En unos cuarenta países, la historia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires (el TUBA) es revisada y consultada casi a diario, a partir de sus primeros capítulos, allá por febrero de 2010.
Quiero creer que esa historia tiene valor de testimonio, a tres décadas de distancia, para los teatristas jóvenes de hoy y para todos cuantos en los claustros académicos de todo el orbe estén llevando a cabo su pasión por el teatro universitario, ese estilo de teatro contestarario, desafiante, renovador, desinteresadamente febril y enemigo acérrimo de las peores rutinas del pasado.
Me gustaría saber de sus opiniones, sus coincidencias o discrepancias con la metódica de trabajo que signó los nueve años del TUBA y de su aciaga existencia en medio de un territorio devastado por las clausuras, las persecuciones y la muerte.
Que el TUBA haya sobrevivido en medio de tanta carroña como la que asoló a la Argentina de aquellos años no fue perdonado por quienes se arrogaron el derecho a tildarlo de “cómplice de la dictadura”. Sus jóvenes idealistas, cuyo entusiasmo por las lides escénicas contagió a miles de espectadores de todos los sectores sociales de la ciudad de Buenos Aires, sus alrededores y muchos conglomerados del interior de la República, no pudieron imaginar, ni en la peor de sus pesadillas, que algún día su legado de utopía iba a ser suprimido de la Memoria por un intencionado “olvido”, a raiz de atribuírsele connivencias con los mismos que a diario los habían perseguido, amenazado y finalmente destruído.
Apelo a la opinión universal, para entender de una vez por todas si en aquel TUBA hicimos lo que la tradición secular en materia de centros de drama universitarios aconsejaba hacer...o si en realidad fuimos una manga de necios colaboracionistas con el terror.
Mi dirección personal de Correo Electrónico es arielpiltry@hotmail.com y en cuanto a intentar preguntarle a la Universidad de Buenos Aires por qué ha optado por la abolición de todo rastro de la existencia de nueve años del TUBA y por qué se niega a ponerse a la par del resto de las universidades del mundo que cuentan con pujantes TEATROS UNIVERSITARIOS DE REPERTORIO, algunos con tradición secular, me permito sugerir que se dirijan a las áreas de extensión cultural de la UBA, que seguramente deben figurar en internet.
En mi caso, los años (71) y el alejamiento voluntario de toda actividad vinculada con el quehacer teatral a partir del cierre del TUBA en 1983, me colocan fuera de todo foco de especulación personal. Me preocupa, sí, que en pleno goce de la vida democrática, afianzada para siempre en mi querida Argentina, un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO como lo fue el TUBA no pueda -al parecer- volver a existir, libre ahora de las acechanzas que debió padecer aquel en plena dictadura.
Sera, acaso, que las flores silvestres, de colores simples y con tallos más enérgicos, crecen mejor en los estercoleros...?
miércoles, 28 de septiembre de 2011
martes, 27 de septiembre de 2011
RESPONSABILIDADES CIVILES DE AYER...RESPONSABILIDADES CIVILES DE HOY
Entre la que yo pretendía que fuese la última “entrada” de este Blog (la del 31 de julio de 2010), y esta que corresponde al día de hoy (27 de septiembre de 2011), la historia del Teatro de la Universidad de Buenos Aires (el TUBA) ha sido consultada y probablemente leída en casi todo el mundo, incluso en muchos países cuyo idioma poco y nada tiene que ver con el español.
Este interés por el derrotero de nueve años de un Teatro Universitario de Repertorio, surgido y finalmente aniquilado dentro de los claustros de la Universidad del Estado en la Argentina, no fue una “moda” pasajera, sino que diariamente, (fácil es comprobarlo), en algún remoto lugar del planeta, alguien está investigando cómo fueron los logros, los triunfos y desfallecimientos y la lucha por mantener a toda costa una continuidad amenazada desde todos los frentes, de ese Centro de Drama sostenido con denuedo digno de mejor causa por cientos de estudiantes universitarios, cuyas juventudes debieron transcurrir en medio de una época de terror y de muerte.
En estos últimos tiempos se ha empezado a hablar con cierta asiduidad de las responsabilides civiles durante los años de la dictadura militar en la Argentina. Efectivamente, la mayor parte de la acción persecutoria y el afán destructivo que operó sobre el TUBA durante toda su existencia de nueve años provino (y en unos cuantos capítulos del Blog se lo demuestra en forma harto fehaciente), de funcionarios, docentes, empleados administrativos e incluso ordenanzas que integraban (y siguen integrando, en no pocos casos) las plantas permanentes de personal de la UBA.
Me cuesta creer que toda esos civiles, enquistados por décadas en los recovecos presuntamente académicos de una Universidad, respondiesen solamente a órdenes militares en cuanto a prohibir autores y obras; trabar giras del TUBA; incendiar archivos de decorados y vestuarios; destruir affiches; robar herramientas traídas por los integrantes del elenco de sus propias casas; intentar sacar del elenco a quienes detectaban como judíos; desalentar o directamente ahuyentar a los que anualmente se inscribían en los cursos preparatorios y tantas y tantas perrerías más.
Esa responsabilidad civil de ayer, que yo sepa, nunca fue investigada, y si bien en el caso del TUBA no costó vidas humanas, cercenó entusiasmos, clausuró utopías y consiguió -como los necios puritanos en la época de Shakespeare-, que un teatro que divulgaba sus repertorios en forma gratuita para disfrute y enriquecimiento de unos 30.000 espectadores por año, se viese obligado a cerrar definitivamente sus puertas.
En cuanto a la responsabilidad civil de hoy de quienes manejan las áreas culturales de la UBA, necesario es señalar la ominosa abolición de la Memoria de la existencia de casi una década del TUBA y la incomprensible negativa a ponerse al nivel del resto de las universidades del orbe, propiciando la existencia de un nuevo TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, en el que -al amparo de la libertad de acción y de pensamiento de que gozamos hoy los argentinos-, nuevas generaciones de jóvenes pudieran dar rienda suelta a sus energías creadoras, al servicio del milenario arte de la escena.
Este interés por el derrotero de nueve años de un Teatro Universitario de Repertorio, surgido y finalmente aniquilado dentro de los claustros de la Universidad del Estado en la Argentina, no fue una “moda” pasajera, sino que diariamente, (fácil es comprobarlo), en algún remoto lugar del planeta, alguien está investigando cómo fueron los logros, los triunfos y desfallecimientos y la lucha por mantener a toda costa una continuidad amenazada desde todos los frentes, de ese Centro de Drama sostenido con denuedo digno de mejor causa por cientos de estudiantes universitarios, cuyas juventudes debieron transcurrir en medio de una época de terror y de muerte.
En estos últimos tiempos se ha empezado a hablar con cierta asiduidad de las responsabilides civiles durante los años de la dictadura militar en la Argentina. Efectivamente, la mayor parte de la acción persecutoria y el afán destructivo que operó sobre el TUBA durante toda su existencia de nueve años provino (y en unos cuantos capítulos del Blog se lo demuestra en forma harto fehaciente), de funcionarios, docentes, empleados administrativos e incluso ordenanzas que integraban (y siguen integrando, en no pocos casos) las plantas permanentes de personal de la UBA.
Me cuesta creer que toda esos civiles, enquistados por décadas en los recovecos presuntamente académicos de una Universidad, respondiesen solamente a órdenes militares en cuanto a prohibir autores y obras; trabar giras del TUBA; incendiar archivos de decorados y vestuarios; destruir affiches; robar herramientas traídas por los integrantes del elenco de sus propias casas; intentar sacar del elenco a quienes detectaban como judíos; desalentar o directamente ahuyentar a los que anualmente se inscribían en los cursos preparatorios y tantas y tantas perrerías más.
Esa responsabilidad civil de ayer, que yo sepa, nunca fue investigada, y si bien en el caso del TUBA no costó vidas humanas, cercenó entusiasmos, clausuró utopías y consiguió -como los necios puritanos en la época de Shakespeare-, que un teatro que divulgaba sus repertorios en forma gratuita para disfrute y enriquecimiento de unos 30.000 espectadores por año, se viese obligado a cerrar definitivamente sus puertas.
En cuanto a la responsabilidad civil de hoy de quienes manejan las áreas culturales de la UBA, necesario es señalar la ominosa abolición de la Memoria de la existencia de casi una década del TUBA y la incomprensible negativa a ponerse al nivel del resto de las universidades del orbe, propiciando la existencia de un nuevo TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, en el que -al amparo de la libertad de acción y de pensamiento de que gozamos hoy los argentinos-, nuevas generaciones de jóvenes pudieran dar rienda suelta a sus energías creadoras, al servicio del milenario arte de la escena.
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