lunes, 9 de febrero de 2015

LO QUE EL TIEMPO NECESITA PARA SEGUIR ESTANDO VIVO

El Tiempo, factor de olvido, corre en favor del TUBA (el Teatro de la Universidad de Buenos Aires entre 1974 y 1983), porque todo lo hecho después de su cierre en materia de centros dramáticos dentro de una universidad, con el concurso actoral y escenotécnico de elementos jóvenes en formación, procedentes de las diversas disciplinas curriculares de la ciencia y las humanidades, no ha logrado –hasta hoy-, igualar la labor que en el lapso de nueve años desarrolló aquel otrora combatido TUBA. Los escasos videos que circulan en YouTube (hay que buscarlos bajo la denominación de TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES), muestran fotografías y alguna que otra precaria filmación con medios rudimentarios, de lo que fue el repertorio montado por el TUBA y exhibido al público en forma gratuita, a través de 1.163 representaciones, en la ciudad de Buenos Aires, pero también en muchos lugares del conurbano y del interior del país. Este Blog cuenta esa historia con lujo de detalles y sólo es necesario ponerse a recorrerlo “hacia atrás”, hasta sus primeros capítulos que datan de febrero de 2010, para conocerla. Para quien no disponga de las horas (y los días) que se necesitan para tal cometido, he aquí algunas referencias que sintetizan la singularidad de lo logrado por el TUBA, con una carencia absoluta de apoyo presupuestario por parte de la Universidad que lo albergó, hace unas tres décadas atrás. 1) La mayoría de los espectáculos montados por el TUBA contaron con decorados corpóreos, construidos por sus propios integrantes universitarios, con la técnica de fabricación de las escenografías de los elencos profesionales, permitiendo así que fueran desmontados fácilmente para su traslado en giras. 2) El repertorio que concretó el TUBA supera en amplitud de criterio historiográfico al de los más importantes teatros oficiales y privados de la Argentina, comerciales y vocacionales. 3) Una gran cantidad de autores y títulos incluidos por el TUBA en su repertorio, fueron dados a conocer por vez primera en la Argentina, como el caso de “Fedra” de Jean Racine, que el TUBA “estrenó” en 1980, coincidentemente con la celebración de los 200 años del estreno de la célebre tragedia, por la Comedia Francesa. El Teatro Nacional Cervantes dio a conocer “Fedra” recién al año siguiente, en 1981. 4) La organización interna, auto generada, le permitió al TUBA la “hazaña” de estar en dos lugares del país el mismo día y a la misma hora, con hasta cuatro espectáculos diferentes, algo que ni siquiera los más importantes elencos oficiales han podido lograr a lo largo de su historia. Las cuatro condiciones reseñadas bastan para poder aseverar que el TUBA fue un Centro de Drama universitario (aunque resulte “rimbombante” y hasta pretencioso afirmarlo), sin precedentes en la Universidad de Buenos Aires y sin consecuentes dentro de sus claustros, ni siquiera bajo las mejores posibilidades de infraestructura del llamado “Centro Cultural Rojas”, creado a un año del cierre del TUBA. ¿Cómo se explica que un grupo de teatro universitario, sin apoyo presupuestario, sin legalización orgánica dentro de la Universidad, haya podido lograr en pocos años semejante nivel de PROFESIONALISMO, como para poder funcionar a la par de compañías teatrales de renombre, no sólo en Argentina sino en el resto del mundo…? No fue obra de la casualidad, por cierto. Fue el resultado del esfuerzo mancomunado de cientos de voluntades jóvenes, inspiradas en la práctica del ALTRUÍSMO y en el ejercicio de la VOCACIÓN DE SERVICIO HACIA LOS DEMÁS. Al TUBA llegaban cada año nuevos contingentes de aspirantes a integrar sus talleres actorales y escenotécnicos. Venían sin saber nada de lo que es la vida interna de un TEATRO DE REPERTORIO, provenientes de las aulas de derecho, de medicina, de ciencias económicas, de veterinaria, de las letras o la filosofía. Lo primero que descubrían era que dentro del TUBA se hablaba poco y se hacía mucho. Aquello de Jean Louis Barrault: “La teoría no es nada difícil, pero más fácil aun es la práctica”. Y puestos a llevar a cabo lo de “manos a la obra”, en poco tiempo sabían lo que es encordar los bastidores de un decorado para que no tambaleen o calibrar un puente de luces para crear las atmósferas lumínicas de las diferentes escenas de una obra o convertir a un pedazo de tela mugrienta en un manto principesco o clasificar los múltiples elementos de la utilería de un espectáculo, para embalarlo y luego desembalarlo, durante una gira, sin que se pierda nada. El TUBA fue una “fábrica de espectáculos”, que cientos de miles de espectadores por año disfrutaron gratuitamente durante nueve temporadas consecutivas y fue, fundamentalmente, UNA FÁBRICA DE CONCIENCIAS, DEL HACER LAS COSAS POR AMOR A LAS COSAS, sin esperar a cambio dádivas ni efímeras “consagraciones”. Las generaciones jóvenes que vinieron después del TUBA, por desgracia, no tuvieron esas posibilidades. Se los educó en el afán por el triunfalismo, por la notoriedad efímera de la televisión, por el necio “matar o morir” dentro de un reality, para conseguir unos segundos de fama o algún dinero ganado sin el menor esfuerzo. De alguna manera, el TUBA funcionó internamente como un “Gran Hermano” que se extendiera a lo largo de nueve años seguidos. Sólo que en lugar de burdos “jueguitos sexuales” hubo dentro de él infinidad de juegos escénicos de saltimbanquis, colombinas y pierrots de cartapesta, muertes con espadas de juguete y mucha, muchísima Vida exultante, capaz de avasallar todas las oscuras detracciones que se le opusieron. Volver a revivir el TUBA no sería, hoy, una manera retrógrada de desandar el Tiempo. Sería, -estoy seguro-, darle la posibilidad al Tiempo de triunfar sobre sus propios retrocesos.

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