Recordar hoy a aquel teatro universitario, que se popularizó bajo la sigla TUBA (rechazada por los funcionarios de la UBA por asemejarse a la de la FUBA, que estaba proscripta en esa época), significa rendir tributo de gratitud a aquellos heroicos jóvenes, devenidos en actores, técnicos, escenógrafos, utileros, acomodadores y personal de limpieza de un teatro que funcionó todo el año durante nueve años seguidos; que visto desde la platea de la sala de Corrientes 2038 parecía “un teatro como los demás teatros”, pero en cuya trastienda las chicas y los muchachos estaban obligados a orinar en un tacho que pasaba de mano en mano o a desnudarse para vestir los ropajes de una Electra, un Mascarilla o una percanta o un guapo de arrabal, escondiéndose entre los telones o en algún recoveco de algún decorado.
Desde que se creó el Centro Cultural Rojas en el mismo viejo edificio remodelado donde había estado el TUBA (el solar de Corrientes 2038), no hubo más allí ni en ningún otro ámbito de la Universidad de Buenos Aires un Teatro de Repertorio como lo fue el TUBA (lo que en la mayoría de las universidades del mundo existe por lo común bajo la denominación de “Centro de Drama”).
¿Por qué, si en el Rojas (una “usina de actividades multidisciplinarias”, como lo definen sus propulsores), las condiciones ambientales se han mejorado diametralmente... no pudo volver a existir un teatro universitario con el emblema de la Casa, como lo llevó el TUBA desde sus inicios hasta su cierre...?
¿Por qué si el Rojas tiene en su orgánica una “Orquesta de la Universidad” (que ya había sido creada en tiempos de aquella malhadada “dirección de cultura” de la que dependía el TUBA), y que siempre actuó en forma por demás esporádica... no puede tener también en su orgánica un “Teatro de la Universidad”, con el antecedente de aquel “Teatro de la Universidad” que a lo largo de nueve años seguidos llevó a cabo 1.163 representaciones con acceso gratuito, dando a conocer textos tan valiosos como la “Electra”, de Sófocles, “La vida es sueño”, de Calderón o las tragicomedias del académico Juan Carlos Ghiano...?
Existe alguna posibilidad de que la Universidad de Buenos Aires conceda alguna vez respuesta a estos interrogantes...?
Mientras esto no suceda y para que la heroica trayectoria de aquel “Teatro de la Universidad” conocido popularmente como “el TUBA” no se hunda en los abismos del irrecuperable olvido... es imprescindible RECORDAR, RECORDAR, RECORDAR, RECORDAR... y seguir mostrando estas viejas fotografías, (es un pequeño video de algo de dos minutos, cuyo sonido de fondo es el final de una representación de “La marquesa Rosalinda”, de Ramón del Valle Inclán, en la temporada de 1981), que prueban que el TUBA existió, pese a tanto empeño estúpido por demostrar lo contrario.