Entre la que yo pretendía que fuese la última “entrada” de este Blog (la del 31 de julio de 2010), y esta que corresponde al día de hoy (27 de septiembre de 2011), la historia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires (el TUBA) ha sido consultada y probablemente leída en casi todo el mundo, incluso en muchos países cuyo idioma poco y nada tiene que ver con el español.
Este interés por el derrotero de nueve años de un Teatro Universitario de Repertorio, surgido y finalmente aniquilado dentro de los claustros de la Universidad del Estado en la Argentina, no fue una “moda” pasajera, sino que diariamente, (fácil es comprobarlo), en algún remoto lugar del planeta, alguien está investigando cómo fueron los logros, los triunfos y desfallecimientos y la lucha por mantener a toda costa una continuidad amenazada desde todos los frentes, de ese Centro de Drama sostenido con denuedo digno de mejor causa por cientos de estudiantes universitarios, cuyas juventudes debieron transcurrir en medio de una época de terror y de muerte.
En estos últimos tiempos se ha empezado a hablar con cierta asiduidad de las responsabilides civiles durante los años de la dictadura militar en la Argentina. Efectivamente, la mayor parte de la acción persecutoria y el afán destructivo que operó sobre el TUBA durante toda su existencia de nueve años provino (y en unos cuantos capítulos del Blog se lo demuestra en forma harto fehaciente), de funcionarios, docentes, empleados administrativos e incluso ordenanzas que integraban (y siguen integrando, en no pocos casos) las plantas permanentes de personal de la UBA.
Me cuesta creer que toda esos civiles, enquistados por décadas en los recovecos presuntamente académicos de una Universidad, respondiesen solamente a órdenes militares en cuanto a prohibir autores y obras; trabar giras del TUBA; incendiar archivos de decorados y vestuarios; destruir affiches; robar herramientas traídas por los integrantes del elenco de sus propias casas; intentar sacar del elenco a quienes detectaban como judíos; desalentar o directamente ahuyentar a los que anualmente se inscribían en los cursos preparatorios y tantas y tantas perrerías más.
Esa responsabilidad civil de ayer, que yo sepa, nunca fue investigada, y si bien en el caso del TUBA no costó vidas humanas, cercenó entusiasmos, clausuró utopías y consiguió -como los necios puritanos en la época de Shakespeare-, que un teatro que divulgaba sus repertorios en forma gratuita para disfrute y enriquecimiento de unos 30.000 espectadores por año, se viese obligado a cerrar definitivamente sus puertas.
En cuanto a la responsabilidad civil de hoy de quienes manejan las áreas culturales de la UBA, necesario es señalar la ominosa abolición de la Memoria de la existencia de casi una década del TUBA y la incomprensible negativa a ponerse al nivel del resto de las universidades del orbe, propiciando la existencia de un nuevo TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, en el que -al amparo de la libertad de acción y de pensamiento de que gozamos hoy los argentinos-, nuevas generaciones de jóvenes pudieran dar rienda suelta a sus energías creadoras, al servicio del milenario arte de la escena.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario