memoria y consiga que ese membrete de la UBA que ostentó en todos sus programas y anuncios y que defendió con tanta hidalguía, vuelva a encabezar nuevos repertorios, en los que nuevas generaciones de jóvenes puedan nutrirse de la vivificante experiencia de hacer Vida de Teatro.

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