viernes, 14 de marzo de 2014

A CUARENTA AÑOS DEL NACIMIENTO DEL TUBA



En pocos meses más –en agosto-, se van a cumplir cuarenta años del surgimiento del Teatro de la Universidad de Buenos Aires, el que existió entre 1974 y casi fines de 1983.
Cuesta y duele comprobar que en los treinta y un años que siguieron a la desaparición del Teatro de la Universidad de Buenos Aires hasta hoy, nadie haya intentado recrear la historia de aquel Teatro para darle continuidad y futuro.
La Universidad de Buenos Aires cuenta con un área de teatro desde la creación del Centro Cultural Ricardo Rojas, allá por 1985, en la que se convoca a grupos, probablemente formados por universitarios –o no-, pero sin la fisonomía de “teatro de repertorio” que caracterizó al TUBA.
El TUBA (sigla cuestionada por la Universidad por su parecido con la de la FUBA (Federación Universitaria de Buenos Aires), identificaba a una congregación heterogénea de estudiantes, docentes, no docentes y graduados, a la que se sumaban actores profesionales o en formación, que había tenido su origen en una propuesta mía, tirada poco menos que al azar en una reunión con un Director de Cultura de la UBA, en agosto de 1974, a la que yo había sido convocado para proyectar mi película “El solitario”, filmada en Super-8 sobre un cuento homónimo de Horacio Quiroga.
Yo (Ariel Quiroga, sin parentesco con Horacio), era un director teatral con casi veinte años de trayectoria en los elencos independientes, a partir de 1956. A los 34 años acumulaba una experiencia de lucha por la consolidación de una cultura popular, desintoxicada de intereses comerciales y exitistas.
Había estado cinco años en Nuevo Teatro, trabajando como actor-obrero al lado de Pedro Asquini, Alejandra Boero y Héctor Alterio y como realizador escénico tenía el mérito de haber llevado a cabo un repertorio sin indulgencias, con títulos como “El viaje”, de Georges Schehadé o “Historia de Pablo”, de Cesare Pavese (1967); “La Arialda”, de Giovanni Testori o “Magia Roja”, de Michel de Ghelderode (1968), para culminar con “El profanador”, de Thierry Maulnier en 1969, de la que se dijo que marcaba “un punto de referencia alto, solitario y aleccionador para todo lo que se hiciese sobre los escenarios a partir de allí”.
Ninguno de esos “voluminosos” antecedentes me capacitaba para abordar la erección de un Teatro Universitario en un ámbito despojado, inerte y para colmo faccioso, como lo era la Dirección de Cultura de la Universidad de Buenos Aires en 1974.
Yo sabía desde mucho tiempo atrás que quería hacer teatro sin depender del gusto de los empresarios, ni de la aprobación de los críticos ni de los relativos “éxitos de boletería”, pero no tenía la menor idea sobre cómo concretar la existencia de una “troupe teatral universitaria”, que funcionase bajo el método del llamado “repertorio en alternancia”.
Había oído hablar de los teatros universitarios europeos, que venían desde los albores del Humanismo o del teatro combativo que se hacía en las universidades norteamericanas, pero no habiendo cursado ninguna carrera universitaria, desconocía por completo cómo funcionaban internamente las universidades en la Argentina.
La historia del TUBA está ampliamente contada en las 277 “entradas” o capítulos de este Blog, sin seguir un derrotero cronológico. Yo invito –siempre lo hago- a los jóvenes teatristas  que se interesen por la experimentación, a que ingresen a este sitio y busquen en distintos años (a partir de 2010), los temas, agrupados por mes, cuyos títulos de la columna de la izquierda más les atraigan.
En cada “entrada” o capítulo ha quedado preservado para una difusa “posteridad” la epopeya de juventud que significó erigir un TEATRO DE REPERTORIO, con continuidad a lo largo de nueve años consecutivos (1.163 representaciones concretadas), en el seno de una Universidad –y de una época de la Argentina-, signada por el terror, la amenaza, el desprecio por la vida; la prohibición ignorante y el afán destructivo de todo arte renovadoramente contestatario.
El mérito del TUBA es haber logrado existir (hasta el último desfallecimiento, en junio de 1983), en medio de tanta degradación, de la que no fue para nada “cómplice” como se trató de argumentar después.
El desmérito de la Universidad y de su Centro Cultural Rojas, mantenido sin variantes en estos treinta y un años ya trascurridos desde el día en que ese teatro se cerró, es no haberle hecho honor a esa epopeya de juventud que fue el TUBA y –para pérdida de generaciones de jóvenes teatristas-, no haber creado espacios –al amparo de una vigente, inabolible democracia-, donde los repertorios y la función social del TUBA, con sus representaciones de acceso gratuito, pudieran gozar de una permanente vitalidad, libre de prohibiciones y acechanzas.

 

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