lunes, 2 de julio de 2012
ORESTES CAVIGLIA: SU EJEMPLO ÉTICO EN LA ETAPA FINAL DEL TUBA
Este blog sobre la historia del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (llamado “el TUBA”), que transcurrió entre fines de 1974 y mediados de 1983, acumula ya un volumen de 235 “entradas” o capítulos (140 en 2010; 58 en 2011 y 37 en lo que va de 2012), cuya aglutinación en forma de texto impreso daría (permítaseme el silogismo) para producir algo similar a un equivalente a la Enciclopedia Británica o, remontándonos a la antigüedad, para una imaginaria resurrección de sus cenizas de la biblioteca de Alejandría. Había tanto para escribir de un teatro universitario que en su país de origen (Argentina) nadie recuerda ya, a próximos treintas años de su desaparición...?. No se asusten los eventuales seguidores de este blog, pero lo cierto es que es mucho más lo omitido que lo que hasta el día de hoy se ha volcado, porque las circunstancias adversas en medio de las cuales le tocó existir (subsistir, mejor dicho), a ese Centro de Drama llamado “el TUBA” determinó que quienes lo sosteníamos esforzadamente nos protegiésemos del presumible urdido olvido que sobrevendría después, dejando testimonio escrito, grabado, fotografiado y hasta filmado de cada momento bueno o malo de nuestra azarosa historia.
Cuando el TUBA se cerró, en junio de 1983, tras nueve años de labor pública en continuidad, los diarios titularon sus notas con la palabra DESAPARICIÓN. “Desaparece el Teatro de la Universidad” sentenció Clarín con letras de molde de considerable tamaño, lo cual incomodó bastante a la Universidad, la que a través de su oficina de prensa se apresuró a desmentir la noticia, afirmando en un escueto comunicado que “la renuncia del señor Ariel Quiroga no significaba la desaparición del Teatro de la Universidad” y que “el Teatro iba a continuar con otro director”.
La historia demuestra que no fue así y que el TUBA realmente DESAPARECIÓ en junio de 1983. Por mi parte, la apurada (cuan inconsistente) desmentida de la UBA acerca de la “no desaparición” de su Teatro de Repertorio me llevó a enviarle al Rector de entonces una misiva, que merece ser volcada en forma textual en este blog, porque sintetiza de algún modo la maraña de testimonios que se han introducido antes y porque trae a colación en uno de sus párrafos (hermoso homenaje), el ejemplo de rectitud dado por un señero hombre de teatro: Don Orestes Caviglia, (foto adjunta) al deponer su cargo de director de la Comedia Nacional en 1960. He aquí la carta fechada el 21 de junio de 1983 que dirigí a Carlos Segovia Fernández, Rector de la UBA, que fue recibida por su secretaria Beatriz Rufino y (desde luego) nunca contestada:
“Señor Rector de la Universidad de Buenos Aires
Dr. Carlos Segovia Fernández
El comunicado hecho público en estos días, en el que desmiente Ud. en forma terminante la disolución del Teatro de la Universidad de Buenos Aires, me obliga a quebrar la determinación antes tomada, en el sentido de no prolongar con secuelas de ninguna índole, lo irremediable de un renunciamiento a una tarea que enalteció prácticamente una década de mi vida de hombre de teatro.
Que el Teatro de la Universidad de Buenos Aires desapareció tras la representación del domingo 5 de junio ppdo. es, en realidad, una interpretación razonada de los hechos por parte de algunos órganos periodísticos y no la transcripción de términos obrantes en el material de prensa suministrado, tanto por mí como por los integrantes del elenco que lo constituían al producirse mi renuncia.
Evidentemente, no escapa al criterio periodístico que si un ente de tan gravitante accionar, como lo fue durante nueve años consecutivos este Teatro, no existía en forma legal dentro de la Universidad, menos puede existir hoy, cuando quienes le daban vida con la intensidad de su aliento, ya no están.
Sobre este particular, me permito traer a colación un hecho concomitante: la renuncia interpuesta en el año 1960 por Orestes Caviglia al cargo de director de la Comedia Nacional, seguida también por la de la totalidad del elenco que a la sazón la conformaba.
La Comedia Nacional se crea por aplicación del artículo 69 de la Ley Nº 11.723, relativa al fomento de las artes y las letras, incorporándose a partir del año 1936 a la vida cultural del país.
Cuando, con fecha 15 de julio de 1960, su director artístico, Orestes Caviglia, presenta su renuncia indeclinable, alegando en ella que “hay en la Dirección de Cultura (de la Nación) un estado de inoperancia que conforma un proceder irregular que no puede ser por más tiempo aceptado”, la renuncia de Caviglia y de los comediantes a sus órdenes no constituye bajo ningún punto de vista, ni la desaparición ni la disolución de la Comedia Nacional.
El caso del Teatro de la Universidad de Buenos Aires es bien distinto: existe a partir de que, en un día del mes de agosto de 1974, el Director de Cultura de la U.B.A., -por entonces, el bioquímico Carlos Eduardo Salas-, autoriza de palabra al director teatral Ariel Quiroga, por entonces con más de veinte años de rigurosa trayectoria, a llamar a inscripción en el ámbito de la Universidad, para formar un elenco de teatro.
De ahí en más, todo se irá consolidando de un modo muy particular. Dependiendo de la Dirección de Cultura de la Universidad, el teatro asume una línea de continuidad y una fisonomía institucional que su regidora no tiene.
El accionar de la Dirección de Cultura es disperso, mediante el sistema de actos aislados, no emanados de una programación previa ni de un criterio divulgador coherente.
El teatro, por su cuenta, cumple rígidamente con una de las misiones primordiales del recinto académico en el cual funciona: la investigación.
Cada título que ingresa al repertorio, es objeto de profunda tarea de investigación, y la resultante de esta tarea –la producción escénica integral que es exhibida al público-, es también, -por cuenta y obra exclusiva del teatro-, preservada de la transitoriedad inherente al hecho escénico, mediante la elaboración de un archivo historiográfico, consistente en grabaciones, fotografías y hasta filmaciones, que constituyen hoy, tras nueve años de intensa productividad, un verdadero acervo de labor creativa, emanado de la voluntad realizativa de cientos de jóvenes universitarios; acervo permanentemente revertido hacia la comunidad, en lo que puede definirse sin titubeos como el mayor aporte cultural hecho por la Universidad del Estado a la comunidad, dentro y fuera de sus claustros.
La opinión pública sabe, al margen de lo informado recientemente, de esa autonomía “de hecho” en la que se desenvolvió el Teatro de la Universidad de Buenos Aires. Los medios periodísticos se han acercado muchas veces en todos estos años y han podido comprobar por sí mismos cómo funcionaba el Teatro, sin necesidad de mayores aclaraciones.
No debe, pues, extrañar la coincidencia de los titulares periodísticos, que usan el término “desaparición” al comentar los hechos que han llevado al director-fundador del Teatro de la Universidad de Buenos Aires, a un indeclinable alejamiento del sitio para el cual trabajó sin sosiego todos los días de la semana, sin recesos ni licencias reglamentarias, durante nueve años y en el cual, según rezan los programas de mano del teatro, tenía depositadas “todas sus aspiraciones de logro para el futuro”.
Mas allá de todo esto, que es harto desgraciado por lo que implica de fracaso, de abandono de lo que pudo ser la tarea de toda una vida y hasta un legado, no puedo menos que hacerle llegar mi congratulación, al leer en ese comunicado de la oficina de prensa del Rectorado, que la Universidad está dispuesta a mantener en pie al teatro universitario.
Quizá recién ahora, por obra de nuestro quiebre, el teatro que reaparezca sea plena, institucionalmente, el elenco oficial de la Universidad de Buenos Aires.
Pero habrá que partir de cero, como se partió de cero en agosto de 1974, porque el teatro que existió durante nueve años –suena un tanto insolente decirlo-, se fue conmigo y con los jóvenes que se vieron, por obra de las circunstancias, éticamente obligados a seguirme.
El gran actor de Francia y del mundo que fue Gerard Philipe dijo una vez, ante una multitud de estudiantes de La Sorbona: “El teatro es mi vida. Cuando yo muera, morirá mi teatro, o sea, mi vida”.
El Teatro de la Universidad, aquel que transcurre entre el 30 de noviembre de 1974 y el 5 de junio de 1983, fue nuestra vida, porque se hizo siempre muy dentro de nosotros, en lo más cercano a las vísceras que es como decir: a la esencialidad del ser.
Hago votos para que ese renacer de un teatro en la Universidad de Buenos Aires, que anuncia el comunicado de referencia, sea no sólo concretado a la brevedad, como se asegura, sino además definitivo.”
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