sábado, 3 de diciembre de 2011

A MANERA DE PRÓLOGO PARA LA HISTORIA QUE SIGUE DESPUÉS


Muchos mensajes que recibo a diario, agradeciéndome la existencia de este Blog porque la Historia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires les genera inquietud por emprender otras historias, parecidas o diferentes, revelan que ese interés proviene casi exclusivamente de la lectura de las “entradas” más recientes. A mí mismo me cuesta “retroceder” y revisar todos los capítulos anteriores, que parten de febrero de 2010. Sin embargo, aconsejo que lo hagan. En cada “entrada”, en cada fotografía, en cada fragmento sonoro, hay una pieza, pequeña o grande, del rompecabezas que es esa historia de nueve años, tan injustamente relegada al olvido por la Universidad en cuyos claustros transcurrió.
Sea como sea, a modo de recopilación, trataré de hacer aquí un relato, lo más apretado posible, del total de esa historia, confiando en que, en sucesivos días o meses, vayan en pos de los fragmentos dispersos, no cronológicos, de la historia total.He aquí la síntesis:

A mediados de 1974, con 34 años y más de veinte como director teatral en el campo de la escena independiente y profesional de mi país (Argentina), tuve una impensada oportunidad de presentar a la Universidad de Buenos Aires (en la sede de su Dirección de Cultura) el viejo y acariciado proyecto de formar un Teatro Universitario de Repertorio, cuyos “actores”, “técnicos”, “escenógrafos”, “iluminadores” y cuanto menester se de cita dentro de un teatro, fuesen los estudiantes, docentes o graduados de la propia universidad.
Peter Brook define esa postura como “dejar atrás las viejas rutinas e ir en pos de nuevas vitalidades”. La perspectiva era la de generar un Centro de Drama donde se privilegiase la investigación, la búsqueda de repertorios ignorados y en el cual los jóvenes accediesen a la vida teatral desde la práctica, logrando que su experiencia a nivel individual sirviese a la vez de una fuente de divulgación y disfrute en espectadores provenientes de todos los sectores de la sociedad, con acceso libre y gratuito.Todo se hizo desde la nada más absoluta. Pero en poco más de un año ese Centro de Drama, al cual habían acudido masivamente los estudiantes de la UBA de todas las carreras, se presentaba en el Teatro Nacional Cervantes con un “repertorio en alternancia” compuesto de tres comedias de Terencio, Plauto y Menandro.
Por propia iniciativa se autodenominó “Teatro Universitario de Buenos Aires” pero prevaleció en el conocimiento público la sigla formada por cuatro letras: TUBA.
Convertido de hecho en una compañía teatral estable, con continuidad de presentaciones los doce meses de cada año, cursos introductorios, talleres internos de artesanado y análisis crítico de textos, sin contar con presupuesto alguno, autosustentándose para la compra de elementos de decoración y vestuario, el TUBA fue por espacio de nueve años seguidos un lugar al que acudían unos 38.000 espectadores por temporada, a descubrir y apreciar autores como Molière, Florencio Sánchez, Oscar Wilde, Juan Carlos Ghiano, William Shakespeare, Georg Büchner, Ramón del Valle Inclán, Carlos Mauricio Pacheco, Jean Racine, Anton Chéjov, John Synge, Alberto Vacarezza, Sófocles, Henrik Ibsen, Alexander Pushkin, Esquilo, Enrique Wernicke, Lope de Rueda y muchos, muchos más, a menudo a través de obras que nunca antes ningún otro teatro había dado a conocer en el país.Desde una sala en pésimas condiciones, sin camarines, ni baños, ni calefacción en invierno ni ventilación en verano, enclavada en un vetusto edificio de la Universidad, en la avenida Corrientes 2038, el TUBA logró concretar 1.163 representaciones y simultáneamente con ellas salir de gira por los aulas de las facultades, los centros culturales barriales y del conurbano, parroquias, bibliotecas, tablados a cielo abierto en pleno campo y universidades del interior (las de Córdoba y Mar del Plata entre otras).
Semejante ejemplo de laboriosidad, desinterés y pasión juvenil transcurrió necesariamente en una época siniestra de la historia argentina y el TUBA tuvo que subsistir azarozamente en medio de amenazas, prohibiciones, depredaciones y ultrajes de todo tipo, provenientes (aunque resulte inconcebible), de la propia Universidad que a partir de su quinta temporada de vida había exigido que llevase como emblema su nombre: TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES.
En junio de 1983, en medio de un catastrófico estado de abandono, suciedad y derrumbe en el edificio de Corrientes 2038 que consideraba “su sede”; sin apoyo para cumplir con una gira al Teatro Auditorium de Mar del Plata ni mucho menos a una proyectada gira latinoamericana, decidí renunciar por tercera y definitiva vez y todos cuantos integraban los planteles del TUBA, que no eran “nadie” para la Universidad, se fueron conmigo.
Los diarios se hicieron eco, apoyando nuestra postura con notas a toda página. La Universidad, herida en su amor propio, aseguró que el teatro iba a continuar, pero “con otra gente”. La promesa nunca fue cumplida, por lo menos hasta el día de hoy (han transcurrido 28 años desde entonces).
Por eso este Blog se creó con la intención de que aquella historia del TUBA (casi una epopeya) no quede sumergida en el olvido.

Puede que alguien, algún joven con inquietudes teatrales, se dedique pacientemente a leer todos sus capítulos, que parten de febrero de 2010, en los que se narran con lujo de detalles las peripecias, los logros, los fracasos, las detracciones...todo cuanto sucedió en esos fabulosos nueve años de la vida del TUBA y se sienta con la energía, la febrilidad, la suficiente dosis de sana locura y la tosudez a prueba de bombas que yo necesité tener cuando tenía 34 años y funde (o mejor dicho REFUNDE) un nuevo y perenne TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO en la Universidad de Buenos Aires.
Que así sea, y que la rebeldía frente al oprobio no le permitan bajar los brazos jamás, ni a él ni a los demás jóvenes idealistas que decidan acompañarlo, como me acompañaron a mí aquellos fabulosos jóvenes del TUBA.

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