sábado, 4 de febrero de 2017

CONTRADICCIONES DE FONDO Y DE FORMA, QUE HACEN AL TODO

Cuando yo –Ariel Quiroga-, llegué a la Universidad de Buenos Aires (más precisamente a una llamada “dirección de cultura”), a mediados de 1974, con 34 años a cuestas, era como Hombre de Teatro el producto de veinte años de militancia dentro del movimiento de Teatros Independientes. Una militancia no carente de contradicciones. Porque los teatros independientes cobijaban, en igual medida, a esteticistas de ultra derecha, un tanto feminoides y a jóvenes obreros, enrolados en las varias corrientes de izquierda, para los cuales el teatro era sólo un medio para llegar a concientizar en las problemáticas sociales a los amantes del teatro tradicional (el “teatro burgués”, como se le decía despectivamente). En los teatros “esteticistas” (donde hubo puestistas renovadores, como Marcelo Lavalle, creador junto al arquitecto Hernán Lavalle Cobo, del Instituto de Arte Moderno), se montaban obras de Tennesee Williams o de James Joyce o de Paul Claudel. Por su lado, los teatros de izquierda montaban a Andrés Lizarraga, a Osvaldo Dragún, a Arthur Miller o a Carlos Gorostiza. En mi caso, me había formado en un grupo llamado “Los pies descalzos”, a las órdenes de un director extremadamente refinado: Francisco Silva, que era un especialista en Lorca, en Jean Anouilh y en Gabriel D’Anunzio. Pero luego había estado unos cinco años en Nuevo Teatro, la fortaleza inexpugnable de los teatros de combate, con Alejandra Boero y Pedro Asquini a la cabeza de un ejército de “forajidos”, encabezados por el inefable Héctor Alterio, cuya causa era la de la consigna de Romain Rolland: “El teatro será Pueblo, o no será nada”. Con ese bagaje de tendencias contradictorias y algunas puestas en escena que me dieron notoriedad: la de “La Arialda”, de Giovanni Testori, un escritor de izquierda que había brindado a Luchino Visconti el cuento “Il ponte della Ghisolfa”, punto de partida del guión de “Rocco y sus hermanos” o la de “Historia de Pablo”, basada en la novela “Il compagno”, de Césare Pavese o la de “Magia roja”, de Michel de Ghelderode o “El viaje”, de Georges Schehadé, llegué en 1974 a la Universidad de Buenos Aires (sin haber pasado antes por sus aulas), para crear un Centro de Drama que terminaría siendo, durante nueve años seguidos, el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, o como lo conocía el público de la calle: “El TUBA”. Será por eso que el TUBA pudo resistir los ataques permanentes, día a día, de esa “dirección de cultura” facciosa de la que le tocó depender: porque si montábamos una obra de marcado tinte “revolucionario” (como el “WOYZECK” de Georg Büchner, que nos fue prohibido a la tercera representación, acusándosenos de “propender a la infiltración marxista”), también montábamos textos de exaltado preciosismo e “incontaminada” belleza, como la “FEDRA”, de Jean Racine o la “TRAGEDIA FLORENTINA”, de Oscar Wilde. Producto de varias corrientes contrapuestas, yo era un Hombre de Teatro carente de filiación política partidaria, pero abierto a todas las posturas estético-filosóficas del drama representado y eso es lo que caracterizó al TUBA como un TEATRO DE REPERTORIO, en el que Terencio y Plauto pudieron “convivir” saludablemente con Anton Chéjov o con Armando Discépolo, o hasta con el irreverente “borrachín de la Ribera”: el genial anarquista Enrique Wernicke. Ilustran este capítulo fotografías de dos montajes “antagónicos” del TUBA: el descarnado de “Woyzeck”, de Büchner y el plásticamente muy bello de “Comedia de errores”, de Shakespeare.

viernes, 3 de febrero de 2017

LA REDENCIÓN POR VÍA DEL AMOR

El Tuba puso en escena, a lo largo de sus nueve temporadas consecutivas, muchas obras de distintas épocas que apuntasen a producir un encuentro con la juventud de esos años (1974 – 1983), en una época en que todo intento de participación de los jóvenes, universitarios y no universitarios, era ferozmente sojuzgado. Pese a tantas amenazas, censuras, detracciones y catástrofes (como el incendio intencional de 1979, en el que se perdieron decorados, trajes, elementos de utilería y material literario imposible de recuperar), el TUBA logró sobrevivir nueve años y convocar a una corriente de público verdaderamente multitudinaria. El pequeño video que encabeza esta nota es un ejemplo de todo lo bello y testimonial que el TUBA logró concretar: el estreno (tardío estreno) en Argentina de la tenue comedia de Henrik Ibsen “LA NOCHE DE SAN JUAN”. Fue una historia de jóvenes para jóvenes, donde a través del embrujo de las hogueras de la noche de San Juan, se celebraba al amor juvenil como única posibilidad de redención, frente a lo impiadoso del arremeter genocida que asolaba a nuestra Patria.