sábado, 21 de julio de 2012

EL TIEMPO Y EL TUBA

Sucede que las cosas que han ocurrido hace mucho tiempo empiezan a cobrar certeza en nuestro propio razonamiento a medida que, precisamente a causa de ese tiempo que transcurre, van cobrando una nitidez y una verosimilitud que antes parecían no tener. Qué estoy tratando de decir, con relación a la historia del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, que es el eje temático de este Blog...?. Bueno... durante larguísimos años (más de dos décadas), yo mismo dudé del mérito de haber llevado a cabo un teatro universitario en las condiciones físicas y en el marco ideológico de la época en la que el TUBA transcurrió: los nueve años que van desde mediados de 1974 a casi fines de 1983. Todo había sido hecho en medio de tanta incertidumbre, de tantas carencias y de tanto miedo... Los comienzos habían sido tan brumosos, tan carentes de propósitos definidos y acordados entre la Universidad y este hombre de teatro sin antecedentes universitarios que era yo, acostumbrado a batallar en los sótanos de los teatros independientes en los que, pese a esas dificultades que la Boero aconsejaba amar (“amemos las dificultades”, decía Alejandra, “porque son el mejor estímulo para seguir luchando”), tenían de algún modo “olor y fisonomía de teatro”. En la Universidad que yo encontré al llegar, en agosto de 1974 y en los años que siguieron, no había nada que se asemejase a un espacio apto para desarrollar una actividad cultural vinculada al milenario hecho escénico. Había aulas y pasillos inhóspitos atestado de vigilantes y espías, de uniforme y de ropa civil. En la “dirección de cultura” en la que el TUBA nació, nadie hablaba de libros, ni de obras de teatro, ni de música, ni de pintura, ni de cine ni de danza ni de nada que se relacionase con el arte de crear cosas bellas para la sociedad. Esas empleadas viejas y feas (créanme: eran todas muy viejas y para colmo, horriblemente feas), sólo sabían de exhalar odio hacia “los malditos zurdos” y “los malditos judíos”, de mostrarse amables y hasta afectuosas con sus celadores de turno y de observar con mucho recelo el avance “amenazador” de ese grupo teatral en el que (según ellas), había tantos melenudos sucios y con fachas de delincuentes... Debo haberlo comentado ya en algún capítulo de este Blog: la señora de Pagani (la única en ese antro que se salía un poco del molde), exclamando cuando me vió entrar con un ánfora de yeso comprada en el Once, para la función del 30 de noviembre de 1974 en la que se recreó el diálogo de Platón llamado “Fedón, o Del alma”: “PERO QUIROGA, ESTA OFICINA SE VA A TERMINAR CONVIRTIENDO EN UN TEATRO...!!!”. Bendita señora de Pagani, que hasta lloró cuando tuvo que venir a hacer el inventario de lo que quedaba, cuando en junio de 1983 el TUBA se cerró definitivamente... Lo cierto es que los nueve años de vida del TUBA fueron tan aciagos, tan colmados de logros y desencantos, tan difíciles de sobrellevar anímica y físicamente, tan extenuantes y tan pletóricos, tan amenazados a diario con la disolución que finalmente llegó, tan arriesgados en propuestas (la erección del espacio experimental en la cancha de pelota del último piso de Corrientes 2038, en 1980), tan saturados de amenazas y al mismo tiempo tan sostenidos por un convencimiento de lo que el desafío de seguir adelante significaba... que cuando todo concluyó y fue reemplazado por el promocionado proyecto del Centro Cultural Rojas y se empezó a hablar del TUBA (las pocas veces que se habló) como de algo obsoleto, pasado de moda y encima “cómplice de la dictadura militar”, no voy a decir que me convencieron... pero de algún modo me generaron dudas: Valió la pena...? No valió la pena...?. La herida era muy profunda (al punto que quedé inválido para seguir haciendo teatro en alguna otra parte y directamente abandoné el teatro para siempre); los eruditos como Dubatti sólo apuntaban al mérito arrollador de Batato Barea, Los Macocos o el Clú del Clawn; la “patota cultural” de los radicales había copado los espacios oficiales y en la Universidad la voz cantante era sólo la de Franja Morada. Pero los revanchismos también pasan y hasta hoy nadie ha podido probar esa malintencionada estupidez de que el TUBA fué “cómplice del Proceso”. El tiempo, aunque parezca lo contrario, juega a favor del TUBA, porque sigue estando solo en la historia de 191 años de la Universidad de Buenos Aires; porque su sistema de trabajo: el REPERTORIO EN ALTERNANCIA, no se practica en la Argentina; porque su aporte investigativo permitió descubrir y divulgar, llegando a cientos de miles de espectadores, la primera comedia escrita por Molière (“El atolondrado o Los contratiempos”); una farsa irritante como “La marquesa Rosalinda”, de Ramón del Valle Inclán; la más augusta de las tragedias: “Fedra”, de Racine; las zafadas pero aleccionadoras comedias de Terencio, Plauto y Menandro; obras de autores nacionales que fueron sucesos de años enteros (como “La ofensiva”, de Martha Lehmann o “El día que mataron a Batman”, de Daniel Hadis); el encanto otoñal de las humoradas de Chéjov (“Una corista”, “El malhechor” y “Un carácter enigmático”); el texto ignorado, monumental, de “Una tragedia florentina”, de Oscar Wilde; los rotundos alegatos contra la tiranía del poder, en “Electra”, de Sófocles o “Las coéforas”, de Esquilo; el arte juglaresco de los entremeses de Lope de Rueda, representandos en el castellano antiguo original; los alertantes sainetes contemporáneos de Enrique Wernicke; los amargos pero sabios grotescos de Armando Discépolo y Luiggi Pirandello (“Relojero”, “Stéfano” y “El gorro de cascabeles”); el último aporte a la dramática del cuestionado pero reflexivo historiador y académico Juan Carlos Ghiano (“Miedos y soledades”); la rebeldía inconformista del jóven Henrik Ibsen (“La noche de San Juan”); la bohemia trasnochada del pre-existencialista Henri Mürger (“Escenas de la vida bohemia”)... y sobre todo y por encima de todo, el aliento revolucionario, la burla feroz a la sociedad formalmente acostumbrada y el grito desgarrador en defensa de los sometidos, de los humillados, de los nacidos para encontrar en la muerte prematura la única posibilidad de redención, del también muerto jóven (a los 24 años), Georg Büchner, en “Leonce y Lena” y “WOYZECK”, el espectáculo más imperecedero de la historia del TUBA, precisamente porque fue tajantemente prohibido tras su tercera representación. Ahora no tengo dudas que la existencia precaria pero contundente del TUBA, valió la pena. El tiempo sin ningún otro centro de drama que se le asemeje, en repertorios, en vitalidad, en alcance masivo de sus realizaciones, ni en la Universidad de Buenos Aires ni en ningún otro espacio de actividad cultural oficial o privado de la Argentina... el sereno pero implacable Tiempo que todo lo pone definitivamente en su lugar, es el que me dá la razón. LAS FOTOS QUE ACOMPAÑAN ESTA ENTRADA PERTENECEN A LA PRODUCCIÓN DE "WOYZECK", DE G. BÜCHNER, EN EL TUBA (1978 - PROHIBIDA POR LA DIRECCIÓN DE CULTURA DE LA UBA, POR "PROPENDER A LA INFILTRACIÓN MARXISTA")

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