sábado, 24 de marzo de 2012

LA "HISTORIA DEL TUBA" CONTADA TODA DE UNA VEZ...

Este Blog se llama “Historia del Teatro Universitario de Buenos Aires, el TUBA (1974-1983)” y narra en forma no cronológica, a través de las 222 “entradas” o capítulos que preceden a este y que parten de febrero de 2010 (mes y año en que el Blog fue creado), el derrotero de nueve años seguidos de un Centro de Drama que nació en la Dirección de Cultura de la UBA a mediados de 1974 y que a partir del año 1979, por imposición de la propia Universidad, fue el hasta hoy único “TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES”. He aquí, en este capítulo, un relato de esa hasta ahora dispersa (y olvidada) historia, contada de una sola vez: Los antecedentes en materia de teatros universitarios en Argentina eran muy escasos hacia 1974. Para entonces nadie recordaba que el primer elenco universitario del país había sido creado en 1949, en Mendoza, por Galina Tolmacheva (1895-1987) -doctorada en Filosofía y Letras en Moscú y alumna de teatro durante ocho meses del célebre Constantin Stanislavsky. Lo que se tenía era un vago recuerdo del Teatro de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, que a fines de la década del cuarenta y parte de la del cincuenta dirigió el catalán Antonio Cunill Cabanellas (1894-1969), en el cual revistaron, como estudiantes de la carrera, Pepe Soriano y Duilio Marzio. Otro antecedente valioso había sido el del Teatro Universitario de Arquitectura, fundado por Jorge Petraglia y Leal Rey durante la década del cincuenta, que en 1958 dio a conocer (sólo durante 15 días), nada menos que “Esperando a Godot”, de Samuel Beckett. Saliendo de la Capital Federal, es en provincias donde floreció una mayor actividad de elencos universitarios y aquí corresponde citar en primer término al Teatro Universitario de Tucumán, creado en 1964 por Boyce Díaz Ulloque, cuyo repertorio albergó autores como Claudel, Obaldía, Beckett, Shaffer, Ibsen, Stoppard, Shakespeare, Camus, Molière, O’Neill y cuyas giras trajeron más de una vez a la sala del Cervantes espectáculos de innegable jerarquía. Así y todo (y salvo este último ejemplo), necesario es precisar que la actividad de los elencos universitarios del país no se ha caracterizado por la continuidad y sí mas bien por una sucesión de intentos repentistas, casi siempre abortados por contingencias de orden político, típicas de las Casas de Estudio que eventualmente los albergan. En cuanto a la Universidad de Buenos Aires, (y a diferencia de la mayoría de sus pares en el resto del mundo), jamás había tenido, hasta 1974, un centro de drama orgánico bajo su dependencia y que la representase en el terreno de las artes del espectáculo, tanto nacional como internacionalmente. De ahí la importancia histórica que reviste, a partir de agosto de 1974, la existencia de un organismo como el TUBA, que se origina en la propuesta ante la Dirección de Cultura de la U.B.A. por parte del director teatral Ariel Quiroga, respecto a crear un Teatro Universitario de Repertorio, que con el correr de los años y a partir de su quinta temporada consecutiva de existencia, habría de convertirse en el primer (y único hasta el presente), elenco oficial de teatro de la Casa de Altos Estudios del Estado: el Teatro de la Universidad de Buenos Aires (1974-1983). Se caracterizan estos teatros por ser específicamente laboratorios dedicados a la investigación en el campo del hecho escénico, con miras al desarrollo de nuevas formas de concreción del drama representado. Supuestamente se sostienen económicamente con un presupuesto otorgado por la Casa de Estudios de la cual dependen o bien por instituciones privadas contribuyentes, de modo tal que prescinden de intereses en materia de éxito y/o recaudaciones, como el resto de los teatros. Sus huestes actorales y escenotécnicas son en su mayoría integradas por estudiantes de distintas carreras, con inclusión, además, de personal docente, no docente y hasta graduados. No debería ser finalidad de estos teatros formar actores profesionales, sino brindar a los jóvenes en etapa de estudio de carreras curriculares un marco donde explayar sus aptitudes artísticas y su altruismo, experimentando los avatares, descubrimientos y ensoñaciones que desde antigua data han caracterizado la forma de vida de los comediantes. Son una saludable expansión para el espíritu, a la par de las competiciones deportivas y las formaciones corales y musicales, al viejo estilo de las universidades centroeuropeas, como la de Heidelberg, a partir del Siglo XVII. Una vez aprobada la propuesta de Quiroga, se realiza en septiembre y octubre de 1974 un llamado a inscripción hecho por la Dirección de Cultura en el ámbito de las facultades y colegios dependientes del Rectorado de la U.B.A., en el que se invita a participar de la vida interna de un “teatro de repertorio”. Valga la aclaración que no se llamó a inscribirse en un “curso de actuación”, como es lo habitual; la convocatoria apuntaba a que los interesados ingresen de lleno a la vida interna de un teatro en funcionamiento como tal, con la gravitante experiencia del contacto directo con el público, muy a la manera de cómo reclutaban sus huestes los elencos independientes, que tanto rigor formal y conceptual aportaron durante décadas a la escena nacional. De ese primer llamado a inscripción surge un conglomerado de 236 postulantes a integrar el proyectado “teatro universitario de repertorio”. En años sucesivos habría, cada verano, nuevas convocatorias, llegándose a un total de más de 1.600 jóvenes que, entre 1975 y 1983, por una semana, por unos meses o por años, tuvieron heroica participación en la vida institucional de ese teatro, surgido prácticamente de la nada. La primera representación, hecha con el concurso de actores profesionales, tiene lugar el 30 de noviembre de 1974, en el edificio de la Av. Corrientes 2038, donde funcionaba por entonces la Dirección de Cultura de la U.B.A. Significativamente esa primera (y única) representación se basa en la adaptación escénica hecha por los profesores de derecho Carlos Biedma y Manuel Somoza del diálogo de Platón llamado “Fedón, o Del alma”, que había sido puesto en escena en 1942 por aquel primigenio teatro universitario dirigido por Cunill Cabanellas. A comienzos de 1975 el elenco estudiantil surgido del llamado a inscripción de fines de 1974, se presenta en el Centro Cultural San Martín con una cabalgata evocativa del sainete rioplatense, que incluye pasos de comedia y obras breves de los autores más conspicuos del llamado “género chico nacional”: Nemesio Trejo, Ezequiel Soria, Carlos M. Pacheco, Alberto Vaccarezza, Francisco Defilippis Novoa, José González Castillo, Florencio Sánchez, Roberto Cayol, Enrique Buttaro y Alberto Novión, entre otros. Es un espectáculo de más de dos horas de duración en el que intervienen unos 130 jóvenes universitarios y que ha de desfilar, a lo largo de todo 1975, por escuelas, parroquias, bibliotecas y centros culturales de la Capital y el Gran Buenos Aires. Ese primer año de actividad, con unas 40 representaciones realizadas, culminó con la puesta en escena, en un centro recreativo de Chapadmalal, de la tragedia rural “Antígona Vélez”, de Leopoldo Marechal. Fue en mayo de 1976 que la agrupación apareció por primera vez con nombre propio: “Teatro Universitario de Buenos Aires”, haciendo un repertorio de comedias clásicas que se representaban en alternancia (esto es: un día cada una), y abriendo nada menos que la temporada oficial del Teatro Nacional Cervantes. “La suegra”, de Terencio (116 a.C.-27 a.C.); “Los cautivos”, de Plauto (254 a.C.-184 a.C.) y “El díscolo”, de Menandro (342 a.C.-292 a.C.) fueron las comedias que integraban ese primer repertorio (verdaderas joyas de ironía y sapiencia), y que además del Cervantes (en dos ciclos discontinuados por la visita de la “Actor’s Company”, de Londres), se representaron también en la Biblioteca Popular de Olivos, en el auditorio de Subterráneos de Buenos Aires, en la Facultad de Ingeniería y en la sala de la planta baja de Corrientes 2038, donde se había instalado por entonces la Carrera de Psicología, desalojando a la Dirección de Cultura a un edificio de la calle Azcuénaga. Es allí, en el viejo solar de Corrientes 2038 donde el Teatro Universitario de Buenos Aires decide, a partir de agosto de 1976, instalar su propia sede, iniciando una continuidad de funciones de fin de semana, durante los doce meses de cada año, que habría de prolongarse hasta junio de 1983. Enfrentando todo tipo de dificultades cotidianas, las huestes del Teatro Universitario de Buenos Aires (al que se empezó a conocer popularmente como “el TUBA”), lograron por fin darle continuidad a sus actuaciones, con hasta seis funciones semanales (los viernes, sábados y domingos), con entrada LIBRE y GRATUITA, en la precaria sala de la planta baja de Corrientes 2038, donde a duras penas cabían unos 280 espectadores. La afluencia de público empezó a ser masiva. Largas colas de espectadores aguardaban desde varias horas antes, en la vereda de la avenida Corrientes y en el sombrío pasillo de la Carrera de Psicología, el comienzo de cada representación. Los más jóvenes se instalaban en el piso, en los pasillos laterales y hasta en el “hall” de acceso a la sala, desde donde seguían el espectáculo con aplausos y vítores que constituían (probablemente) su única posibilidad de expansión, libre de amenazas, en las sombrías épocas de clausura que vivía la Nación. La temporada 1976 del TUBA en Corrientes 2038 incluyó la comedia de John Synge (1871-1909) titulada “El farsante más grande del mundo” (estrenada en Buenos Aires en 1959 por María Rosa Gallo y Alfredo Alcón, en el desaparecido teatro Odeón); la obra naturalista en dos tiempos de Alberto Wainer “Correte un poco” y la tragedia de Sófocles (496 a.C.-406 a.C.) “Electra”. Ese mismo año, el TUBA había llevado la obra de Synge y la escenificación del drama bíblico de Jonás (con el Oratorio de Giácomo Carissimi (1605-1674) a cargo del Coro de la U.B.A. dirigido por Héctor Zeoli como acompañamiento), al Aula Magna de la Facultad de Medicina, colmado su hemiciclo por entusiastas jóvenes universitarios. En 1976 el TUBA logró concretar 126 representaciones y un total de 24.212 espectadores (incluídos el Cervantes, las Facultades de Medicina e Ingeniería, la Biblioteca Popular de Olivos; el auditorio de Subterráneos de Bs.As. y Corrientes 2038). La temporada 1977, programada y anunciada previamente por los diarios como suelen hacerlo los demás teatros oficiales, (lo que pasó a ser una práctica común del TUBA) tuvo la virtud de “descubrir” para el público de Buenos Aires a una autora argentina fallecida doce años antes (en 1965) en un accidente automovilístico: Martha Lehmann. La comedia de Lehmann titulada “La ofensiva” constituyó para el TUBA lo que en la jerga de los teatros profesionales se caratula como “un suceso” y de hecho estuvo en cartel desde marzo a diciembre, con un total de 83 representaciones en la sala de Corrientes 2038, mas una que se llevó a cabo en el Teatro Municipal de Río Cuarto (Córdoba). Para el montaje de “La ofensiva” se construyó un complejo decorado corpóreo, desarmable como los del teatro profesional, que diseñaron y elaboraron los estudiantes de arquitectura que a la sazón integraban la compañía. A partir de ese año el TUBA comenzó a tener talleres internos, tanto de escenografía y utilería, como de análisis en profundidad de obras y autores que fuesen a figurar (o no) en futuros repertorios. En cuanto a estos, su programación fue confiada por la Secretaría Académica del Rectorado de la U.B.A. a reconocidos literatos, como Delfín L. Garassa; Arturo Cambours Ocampo y Raul H. Castagnino, miembros del profesorado de la Facultad de Filosofía y Letras. Habituado a practicar “la alternancia” (que implica tener varios títulos en simultaneidad en la cartelera), el TUBA montó además en 1977 un espectáculo basado en los entremeses y pasos de comedia de Lope de Rueda (1510-1565), que recreaba la odisea de los cómicos de la legua, desafiando las censuras y persecuciones de la España de la Inquisición (en aviesa pero solapada alegoría a la propia odisea de los comediantes del TUBA), forzados a sobrellevar a diario las detracciones, menoscabos y hasta amenazas de las autoridades universitarias del momento, identificadas con la dictadura militar imperante. El tercer montaje de 1977 que se alternó en la cartelera semanal del TUBA fue el de “El alma del suburbio”, una estampa evocativa del Buenos Aires de antaño, con glosas y poemas de Evaristo Carriego (1883-1912) e Ignacio B. Anzoátegui; obras breves como “Entre bueyes no hay cornadas”, de José González Castillo (1885-1937); “A media noche”, de Pedro E. Pico (1882-1945) y “Marta Gruni”, de Florencio Sánchez (1877-1936). La temporada 1977 consignó 183 representaciones en Corrientes 2038; una en el Teatro Municipal de Río Cuarto; dos en el Centro Cultural del Tigre Hotel y una en un cuartel de bomberos en la localidad de Florencio Varela (Prov. de Buenos Aires), sumando entre todas un total de 52.440 espectadores (siempre, invariablemente, con acceso libre y gratuito). Para la temporada de 1978, el TUBA programó escrupulosamente una serie de montajes que, más allá de su eventual repercusión pública, no debían superar los tres meses de estadía en la cartelera. Bajo esta premisa, se dieron a conocer, entre marzo y octubre: “Comedia de errores”, de William Shakespeare (1564-1616); “Relojero”, de Armando Discépolo (1887-1971) y “Leonce y Lena”, de Georg Büchner (1813-1837), además de la reposición de “Correte un poco”, de Alberto Wainer, que provenía de temporada de 1976. Tras un exhaustivo trabajo de investigación, en un taller interno que coordinó la antropóloga Else Waag, el TUBA decidió postergar el montaje de “El brujo del bosque”, de Antón Chéjov (1860-1904) y en su lugar dar a conocer el trascendente drama de Georg Büchner “Woyzeck”, lo que le valió una tajante prohibición, tras la tercera representación, emanada del Rectorado de la U.B.A., bajo la inverosímil acusación de “propender a la infiltración marxista”. (Cabe acotar que el “Manifiesto” de Karl Marx se publicó recién once años después de la temprana muerte de Büchner, a los 24 años). Tras la prohibición de “Woyzeck” el director titular del TUBA, Ariel Quiroga, presenta su renuncia como Jefe del Departamento de Teatro de la U.B.A., pero –en aras de mantener la continuidad del organismo-, acepta continuar, cerrando la temporada con un montaje de compromiso: “La dama del alba”, de Alejandro Casona (1903-1965). Pasarían cinco años antes que esa renuncia se tornase en definitiva. Todas las obras del año (salvo “Woyzeck”, por razones obvias) fueron llevadas, con su montaje integral, a las Facultades de Derecho, Medicina, Ciencias Económicas e Ingeniería, y al Centro Cultural del Tigre Hotel, totalizándose 146 representaciones, con un caudal de 28.378 espectadores. Abriendo la cuarta temporada en Corrientes 2038 (1979), el TUBA “descubre” la primera comedia escrita por Jean Baptiste Poquelin con el seudónimo de Molière (1622-1673): “El atolondrado, o Los contratiempos”. A continuación aborda el drama de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) “La vida es sueño”, para cuya presentación el organista Héctor Zeoli escribe y ejecuta en el órgano de la Basílica del Santísimo Rosario, Convento de Santo Domingo, la música incidental. La temporada se completa con un espectáculo para niños, en adhesión al Año Internacional del Niño y la Familia: “Blanco, negro, blanco”, de Alfonsina Storni (1892-1938) y con un montaje de cámara, en base a fragmentos de “La laguna de los nenúfares”, de Victoria Ocampo (1890-1979), “Medea”, de Jean Anouilh (1910-1987) y “La dama no es para la hoguera”, de Christopher Fry (1907-2005). “La vida es sueño” se estrena en el Teatro de las Provincias Argentinas (hoy Regio, de Colegiales), antes de pasar a integrar el ciclo en Corrientes 2038 y también es llevada, junto con “El atolondrado” a las Facultades de Medicina, Odontología y al Centro Cultural del Tigre Hotel. El año concluye con una única representación de “Lucía Miranda”, escrita por un ignoto poeta rioplatense llamado Miguel Ortega, en 1864. En total, son 153 representaciones y se contabiliza un caudal de 34.216 espectadores. Hasta 1978, los programas de mano del TUBA consignan el nombre del organismo como Teatro Universitario de Buenos Aires, si bien figuran previamente los rótulos de “Universidad de Buenos Aires” y de “Dirección de Cultura” como auspiciantes y/o patrocinadores. A partir del año 1979, llega una orden (verbal) del Rectorado de la U.B.A. (no avalada por documento alguno), según la cual el nombre deberá ser el de Teatro DE LA Universidad de Buenos Aires”, una ambigua manera de “asumir y legitimar paternidad”, pero sin dejar constancia escrita. Siguiendo pautas trazadas por el arquitecto y escenógrafo Gastón Breyer, (1919-2009), el TUBA decide abrir su quinta temporada en Corrientes 2038 (la de 1980) intentando llevar a la práctica las teorías del espacio multívoco (también llamado “polivalente”). Abandona la sala tradicional de la planta baja e instala un tablado al descubierto en medio de la inmensa bóveda de la cancha de pelota que el edificio de Corrientes 2038 tiene en su último piso. Se montan allí cuatro espectáculos que buscan ahondar en los recursos del “espacio vacío”, expuestos por el británico Peter Brook (1925) en sus tratados sobre la renovación del ámbito escénico: “El avestruz acuático” (Una idea sobre el teatro), suerte de ceremonia grupal con textos de Jean Louis Barrault (1910-1994), Charles Baudelaire (1821-1867) y Alonso de la Vega (¿?-c. 1566); “La grulla crepuscular”, de Junji Kinoshita (1914-2006); “Mozart y Salieri”, de Alexander Pushkin (1799-1837) y “Chejoviana”, que incluyó fragmentos de “La gaviota”, el cuento “La novela del contrabajo”, actuado en forma de pantomima y la obra en un acto “Petición de mano”, de Chéjov. Tras seis meses de experimentación en la improvisada “sala cancha” (a la que el público tenía dificultades para acceder, por quedar clausurado el único ascensor del edificio durante los fines de semana), el TUBA vuelve a la tradicional de la planta baja con el estreno, concedido en exclusividad, de "Miedos y soledades”, del académico e historiador entrerriano Juan Carlos Ghiano (1920-1990), que asiste a casi la totalidad de los ensayos y representaciones. La temporada finaliza con el estreno en el país de la tragedia “Fedra”, de Jean Racine (1639-1699), en traducción directa del original realizada por el taller literario interno del TUBA. Dar a conocer “Fedra” en Argentina es uno de los méritos no reconocidos (entre tantos otros…) de la tarea divulgadora cumplida por el TUBA a lo largo de su década de existencia. Cabe acotar que en 1980 se cumplían precisamente 300 años de la inauguración de la “Comédie Française”, que tuvo lugar el 24 de agosto de 1680, con la ilustre tragedia raciniana. Son en total 141 funciones (64 de ellas en la “sala-cancha”) que nuclean a 18.906 espectadores. “Fedra” se representa también en las Facultades de Derecho, Medicina y Ciencias Económicas. La temporada de 1981 se abre con dos comedias escritas contemporáneamente por sus respectivos autores: “La sombra del valle”, de John Synge y “Un trágico a la fuerza”, de Antón Chéjov. Le siguen el grotesco de Armando Discépolo titulado “Stéfano” y dos estrenos de obras nunca antes representadas en Argentina: “La marquesa Rosalinda”, de Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936) y “Una tragedia florentina”, de Oscar Wilde (1854-1900). En septiembre “Stéfano” es llevada, con su complejo decorado corpóreo, al Pabellón de las Américas de la Universidad Nacional de Córdoba, en dos funciones a las que asisten unos de 2.400 espectadores, en su mayoría estudiantes de esa Casa de Estudios. Se realizan en total 148 representaciones en 1981, con concurrencia de 29.010 espectadores. Inaugura la temporada de 1982 el grotesco de Luigi Pirandello (1867-1936) “El gorro de cascabeles”, al cual se acopla en alternancia una tragicomedia escrita por el estudiante de derecho e integrante del TUBA Hugo Daniel Hadis, titulada “El día que mataron a Batman”. La obra de Hadis habrá de mantenerse en cartel de marzo a diciembre, y su ácido mensaje sobre la banalidad del poder obtiene clamorosa respuesta por parte de los miles de jóvenes que acuden a presenciarla. La temporada incluye también cuatro espectáculos más, que se alternan en la cartelera de Corrientes 2038: “Escenas de la vida bohemia”, de Henri Mürger (1822-1861); una segunda Chejoviana”, que incluye adaptaciones de los cuentos “Una corista”, “El malhechor” y “Un carácter enigmático” y el drama en un acto “El canto del cisne”, de Chéjov; el estreno en el pais de “La noche de San Juan”, de Henrik Ibsen (1828-1906); un espectáculo de cámara con dos obras nacionales: “El velo”, de Martha Lehmann y “El poeta”, de Enrique Wernicke (1915-1968) y la segunda parte de “La Orestíada” de Esquilo (525 a.C.-456 a.C.), llamada “Las coéforas”. “El día que mataron a Batman”, “Escenas de la vida bohemia” y “Chejoviana” se representan también en las Facultades de Derecho, Medicina, Ingeniería y Ciencias Económicas; en el Centro Cultural del Tigre Hotel y en el Centro Cultural de Zárate. En octubre, la reposición de “Stéfano” (con elenco y decorados originales de la temporada anterior), es llevada al Teatro Auditórium de Mar del Plata, con los auspicios de la Universidad de esa ciudad, conjuntamente con “El día que mataron a Batman”. La temporada 1982 totaliza 146 funciones, con un total de 28.600 espectadores. El proyecto de repertorio para la temporada 1983 es ambicioso, pero no ha de poder concretarse. Están programados: el demorado (y hasta hoy no cumplido por ningún teatro, oficial ni privado) estreno de la tragedia rural de Eduardo Mallea (1903-1982) “El gajo de enebro”, otro estreno de un texto nunca representado en Argentina: “Fantasio”, de Alfred de Musset (1810-1857); “Alcestes”, de Eurípides (480 a.C.-406 a.C.) y un segundo estreno de un autor universitario e integrante del TUBA: “El descenso a la verdad, o Los augustos”, de Gustavo Manzanal. Pese a los reiterados (y casi diarios) enfrentamientos con las autoridades y el personal de la Dirección de Cultura de la U.B.A. (que parece “no tolerar” la preeminencia y popularidad adquirida por el elenco universitario, cuya sigla “TUBA” también irrita por las connotaciones que se le atribuyen), se decide abrir la temporada a fines de marzo con la reposición de “Una tragedia florentina”, de Oscar Wilde, estrenada dos años antes y con un espectáculo de sainetes breves de Enrique Wernicke, que (en abierta alusión a la época), se agrupan bajo el título de “Tiempo de aparatos”. En abril el TUBA es convocado por la filial argentina del Instituto Internacional del Teatro para intervenir en la Jornada del Día Mundial del Teatro, que se celebra en el Cervantes. Lo hace con una audaz representación de la “Pompa del macho cabrío”, de Étienne Jodelle (1532-1573), que la nutrida audiencia celebra con prolongado aplauso. Las trabas puestas desde el Rectorado de la U.B.A. a una proyectada gira latinoamericana por universidades del continente (de las que se reciben testimonios de aprobación) y la negativa absoluta por parte del Director de Cultura, Dr. Jorge Luis García Venturini, a solventar los gastos de una estadía de quince días del TUBA en Mar del Plata (para presentar “El gajo de enebro” y “Fantasio” en el teatro Auditórium durante las vacaciones de invierno), argumentando que los integrantes del elenco “no son personal rentado de la Universidad y por lo tanto no están en condiciones de percibir viáticos”, determina que tanto el director titular Ariel Quiroga como la totalidad del TUBA (a la sazón, 53 integrantes) presenten su renuncia indeclinable, llevando a cabo los integrantes severas denuncias públicas contra la U.B.A., que el periodismo recoge en notas de considerable espacio. “Desaparece el Teatro de la Universidad”, titula Clarín, en premonitoria cuan acertada apreciación; “Se disolvió el Teatro de la Universidad”, titula, por su parte, La Nación (dando por sentado el mismo vaticinio) y el Diario Popular, (más contundente), afirma: “Hartos, largaron todo…!”. La última representación en la sala de Corrientes 2038 tiene lugar el 5 de junio de 1983, con el espectáculo “Tiempo de aparatos”. En días subsiguientes, la U.B.A. emite escuetos comunicados de prensa, señalando que la renuncia de Quiroga no significa que el Teatro de la Universidad vaya a desaparecer y algunos meses más tarde nombra un nuevo director para una agrupación que, en realidad, no existe, tras el alejamiento de todos sus integrantes. Enrique Escope, sucesor de Quiroga, realiza ampulosos anuncios pero al poco tiempo también renuncia. Por último es Roman Caracciolo quien acepta la dirección, y tras un período sin novedades, presenta en Corrientes 2038 un espectáculo titulado “Q’ensalada”, del que, al parecer, se realizan sólo unas pocas funciones. Luego de un año de vacío, en un ahora remodelado edificio de Corrientes 2038, se erige el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, que pasa a ser un lugar de actividades multidisciplinarias, con prioridad para el dictado de cursillos extracurriculares, pero donde no vuelve a existir un centro de drama con repertorios en continuidad, como el desaparecido TUBA. Los grupos teatrales que desfilan por sus espacios lo hacen con escaso número de funciones y sin configurar repertorios; no van a las facultades ni representan a la U.B.A. en eventos a nivel provincial o nacional, como lo hacía el TUBA. En la Dirección de Cultura de la U.B.A. (en cuya sede funciona el Rojas), no queda un solo resabio de la enorme actividad desplegada por el TUBA entre fines de 1974 y mediados de 1983. Su existencia de casi una década; sus nueve temporadas consecutivas; sus reseñas, trabajos de estudio, affiches, programas de mano y demás evidencias de su fructífera labor son hechos desaparecer por manos anónimas de los anales de la Universidad de Buen os Aires. La renuncia de Ariel Quiroga fue rechazada en sus términos por el Rectorado de la U.B.A., pero en mayo de 1986 (tres años después del cierre del TUBA) una Resolución del Ministerio de Educación y Justicia (Nro. 1134), ya en plena democracia, dispuso que esa renuncia debía ser aceptada en la totalidad de sus términos, puesto que (dice textualmente la Resolución): “se trató de una postura ética que debe tener relevancia jurídica”. Espontáneamente, tanto la Asociación General de Autores de la Argentina (Argentores), como las autoridades del Teatro Nacional Cervantes y del Instituto Argentino de Estudios de Teatro hicieron llegar al Rectorado de la U.B.A. sendas notas pidiendo la restitución a la vida activa de ese “Teatro de la Universidad de Buenos Aires” que tanta divulgación del hecho escénico había prodigado en grandes conglomerados de la población, tanto de su Ciudad como del Conurbano y el interior. Nunca, en ningún caso, hubo respuestas por parte de la Universidad. Las universidades son, en todo el orbe y desde los albores del Humanismo, reservorios inviolables y perennes de la memoria de los trabajos de investigación y los aportes en el campo de las ciencias y las humanidades, aun de los llevados a cabo fuera de sus claustros. No es concebible que una Universidad reconocida por su nivel académicos en el resto del mundo civilizado, como lo es la Universidad de Buenos Aires desde sus orígenes en 1821, haya dejado caer en el olvido un ciclo de formación y divulgación del quehacer escénico, sin precedentes ni posterior secuela en su esfera extracurricular, por el sólo hecho de asociarlo –en temeraria opinión de algunos y sólo por mera circunstancia de contemporaneidad-, a una época de terror y genocidio por parte del Estado. Hasta aquí la Historia del TUBA, narrada por primera vez en este Blog en forma completa. Conocerla en detalle, ver sus imágenes, escuchar los fragmentos sonoros de funciones, charlas y momentos de su vida interna y verificar los documentos oficiales que atestiguan en forma irrecusable la denodada lucha mantenida por sus heroicas huestes, frente a los avatares que amenazaron a diario con su desaparición (hasta finalmente conseguirla), demandará de quienes se adentren en este Blog el ir “descendiendo”, una entrada tras otra, hasta llegar, con paciencia, a recorrerlas todas. Me atrevo a asegurarles que “el viaje” puede llegar a ser apasionante y hasta movilizador para los teatristas contemporáneos del mundo entero. Inténtenlo.

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