miércoles, 16 de diciembre de 2015
EL SEGUNDO GENOCIDIO DE JÓVENES EN LA ARGENTINA: UN GENOCIDIO CULTURAL
Entre 1974 y 1983 hubo un genocidio de jóvenes en la Argentina. No se reprimió sólo a la guerrilla subversiva; se aniquiló a cientos, miles de jóvenes por el simple hecho de militar en escuelas, facultades, centros estudiantiles o villas de emergencia, intentando la prédica heroica de la igualdad social. Y justamente en esos años de 1974 a 1983, existió en la Universidad de Buenos Aires un Centro de Drama inspirado en la brega de los, por entonces, casi extinguidos teatros vocacionales o independientes: llevar el mensaje esclarecedor de los grandes dramaturgos de todos los tiempos a los conglomerados menos pudientes de la comunidad; en una palabra: AL PUEBLO.
La historia de ese Centro de Drama llamado TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES es la que, en forma desordenada pero puntual, se narra a lo largo de este Blog, que necesita ser leído “del comienzo hacia atrás”. Con sólo “cliquear” en cualquiera de los años de su derrotero, a partir de 2010 y al abrirse ese año buscar un mes al azar, se despliega la lista de capítulos y es cuestión de elegir el título o el tema del capítulo que más les guste. En cualquiera de los textos, en cualquiera de los videos o de las imágenes que vayan descubriendo, hallarán vestigios de representaciones creadas con rigor estético, pero con escasísimos medios. Y poder erigir un TEATRO DE REPERTORIO que hacía funciones todos los fines de semana del año, con hasta seis o siete espectáculos en alternancia, sin el más mínimo apoyo presupuestario o logístico de parte de la Universidad, era la consecuencia natural de una tarea sostenida, apasionada e imbuida de un auténtico desinterés, por parte de los cientos de jóvenes que año a año integraban los planteles actorales y escenotécnicos de ese teatro, al que el público de todos los sectores sociales accedía GRATUITAMENTE.
No es casual y hasta necesario, que ese teatro de universitarios conocido popularmente como “el TUBA” haya nacido, crecido y muerto en tiempos de dictadura, de una horrenda y feroz dictadura. El TUBA fue (y sigue siendo, a pesar de las décadas transcurridas desde su desaparición), un ámbito de resistencia, cuando los centros estudiantiles y toda otra forma de participación estaban conculcados. Cuando los jóvenes integrantes del TUBA salían todas las noches por las calles del centro de Buenos Aires, a repartir volantes para divulgar los espectáculos que se ofrecían en la sala de Corrientes 2038, sabían que se arriesgaban a muchas cosas… No se conocía, por entonces, la real existencia de los centros clandestinos de detención, donde los prisioneros eran torturados y luego hechos desaparecer, pero la amenaza estaba latente, con esos “autitos” que circulaban lentamente, vigilando cada paso o revisando qué contenían esos volantes, que sólo citaban los nombres de Esquilo, de Florencio Sánchez, de Moliere o de Armando Discépolo.
Pasó el tiempo… llegó la Democracia. La noche negra quedó atrás. El TUBA se fue perdiendo en la nebulosa del olvido. Sus jóvenes hacedores fueron ingresando en la madurez… y sobrevinieron otros jóvenes. La odisea de la raza humana hace que siempre haya nuevos jóvenes para reemplazar a los que fueron injustamente aniquilados, pero esta nueva juventud que fue surgiendo a partir de 1983 hasta hoy, no necesitó resistir ni defenderse de la agresión de los opresores. La Democracia trajo libertad y nuevas posibilidades de disfrutar de la vida y es allí, precisamente allí, donde empezó a gestarse el SEGUNDO GENOCIDIO. Porque es una forma de aniquilamiento el someter a los jóvenes a la esclavitud del dinero fácil, de las “oportunidades” con poco esfuerzo, de la “fama” conseguida con recursos de exhibicionismo barato… Si hoy algún teatrista loco como lo era yo cuando logré concretar mi sueño de que Buenos Aires tuviera su TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, como lo tienen las Casas de Altos Estudios de todo el mundo desde tiempos muy lejanos, quisiera recrear aquella empresa, no encontraría voluntades jóvenes que lo secundasen, como me secundaron a mí los que, aun sin entender muy bien de qué se trataba, se treparon a los andamios para colgar puentes de luces, empuñaron los martillos y los serruchos para construir decorados con restos de madera astillada y arriba de camiones destartalados (como aquel que llevaba a las huestes de “La Barraca”, de Federico García Lorca en la España fascista) ingresaron a las Aulas Magnas de las facultades, o a parroquias, clubes de barrio y cuarteles de bomberos del conurbano, (y también a salas magníficas como las del Teatro Nacional Cervantes o el Teatro San Martín) para dar a conocer textos que las compañías comerciales jamás hubieran abordado, como “LA SUEGRA”, de Terencio, “LOS CAUTIVOS”, de Plauto o “EL DÍSCOLO”, de Menandro…
Conseguir hoy la adhesión de voluntades jóvenes para llevar adelante quijotadas como aquella del TUBA, donde hacer las cosas por amor a las cosas, es propósito irrealizable, porque el GENOCIDIO CULTURAL que han sufrido las generaciones nacidas en los albores del Siglo XXI ha hecho del altruismo, e incluso del heroísmo, una tontería para álbumes de recuerdos… porque vale sólo estar en la televisión, participar de los “realitys”, competir, competir, competir, a ver quién se hace más famoso mostrando sus intimidades y sus habilidades sexuales… como los primates que hacen piruetas en los zoológicos, cuando hay mucha gente que los aplaude…
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