miércoles, 6 de junio de 2012
NORBERTO SUAREZ... UN "HASTA PRONTO" Y ALGO QUE VER EN NUESTRA AMISTAD DE LOS SESENTA CON LA HISTORIA FUTURA DEL TUBA
El lunes 4 de junio murió Norberto Suárez, que había sido una figura muy popular del cine y la televisión hace unos treinta años o más. Teníamos sólo dos años de diferencia (él 19 y yo 21), cuando en 1961 nos acoplamos al voluminoso elenco que iba a estrenar en Buenos Aires “Lástima que sea una perdida”, la escandalosa tragedia de John Ford (contemporáneo de Shakespeare), que en París se había atrevido a resucitar Luchino Visconti, con Alain Delón y Romy Schneider en los roles de los hermanos incestuosos, cuya pasión oculta culmina en una feroz orgía de sangre en un palacio de Parma, en el Siglo XVI.
Con Norberto se dió espontáneamente una suerte de compinche camaradería, a partir de que compartíamos todas las escenas de la obra (yo era Bergetto, el pretendiente adinerado pero un tanto idiota de Annabella y él mi servil criado Poggio), que se prolongó a lo largo de todo 1961 (año de los interminables ensayos) y de 1962, el período de diez meses en los que “Lástima que sea una perdida” se instaló como el espectáculo de mayor éxito y polémica del teatro de Buenos Aires.
También participamos juntos en una película (“El complejo de Edipo”, dirigida por Marcos Madanes), que se filmó en 1963 en los estudios de Argentina Sono Film y de cuyo estreno jamás tuve noticia. A partir de entonces Norberto inició una meteórica carrera, que un buen día habría de interrumpirse abruptamente, al estrellarse su bello rostro contra el volante de su automóvil. Yo, por mi parte, seguí en los sótanos de los teatros independientes, dirigiendo obras “muy” importantes... pero con muchísima menos notoriedad que la que él iba adquiriendo, en films de Leopoldo Torre Nilsson y Daniel Tinayre... o en los teleteatros de Abel Santa Cruz o Nené Cascallar.
Los tres años de amistad con Norberto Suárez, como corresponde a toda amistad libre de segundos intereses, fueron de permanente, casi encarnizada discusión sobre cómo debía encararse una “trayectoria artística”. Él apuntaba decididamente a la tapa de Radiolandia, a la popularidad rutilante, a la CELEBRIDAD, costase lo que costase. (Es obvio que lo logró... aunque nunca sepamos cuánto dolor y desesperación debió soportar... porque para peor era lúcidamente inteligente).
Por mi parte, mi única meta era EL REPERTORIO (aquello de montar obras en simultaneidad, cada día de la semana una distinta, para luego almacenarlas y reponerlas de tanto en tanto). Nos reuníamos con Norberto todas las tardes, antes de los ensayos o las funciones y luego, ya pasada la medianoche y hasta casi el fin de la madrugada, en un bar de Corrientes y Montevideo, por entonces llamado “Metrópolis”. Era el punto de convergencia de toda la “chusma” de los teatros, chicos y grandes, que pululaban por los alrededores. Mi tema obsesivo (cosa que a Norberto lo sacaba decididamente de las casillas), era la posibilidad de hacer TEATRO DE REPERTORIO, pero no con actores profesionales ni con empresarios sujetos al éxito de boletería, sino dentro de una Universidad... con la participación desinteresada de jóvenes universitarios...
Qué hermosos, qué irrepetibles fueron aquellos años de 1961, 1962 y 1963, en los que mi amistad de todos los días y todas las horas con Norberto Suárez (al llegar a nuestras casas seguíamos con el cambio de pareceres por teléfono, cuando las tarifas no eran medidas), era mi punto de referencia para proyectar un futuro; un futuro que recién concretaría casi diez años más tarde, cuando el TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES empezó a tomar forma, hasta convertirse en el ejemplar TEATRO DE REPERTORIO que existió durante nueve años seguidos, marcando rumbos en materia de repertorio desde una Universidad de Buenos Aires que a duras penas le dió su nombre... pero nunca admitió su paternidad.
En los cincuenta años siguientes a aquellos años de febril camaradería, Norberto Suárez y yo no volvimos a vernos. Sin embargo, cuando antes de ayer me enteré de su muerte, un escalofrío me recorrió el cuerpo y al llorar su partida lloré también, una vez más, por el sueño truncado de ese Teatro Universitario que él, premonitoriamente, veía como “la idea disparatada de un loco lindo”.
GRACIAS, NORBERTO, POR TU LIMPIA, TIERNA, COMBATIVA AMISTAD y que tengas de aquí en más una gira colmada de éxitos y de ovaciones. Nos reencontraremos pronto...?. Vos alguna vez fuiste famoso y adorado por el público; yo alguna vez tuve un Teatro Universitario, que el público también quería mucho y que se llamaba “el TUBA”. No me digas que nos vamos a seguir peleando por la misma historia... ?.
(En la foto: Norberto, yo y Luis Monserrat en una escena de “Lástima que sea una perdida”, de John Ford. Teatro “35” - Año 1962).
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