lunes, 28 de julio de 2014

EL INCIERTO COMIENZO DEL TUBA, HACE CUARENTA AÑOS

Primeros días de agosto de 1974, cuarenta años atrás.
Una compañera de la oficina en la que yo -Ariel Quiroga-, trabajaba desde los 18 años, sabía que me estaba dedicando al cine en Super-8 y que acababa de terminar un largometraje en ese sistema: la adaptación del cuento de Horacio Quiroga "El solitario".
Esta compañera quiso que me entrevistase con un antiguo jefe, un bioquímico que acababa de ser nombrado Director de Cultura en la Universidad de Buenos Aires, para que se pudiese proyectar allí, en esa dependencia de la UBA, mi película.
Acudí a la entrevista con los tres rollos de "El solitario" bajo el brazo y mientras esperaba ser atendido me surgió la idea de volver a un proyecto que me obsesionaba desde comienzos de los años sesenta: la creación de un Teatro Universitario.
Lo habíamos intentado allá por 1961 junto con Emilio Stevanovich, el único crítico teatral del que fui realmente muy amigo, pero no fue posible concretarlo. En la Facultad de Derecho, donde estuvimos, los centros de estudiantes de distintos bandos andaban por entonces a los tiros y una encargada del área de extensión cultural (omito su nombre por respeto, porque ha fallecido), fue la que nos dijo aquella "genialidad" de: "Aquí, en esta facultad, no se puede hacer nada, ni de teatro ni de música, porque de inmediato copan los comunistas, que son los únicos que se interesan por la cultura".
En aquel agosto de 1974 la Universidad estaba cambiando de rumbo: de la extrema izquierda pasaba a ser manejada por la extrema derecha. Jamás un término medio en cuanto a lo ideológico dentro de los claustros...
Yo cumplía 34 años en aquel agosto de 1974 y tenía a mis espaldas un considerable bagaje de experiencia como hombre de teatro.
Había sido actor, escenógrafo y principalmente director de escena. "El mejor puestista de Buenos Aires", como me rotuló Alejandra Boero, con quien compartí años de lucha en aquel baluarte del teatro de compromiso social que fue Nuevo Teatro.
Unas cuantas producciones del período 1967 - 1970 me habían, dicho esto con cierto "escozor", consagrado como un director de avanzada. "Sus puestas en escena -escribió Rómulo Berruti en el poco confiable matutino Clarín-, abren nuevos rumbos en las formas de concreción del hecho escénico".
Había un problema, sin embargo, frente a la posibilidad de que yo pudiese llevar a cabo un proyecto teatral dentro de la Universidad: carecía de título universitario y ni siquiera tenía terminado el ciclo secundario.
Es que jamás pude llegar a rendir física, química y matemáticas de cuarto año y hoy, a mis 74 años, sigo siendo un bachiller sin recibir.
Fui llamado al despacho de aquel flamante "director de cultura". No hablé nada de mi película "El solitario" y sin medir las consecuencias (que fueron por igual muy buenas y muy malas), lancé la propuesta, que fue enunciada así, con estas mismas palabras: "Me gustaría formar un Teatro Universitario de Repertorio".
Pocos meses más tarde, ese titubeante, indeciso, temeroso elenco de Teatro Universitario, hacía su primera presentación ante el público: el 30 de noviembre de 1974, con la escenificación que otros cuarenta años atrás se había hecho en la Facultad de Derecho, a las órdenes de Don Antonio Cunill Cabanellas, del diálogo de Platón llamado "Fedón, o Del Alma".
Pero para saber como se consolidó, con la prepotente fuerza de un volcán en erupción, lo que llegaría a ser, hasta hoy, el único Teatro de la Universidad de Buenos Aires en toda su historia, hay que adentrarse en los meollos de este Blog, incursionar en los años y meses donde se alojan sus capítulos, sus imágenes, sus videos y sus testimonios sonoros, y entonces sí, preguntarse en todo caso:
¿Por qué ese teatro, que el público colmó en todas sus 1.163 representaciones con acceso gratuito, fue tan combatido, censurado y aniquilado por la propia Universidad que le dio su nombre...?
¿Por qué, luego de su febril trayectoria de nueve temporadas consecutivas, con tantas obras y autores de valía dados a conocer, tuvo que cerrar sus puertas en junio de 1983...?
¿Y por qué nadie intentó continuar su historia o crear otro "Teatro de la Universidad de Buenos Aires", en estas más de tres décadas en las que la UBA cuenta con el moderno Centro Cultural Rojas...?
El video insertado a continuación de todos estos interrogantes, (que la Universidad de Buenos Aires se resiste a contestar), es un apretado resumen de lo que logró llevar a cabo aquel Centro de Drama universitario, con la participación, denodadamente febril, de unos 1.600 jóvenes estudiantes, docentes y graduados, que rindieron su desinteresada pasión al culto de Talía.
 

 
 


sábado, 26 de julio de 2014

LA HERMOSA TAREA DE CONSTRUIR TEATROS

La imagen superior corresponde a un alto en la construcción del Nuevo Teatro Apolo, que más de cien jóvenes "actores-obreros" llevamos a cabo, capitaneados por la indoblegable Alejandra Boero, el indoblegable Pedro Asquini, el indoblegable Héctor Alterio y el indoblegable Rubens W. Correa, allá por los años 1965, 1966 y 1967.
Una tarea titánica, porque erigimos un moderno teatro en plena calle Corrientes, dominio por décadas del rutinario teatro comercial, para enarbolar desde su escenario la bandera del teatro de compromiso social, el que no cede terreno a los intereses de boletería.
Algunos años más tarde, también en la calle Corrientes, pero "del otro lado de Callao", o sea: en Corrientes y Ayacucho, a una cuadra de donde Nuevo Teatro había hecho su historia, en el barracón del Nro. 2120, un grupo de más de 100 jóvenes universitarios, provenientes de todas las disciplinas científicas y humanísticas del ámbito curricular de la Universidad de Buenos Aires, en otro barracón: el viejo edificio de Corrientes 2038, se largaba a la quijotada de erigir un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, a cuyas representaciones el público que llegase de todos los sectores sociales de la comunidad, pudiese acceder GRATUITAMENTE.
De aquella quijotada, cuya propuesta llevé a cabo hace 40 años, en lo que era una supuesta "dirección de cultura" de la UBA, surgió un prepotente, heroico TEATRO DE REPERTORIO, que el público de Buenos Aires conoció como "el TUBA" y en el cual se dieron a conocer, -durante nueve fatigosos años-, textos ignorados de muchísimos autores clásicos, modernos y actuales.
Los lazos de parentesco del TUBA con aquel Nuevo Teatro de la Boero y Asquini que construyó el Apolo, fueron tejidos por la misma trama de desprecio por lo comercial y la búsqueda de una dramática que despertase las conciencias de los espectadores, en la misma línea de Antoine, Max Reinhardt, Jean Louis Barrault, Bertolt Brecht y Tadeusz Kantor.
Fueron, como dije, nueve fatigosos años, en los que se concretaron 1.163 representaciones, bajo amenazas y detracciones sólo entendibles en el marco de una tenebrosa dictadura como la que sojuzgaba a la Argentina en aquellos años.
Vale la pena recordar hoy que existió "el TUBA", porque la Universidad de Buenos Aires, a lo largo de los 31 años que llevamos en Democracia, no ha intentado darle continuidad a su heroica historia, vaya a saberse por qué motivos, que jamás aceptó revelar.
Dos fotografías de aquel TUBA de 1974 a 1983, que seguramente ya figuran en este Blog: una, con sus jóvenes integrantes llegando a una nueva jornada de trabajo, en la que no sólo se desentrañaba el mensaje de Moliere, de Esquilo o Discépolo, sino que también se cosían ropajes, se serruchaban maderas para decorados, se instalaban puentes de luces y se salía a repartir volantes por la calle, entre infinidad de tareas más y la otra, con una imagen parcial de la platea abarrotada, en alguna de esas 1.163 representaciones en el precario edificio de Corrientes 2038, que hoy y desde hace mucho es sede del Centro Cultural Rojas, pero en el que no hay más un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, como lo fue el TUBA.
 
 
 



 


sábado, 19 de julio de 2014

LA DESPEDIDA A ALGUIEN QUE ESTUVO EN EL COMIENZO DEL TUBA

                                       Eduardo en 1974, el año en que se creó el TUBA 
Hace dos días falleció un amigo mío, con quien compartí largos años de cine, teatro, música clásica, Joan Baez, los Beatles y Mercedes Sosa, viajes de mochileros por los lagos del sur argentino y muchas cosas más.
Eduardo fue quien tomó la enorme foto en gris que encabeza este Blog, que corresponde al primer saludo, en el Centro Cultural San Martín, de la troupe inicial del TUBA, que formaban más de 100 jóvenes estudiantes de las disciplinas más diversas que se cursan en el marco académico de la Universidad de Buenos Aires.
A estos primeros 100 se fueron sumando sucesivas camadas de “iniciados” en la vida de un TEATRO DE REPERTORIO que, en medio de una época de terror, masacradora de todo impulso creativo de la juventud, llegaron a ser alrededor de 1.600, que militaron en el fragor del hecho escénico desde múltiples escenarios, desde el Teatro Nacional Cervantes hasta tablados montados en pleno campo, en pueblos suburbanos y del interior.
Eduardo y aquellos 1.600 idealistas, que se fueron sumando en la quijotada de mantener activo un Centro de Drama que iluminase desde los claustros de la UBA, con la voz inacallable de un Esquilo, un Sófocles, un Valle Inclán, un Georg Buchner, un Armando Discépolo, un Anton Chéjov, un Juan Carlos Ghiano o un trágicamente irónico Moliere, las conciencias de un pueblo sometido al oprobio de la esclavitud, desde un terrorismo de Estado tan inhumano como exterminador.
Eduardo estaba a mi lado cuando emprendí, a lo loco y sin haber pasado antes por la Universidad, la desaforada tarea de erigir un TEATRO DE REPERTORIO en un desierto frío y sin alma, como lo era por entonces la oficina de “extensión cultural” de la Universidad de Buenos Aires.
En nuestro pequeño departamento del barrio de Congreso se pintaron enormes telones de fondo (como el que servía de decorado para “El farsante más grande del mundo”, de John Synge, que se estrenó en el Aula magna de la Facultad de Medicina en marzo de 1975), se llevaron a cabo ensayos clandestinos, cuando los autos de la represión nos esperaban a la salida del barracón que habíamos adoptado como sala, desde la cual proyectábamos nuestros espectáculos con entrada LIBRE y GRATUITA, en el viejo edificio de Corrientes 2038, que hoy ocupa (totalmente remodelado) el Centro Cultural Rojas.
Eduardo participó de toda la ardua etapa inicial, cuando lo que sería –recién algunos años después-, el elenco oficial de Teatro de la Universidad de Buenos Aires, era sólo un bosquejo y fue testigo, en soledad, de mis derrumbes anímicos, de mis “desinfles” y mis llantos de impotencia, cuando la encarnizada animosidad emergente del seno de la propia Universidad, amenazaba todos los días con destruir ese TEATRO DE REPERTORIO, que con su prepotencia de trabajo y su indoblegable espíritu de libertad les demostraba todos los días que no eran más que una manga de retrógrados facciosos.
Eduardo partió hace dos días a una tierra tal vez mejor.
Descansa en paz Eduardo, luego de tantas batallas, de tantos viajes mochila al hombro y de tantas ilusiones como las que nos llevó a imaginar que un TEATRO DE REPERTORIO podía ser posible dentro de una Universidad.
Durante nueve gloriosos años, el TUBA fue posible y como tantos otros que pusieron su granito de arena, su pasión y su feroz idealismo, vos también, Eduardo, podés estar orgulloso de haber sido partícipe.

domingo, 6 de julio de 2014

LLEGAR, 40 AÑOS DESPUES, CON LAS MISMAS CONVICCIONES INTACTAS

Hace unos días, dos amigos de mi ciudad de adopción –Mar del Plata-, que me guiaron a comienzos de 2010 en la tarea de abrir este Blog, donde depositar en fragmentos no cronológicos la historia del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (1974 – 1983), me tomaron esta foto con mi gato Patricio, muy anciano él con sus quince años de vida y muy anciano yo, con mis 74, próximos a cumplirse en los primeros días de agosto.
Sin la menor intención de buscar el contraste, a la izquierda de la foto aparece, colgada en la pared, la que me fue tomada en 1957, a mis 17 años, por el luego importante fotógrafo del cine argentino y europeo Ricardo Aronovich, para el frente de unas carpas municipales donde yo estaba empezando a ser actor, en un legendario elenco independiente de Buenos Aires, llamado “Los pies descalzos”.
Hay una clave entre ese perfil de un adolescente taciturno, en la foto de Aronovich y en el rostro de frente, 57 años más tarde, que retrataron ahora mis amigos. Una clave que, tal vez, yo sólo conozca pero que necesito revelar, para que se sepa que todo lo hecho tuvo un objetivo claro desde el comienzo.
Dos años después de la foto de Aronovich, yo ponía en escena mi primer espectáculo en funciones de director: “La casa sobre el agua”, de Ugo Betti, con una enorme crítica favorable, a toda página, junto a la nota necrológica del gran Gerard Philipe, en el prestigioso (aunque ultra-derechista) diario La Nación.
En los siguientes catorce años llegué a poner en escena unas 22 obras, de autores clásicos y modernos; actué en otras tantas a las órdenes de directores-maestros de aquellos ilustres años de la década del sesenta (la década que contó), y participé de todas las faenas propias de los teatros de repertorio, desde barrer la sala, colgarme a los andamios para instalar puentes de luces, armar escenografías o repartir volantes por las calles.
Fueron fundamentales para ese aprendizaje de todas las disciplinas del ambiente escénico y el desdén por la fatua búsqueda del “éxito comercial”, mis seis años en Nuevo Teatro, la compañía creada por Alejandra Boero y Pedro Asquini, en la que militaban el sin par Héctor Alterio, Lucrecia Capello, Enrique Pinti, Rubens Correa y unos cien heroicos jóvenes más, para lograr el sueño de Romain Rolland: “Que el teatro sea pueblo y no reducto de oligarquías”.
Ya en esos años vertiginosos, febriles y apasionados, de la década del sesenta, yo tenía claro un objetivo, que recién a mediados de 1974 (hacen exactos 40 años), logré cumplir: llevar el teatro al seno de las universidades, para que los jóvenes estudiantes del derecho, la medicina, la economía, las letras o la agronomía y la veterinaria, aprendiesen, desde el oficio teatral, a ser profesionales menos apegados al rédito económico cuando se doctorasen y además, fundamentalmente además, conseguir que los espectadores de todas las clases sociales sin distinción pudiesen ingresar GRATUITAMENTE a un teatro dentro de la Universidad, para enriquecerse con el disfrute de textos dramáticos que ningún teatro comercial, de los que manejan burócratas empresarios, -ni cobrando una entrada carísima-, se molestaría en ofrecerles.
La clave entre las dos fotos, la de los 17 años que tomó Ricardo Aronovich y esta de los 74, que tomaron mis amigos de Mar del Plata, es que el OBJETIVO no se modificó nunca, porque las CONVICCIONES tampoco dejaron de ser una doctrina de vida, férreamente inmodificable hasta la llegada de la hora final.
Una vez más, en este año de sus cuarenta de haber sido creado, los invito a recorrer este Blog,  como les guste, tomando en el índice de la izquierda, un año, un mes, un capítulo al azar.
Estoy seguro que la historia fragmentada de aquel TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (que el público prefería llamar “el TUBA”) no los va a aburrir ni a resultar superflua en nuestros días, porque desgraciadamente no volvió a haber un TEATRO DE REPERTORIO hecho por jóvenes en la Universidad de Buenos Aires… y porque la voluntad de servicio y el apasionado fervor que pusieron aquellos 1600 jóvenes estudiantes y hasta graduados, que participaron durante nueve años seguidos de sus talleres artísticos y escenotécnicos merece ser revisada, comprobada y -¿por qué no-, homenajeada.
Fue producto de severas CONVICCIONES, que en mi caso –y lo hago cómplice a mi gato Patricio-, permanecen intactas, a pesar del tiempo transcurrido.