viernes, 24 de marzo de 2017

HAY ALGO DEL DOLOR QUE NO SE VA MÁS

“HAY ALGO DEL DOLOR QUE NO SE VA MÁS”. Escuché esta frase hoy, en la televisión argentina, con relación al golpe cívico-militar de 1976, del cual se recuerdan hoy, 24 de marzo de 2017, los 41 años transcurridos desde aquello que derivó en tanto horror, en tanta muerte de jóvenes idealistas, en tanta sinrazón genocida. Ese dolor que no se va más es el que me lleva a escribir este mensaje, recordando en este Día de la Memoria cuánto injusto olvido sobrellevamos los que hicimos aquel TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (el TUBA), porque nos tocó llevar adelante gran parte de nuestra historia precisamente en esos años de la feroz dictadura. Ni la Universidad de Buenos Aires, ni el periodismo especializado en investigaciones históricas, ni los estudiosos del devenir teatral en áreas dedicadas a ese fin dentro de CONICET, ni el Instituto Argentino de Estudios de Teatro (que ni siquiera sé si existe todavía) ni el Instituto Internacional del Teatro (ITI), se han ocupado en todos estos largos años sucesivos al cierre del TUBA (Junio de 1983), en reivindicar la epopeya de todos aquellos jóvenes (unos 1.600), que a lo largo de casi una década habitaron, con esfuerzo y entrega desinteresada, los talleres escenotécnicos del TUBA, su escenario de la Avenida Corrientes 2038 (hoy ocupado por el Centro Cultural Rojas) y los múltiples escenarios de la ciudad de Buenos Aires (incluido el Teatro Nacional Cervantes), del conurbano y del interior, donde se llevaron a cabo las 1.163 representaciones con obras de autores de todas las épocas, clásicos y modernos, siempre con la consigna del ACCESO LIBRE Y GRATUITO. “Hay algo del dolor que no se va más”, todos los días pero sobre todo en este Día de la Memoria, por el olvido, el injusto olvido de aquello tan portentosamente heroico que fue el derrotero del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (el TUBA). Será por eso que la más adecuada imagen que se me ocurrió ponerle a este capítulo, es el rostro sufriente, fotografiado durante una representación de “La ofensiva”, de Martha Lehmann en 1977, del otrora joven Gustavo Lespada y hoy docente universitario e investigador de la literatura latinoamericana contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

viernes, 3 de marzo de 2017

EL CRECIENTE SIGNIFICADO DE UNA FOTO

La fotografía que encabeza este capítulo de la Historia del TUBA data de mayo de 1975, hace casi 42 años. Es la escena final del sainete “Los disfrazados”, de Carlos Mauricio Pacheco y en el centro estoy yo, Ariel Quiroga, que en agosto de 1974 había tenido la peregrina idea de proponer a la Universidad de Buenos Aires la creación de un Centro de Drama, a la manera de los que desde hace siglos existen en las universidades del Viejo Continente, en Heidelberg o Alcalá de Henares. En mis manos están las glosas que se leían, como hilo conductor de una cabalgata evocativa del llamado Género Chico Nacional, o más simplemente: el sainete rioplatense. A lo largo de unas dos horas, unos cien jóvenes surgidos de la convocatoria inicial a formar parte de este proyectado Centro de Drama, (todos estudiantes de las más diversas carreras), daban vida a los personajes arquetípicos del vivir suburbano, eternizados en los dramas o pasos de comedia de autores como Nemesio Trejo, Ezequiel Soria, José González Castillo, Alberto Novión, Enrique Buttaro, Roberto Cayol, Florencio Sánchez, Alberto Vaccarezza, César Iglesias Paz o Francisco Defilippis Novoa. Durante todo el año 1975, un grupo de Teatro Universitario todavía sin nombre (recién al año siguiente, al debutar en el Cervantes con tres comedias clásicas, nos decidimos a “autobautizarnos” TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES), recorrió los más diversos e insólitos lugares, llevando a cuestas esa “Cabalgata Evocativa del Sainete Rioplatense”, cuyo único decorado era una soga con ropa tendida. Estuvimos en la sala Enrique Muiño del Centro Cultural San Martín, en la Parroquia Santa María de Betania, en el Colegio Carlos Pellegrini, en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, en el Complejo Turístico de Chapadmalal y hasta en un Cuartel de Bomberos de Florencio Varela. El espectáculo, de dos horas de duración, era fundamentalmente una muestra de fervor contagioso, de libertad creativa y de irreverente amor por la vida humilde, laboriosa y romántica de una época, no tan lejana en el tiempo pero muy distinta en cuanto a valores éticos o ideológicos a la que le tocaba transitar a los jóvenes teatristas del Teatro de la UBA, tan próxima como estaba la amenaza de una dictadura agobiante y cercenadora. Hoy, en los inicios de 2017, no hay sombras de dictaduras en esta Argentina confundida, cuyo rumbo no parece demasiado preciso y lo que más me duele, como anciano que recuerda aquella época idealista del TUBA, es que los jóvenes de la actualidad no se atrevan a empujar con la fuerza de sus músculos, la telaraña de los sueños que merecen ser concretados.