martes, 10 de julio de 2012

LA ALEGORÍA DE LA CAVERNA Y EL TUBA

FOTOGRAFÍA DEL MONTAJE DE "LAS COÉFORAS", DE ESQUILO, EN EL TUBA (TEMPORADA 1982): ASOMBROSA SEMEJANZA CON LA "OSCURA CAVERNA" EN LA QUE PASABAN SUS DÍAS LOS EMPLEADOS DE LA DIRECCIÓN DE CULTURA DE LA UBA POR AQUELLOS AÑOS (HABRÁN CAMBIADO LAS COSAS EN LA ACTUALIDAD...?). La alegoría de la caverna, una suerte de metáfora que Platón incluye al comienzo del séptimo libro de La República, explica de manera rotunda lo que el conocimiento aporta al mundo inteligible y además sensible de los seres humanos. Es que sólo CONOCIENDO podemos llegar a entender, a razonar y luego a sentir amor, odio, desprecio o estima por los seres y las cosas que nos rodean. Ese grupo de hombres que Platón describe en su alegoría, prisioneros en una caverna desde su nacimiento y forzados a mirar sólo hacia el fondo oscuro de la caverna, simboliza el triste, irracional destino de todos los grupos humanos cegados por una única visión de la realidad. Esos grupos humanos encerrados en credos, sectas, ideologías, núcleos de poder, estamentos armados, elitismos, absolutismos en una palabra, admiten sólo como VERDAD la oscuridad sombría, informe, de sus propias cavernas. Toman únicamente por cierta esa oscuridad a la que sus ojos y sus mentes se han acostumbrado, la oscuridad en la que han sido educados y formados. No les intriga saber qué otras cosas ocurren a sus espaldas. Si por descuido, alguno de esos seres se libera y sale a la luz del sol y comprueba que hay otras realidades, al volver a la caverna para intentar liberar a los que siguen ensimismados en la oscuridad, se burlarán de él al principio pero luego lo atacarán y hasta intentarán matarlo. De seguro, habrán de poner fin a su vida no bien tengan oportunidad de hacerlo. Bajo ningún punto de vista aceptarán que hay alguna salida hacia la luz, que los tiente a modificar su existencia en la oscuridad. La Universidad en la que el TUBA fue creado, a medidos de 1974, era un cavernoso reducto oscurecido por la llamada “misión Ottalagano”, un giro de ultraderecha promovido desde el pseudogobierno de Isabel Perón, pero no nos engañemos: ni Ottalagano y sus esbirros ni la dictadura militar autodenominada “proceso de reorganización nacional” generaron el oscurantismo mental de los funcionarios y empleadas de la Dirección de Cultura de la UBA, de la que el TUBA estuvo obligado a depender. Esa gente venía de antes, de mucho antes. Prácticamente puede decirse que su odio al CONOCIMIENTO y sus ataduras a la oscuridad provenián de su formación hogareña o de su formación escolar. Jamás quisieron girar la cabeza y contemplar la luz que el TUBA aportaba a sus tétricas, cavernosas oficinas. Si yo llegaba los lunes, grabador en mano, con el testimonio de los aplausos del público a las funciones de fin de semana, se burlaban descaradamente en mis narices o se ponían a hablar de cualquier otra cosa mientras el bullicio de la grabación seguía. No querían escuchar, NO QUERÍAN VER. Y en el fondo de sus conciencias crecía día tras día el designio de dar muerte al TUBA, para que sus vidas pudieran seguir igual que antes, en su aceptada rutina de oscuridad frente a la pared sin reflejos de luz de su caverna. Finalmente lo lograron: el TUBA murió en junio de 1983, nueve años después de haber nacido. La Universidad casi ni se enteró de su existencia; pocos, escasos funcionarios asistieron alguna vez, de mala gana, a alguna de sus 1.163 representaciones. Si Platón hubiese estado vivo por entonces, hubiera aplicado la misma definción epistemológica de su alegoría, asociando la vida y la tarea luminosa del TUBA (descubrimiento de autores ignorados; su accionar formativo brindado gratuitamente hacia todos los sectores de la sociedad), con los esfuerzos de Sócrates por ayudar a los hombres a llegar a la Verdad y su fracaso al ser condenado a muerte. Curiosa semejanza: Sócrates y el TUBA forzados a compartir, con 2.382 años de diferencia, la misma inmerecida pero estoica y ennoblecedora muerte.

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