jueves, 8 de marzo de 2012

UN TEMA CRUCIAL DE ESTE BLOG: EL VACÍO DEJADO POR LA DESAPARICIÓN DEL “TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES” EN JUNIO DE 1983

Quienes accedan a este Blog por primera vez o muchos de los que lo vienen siguiendo a partir de Febrero de 2010, fecha de su creación, tendrán derecho a preguntarse en algún momento: Tiene sentido contar ahora tantas historias, logros, percances, triunfos y tribulaciones de un grupo teatral universitario que, pese a su prolífica existencia de nueve años en continuidad, lleva ya 29 años sin existir...? Haciendo caso omiso de mi maniática tendencia a “la evocación” (se decía del renombrado director de cine George Cukor que era un “empecinado evocador”), convengamos que la historia del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS es algo más que un bonito compendio de heroicidades juveniles, ocurridas precisamente en el período de más horrenda represión por parte del Estado en la Argentina. El TUBA (como se lo conocía popularmente) fue un centro de investigación y divulgación de la dramática nacional y universal que sacó a relucir autores y obras jamás mostrados al público argentino con anterioridad, como en los casos de “La suegra”, de Terencio; “El díscolo”, de Menandro; “Fedra”, de Racine; “El atolondrado”, de Molière; “Mozart y Salieri”, de Pushkin; “La marquesa Rosalinda”, de Valle Inclán; “Una tragedia florentina”, de Oscar Wilde; “La noche de San Juan”, de Ibsen; “La grulla crepuscular”, de Kinoshita; “Escenas de la vida bohemia”, de Mürger; “Oda al macho cabrío”, de Jodelle; “Los cautivos”, de Plauto; “Andanzas de Don Quijote de la Mancha”, de Francisco de Ávila o “Lucía Miranda”, drama histórico del autor rioplatense Miguel Ortega, escrito en 1864. Fue además el TUBA una suerte de “formador de públicos”, al hacer llegar todas esas obras antes citadas y muchísimas más (entre las que hubo títulos de hondo valor humanístico y filosófico como “La vida es sueño”, de Calderón; “Las coéforas”, de Esquilo; “Electra”, de Sófocles; “El gorro de cascabeles”, de Pirandello; “La gaviota”, de Chéjov o “Fedón, o Del alma”, el diálogo de Platón con que inició su actividad pública el 30 de noviembre de 1974), a cientos de miles de espectadores, provenientes de todos los sectores sociales de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerenseo, mediante fatigosas giras por pueblos, universidades y centros culturales, incluído el interior de la República, manteniendo invariablemente la altruísta política del acceso LIBRE y GRATUITO. Como cultor de la dramática rioplatense, el TUBA logró en más de una oportunidad lo que en la jerga del teatro comercial se denomina “sucesos”, con obras como “La ofensiva”, de Martha Lehmann (que alcanzó la cifra inusual para un grupo universitario de 83 funciones en 1977); los grotescos de Armando Discépolo “Stéfano” y “Relojero”; el teatro costumbrista de Alberto Vacarezza, Carlos Mauricio Pacheco, Nemesio Trejo, Roberto Cayol, Francisco Defilippis Novoa, Enrique Buttaro, Florencio Sánchez, Ezequiel Soria o José González Castillo; los sainetes contemporáneos de Enrique Wernicke y en carácter de estreno, concedido gentilmente por el académico entrerriano Juan Carlos Ghiano (fallecido en 1990), las tragicomedias en un acto “Los testigos”, “Los extraviados” y “Pañuelo de llorar”, que el TUBA dió a conocer en 1980. Internamente, tanto en la faz de la preparación actoral, mediante la práctica directa sobre el escenario y ante el público, como en sus talleres de artesanado en los que se construían decorados, se confeccionaban vestuarios de época o elementos de utilería e iluminación, el TUBA contribuyó a la formación ética de unos 1.600 estudiantes provenientes de todas las carreras que por espacio de un mes, un año o la totalidad de su vida activa como Teatro de Repertorio, protagonizaron una epopeya realizativa en el campo del quehacer escénico signada por el desinterés económico, el altruísmo y el esfuerzo incondicional puesto al servicio de una tarea enriquecedora de la Sociedad como lo es la del teatro. Nada de todo esto que por enésima vez acabo de reseñar tuvo continuidad luego del cierre del TUBA. El vacío dejado por el TUBA, extrañamente, no ha sido hasta hoy cubierto por ninguna de las múltiples áreas de interacción cultural que hace unos 28 años se desarrollan en el Rojas, el epicentro cultural de la UBA, que significativamente ocupó el mismo lugar físico que el TUBA había defendido durante nueve años (o sea: el viejo edificio de Corrientes 2038, convenientemente refaccionado y expandido). Por qué...? Sencillamente, porque no ha vuelto a existir un TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES. Este vendría a ser el tema crucial que dá sentido a la razón de ser de este Blog, creado a tantos años de distancia de la desaparición del TUBA. Más allá de mis nostálgicas evocaciones (al mejor estilo George Cukor), de mis relatos a menudo llevados al límite de lo apoteótico, cuando se trata de demostrar la entrega sin reservas de aquella pléyade de jóvenes “cómicos de la legua” que vestían con orgullo sus harapos como si fuesen atuendos imperiales; de mis derrumbes emocionales al describir las humillaciones, los impedimentos, las censuras y persecuciones a las que el TUBA fue sometido por funcionarios y empleados de la propia Universidad a la que pertenecía... lo inexplicable (que alguien DEBERÍA poder explicar), es ese tema del vacío. Un Teatro Universitario que estuvo tan vivo y tan pletórico de entusiasmo durante casi una década, tan combativo y tan lúcido frente a su misión esclarecedora en el oscuro tiempo en que le tocó alzar su voz... no pudo ser continuado por nadie...? No hay nadie en este magnífico tiempo de democracia DEFINITIVA en la Argentina que esté dispuesto a llenar con nuevos impulsos y fogosidades juveniles ese ominoso vacío dejado por el TUBA hace veintinueve años...?.

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