sábado, 23 de febrero de 2013

RECORDAR, RECORDAR, RECORDAR, RECORDAR...

Si existiese hoy un “Teatro de la Universidad” en la Universidad de Buenos Aires, no sería necesario (salvo a título meramente anecdótico) recordar aquel primer (y hasta hoy único) “Teatro de la Universidad” que existió entre fines de 1974 y fines de 1983; que dió a conocer autores y obras nunca antes representados en la Argentina; que realizó 1.163 representaciones con acceso libre y gratuito; que formó e introdujo en la vida interna de un teatro de repertorio a unos 1.600 estudiantes universitarios provenientes de todas las disciplinas científicas y humanísticas y que debió cerrar sus puertas (que tanto esfuerzo demandó abrir), agobiado por detracciones, prohibiciones y amenazas provenientes del seno de la propia Universidad.
Recordar hoy a aquel teatro universitario, que se popularizó bajo la sigla TUBA (rechazada por los funcionarios de la UBA por asemejarse a la de la FUBA, que estaba proscripta en esa época), significa rendir tributo de gratitud a aquellos heroicos jóvenes, devenidos en actores, técnicos, escenógrafos, utileros, acomodadores y personal de limpieza de un teatro que funcionó todo el año durante nueve años seguidos; que visto desde la platea de la sala de Corrientes 2038 parecía “un teatro como los demás teatros”, pero en cuya trastienda las chicas y los muchachos estaban obligados a orinar en un tacho que pasaba de mano en mano o a desnudarse para vestir los ropajes de una Electra, un Mascarilla o una percanta o un guapo de arrabal, escondiéndose entre los telones o en algún recoveco de algún decorado.
Desde que se creó el Centro Cultural Rojas en el mismo viejo edificio remodelado donde había estado el TUBA (el solar de Corrientes 2038), no hubo más allí ni en ningún otro ámbito de la Universidad de Buenos Aires un Teatro de Repertorio como lo fue el TUBA (lo que en la mayoría de las universidades del mundo existe por lo común bajo la denominación de “Centro de Drama”).
¿Por qué, si en el Rojas (una “usina de actividades multidisciplinarias”, como lo definen sus propulsores), las condiciones ambientales se han mejorado diametralmente... no pudo volver a existir un teatro universitario con el emblema de la Casa, como lo llevó el TUBA desde sus inicios hasta su cierre...?
¿Por qué si el Rojas tiene en su orgánica una “Orquesta de la Universidad” (que ya había sido creada en tiempos de aquella malhadada “dirección de cultura” de la que dependía el TUBA), y que siempre actuó en forma por demás esporádica... no puede tener también en su orgánica un “Teatro de la Universidad”, con el antecedente de aquel “Teatro de la Universidad” que a lo largo de nueve años seguidos llevó a cabo 1.163 representaciones con acceso gratuito, dando a conocer textos tan valiosos como la “Electra”, de Sófocles, “La vida es sueño”, de Calderón o las tragicomedias del académico Juan Carlos Ghiano...?
Existe alguna posibilidad de que la Universidad de Buenos Aires conceda alguna vez respuesta a estos interrogantes...?
Mientras esto no suceda y para que la heroica trayectoria de aquel “Teatro de la Universidad” conocido popularmente como “el TUBA” no se hunda en los abismos del irrecuperable olvido... es imprescindible RECORDAR, RECORDAR, RECORDAR, RECORDAR... y seguir mostrando estas viejas fotografías, (es un pequeño video de algo de dos minutos, cuyo sonido de fondo es el final de una representación de “La marquesa Rosalinda”, de Ramón del Valle Inclán, en la temporada de 1981), que prueban que el TUBA existió, pese a tanto empeño estúpido por demostrar lo contrario.
 

lunes, 11 de febrero de 2013

LAS VOLUNTADES Y LOS HECHOS

En tiempos del TUBA (el Teatro de la Universidad de Buenos Aires), yo tenía un cargo en la Dirección de Cultura de la UBA (que por cierto nunca desempeñé sentado detrás de un escritorio), que era algo así como “jefe del departamento de teatro”. Mi concurrencia a las oficinas de la calle Azcuénaga era esporádica, alguna que otra tarde. No había nada que hacer allí, porque allí nadie hacía nada. Lo común era que me preguntasen: ¿Qué obra están dando...?, o ¿Cómo les fue con la gira a Córdoba...?, uno o dos años después que esa gira se había realizado.
Mi tarea concreta comenzaba a eso de las siete de la tarde, todos los días de la semana, invierno y verano, en el viejo edificio de Corrientes 2038, y se prolongaba invariablemente hasta pasada la medianoche.
Los sábados y domingos llegaba bastante más temprano, a eso de las cuatro, acarreando un equipo de audio, un grabador, un proyector de diapositivas y un bolso con ropa de trabajo, libretos, apuntes... y un martillo.
¿Para que el martillo traído de la calle, si adentro, en el teatro, teníamos algunos más, convenientemente escondidos para que no se los robasen...?: Para abrir la pesada puerta herrumbrada del edificio, porque el sereno era sordo y además el timbre había dejado de funcionar mucho tiempo atrás.
Era así, tal cual: El “director titular” del Teatro de la Universidad de Buenos Aires tenia que abrir la puerta del edificio donde ese teatro funcionaba, a martillazos...!
Siempre hubo intentos de hacer teatro dentro de la Universidad, desde aquellos remotos antecedentes del elenco de la Facultad de Derecho que dirigía Antonio Cunill Cabanellas, en la década del cuarenta del siglo XX. Lo más recordable, años después, fue el Instituto de Teatro confiado a regañadientes al ilustre Oscar Fessler, que duró poco tiempo y no llegó a montar espectáculos y una suerte de secuela de él, que fue GEITUBA (Grupo de Egresados del Instituto de Teatro de la UBA), creado por Julio Piquer, que montó (si mal no recuerdo), “Corazón de tango”, de Juan Carlos Ghiano y “Yerma”, de García Lorca.
No hay dudas que la voluntad de divulgar teatro sin depender de los esquemas comerciales, desde los claustros de la Universidad, siempre estuvo a la orden del día. Ahora bien... pasar del plano de la voluntad al de los hechos... “that is the question”, como diría el dubitativo Hamlet.
Los nueve años de vida del TUBA (repito: el Teatro de la Universidad de Buenos Aires), fueron producto de una férrea VOLUNTAD por concretarlos, en medio de mucha incertidumbre y de una infernal parafernalia de impedimentos, trabas, ofensas, prohibiciones, amenazas... provenientes del seno de la propia Universidad; pero pasar del poemático idealismo de las voluntades a los decisivos HECHOS, de haber realizado 1.163 funciones con acceso gratuito para estudiantes universitarios y para público en general... más de cien montajes escénicos corpóreos... giras por el conurbano y el interior de la República... dando a conocer, en muchos casos por vez primera en Argentina, textos reveladores de Terencio, Oscar Wilde, Ramón del Valle Inclán, Jean Racine, Sófocles, Molière, Henrik Ibsen, Luiggi Pirandello, Esquilo, Anton Chéjov... eso sí que aparte de mucha VOLUNTAD requiere de mucha energía física y mucha, muchísima tosudez y empecinamiento.
Nuestro pasado en el TUBA (nueve difíciles pero gloriosos años), se hizo únicamente a fuerza de PREPOTENCIA DE TRABAJO.
Nuestro futuro...? Han transcurrido 30 años desde que el TUBA se cerró. El único futuro posible para aquella hermosa historia es que la Universidad de Buenos Aires se decida, de una vez por todas, a repetirla. (Repetirla y superarla).
Pero eso sí: Rindiendo homenaje de reconocimiento a su hasta hoy suprimida Memoria.


domingo, 3 de febrero de 2013

SIETE MINUTOS PARA LA ETERNIDAD...

El montaje integral de “La Orestíada”, de Esquilo (dada a conocer en 480 a.C.), iba a ser, hacia mediados de 1981, uno de los proyectos más ambiciosos de ese TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, que me tocó crear, dirigir durante nueve años seguidos y finalmente clausurar, obligado por aberrantes detracciones, emanadas (aunque parezca increíble) del seno de la propia Universidad.
La Dirección de Cultura de la UBA, de la cual el Teatro orgánicamente dependía, puso en estado de alerta todos su armamento destructivo cuando se dió cuenta que el proyecto, anunciado por nuestra cuenta y divulgado con notas a toda página por los que en ese momento eran los principales diarios de la Ciudad, amenazaba con sacar a luz (en medio de una espantosa noche de injusticia como la que padecíamos los argentinos en aquellos años), el peliagudo tema de la administración de justicia.
Contar todo lo que aquellos nefastos funcionarios, empleadas e incluso ordenanzas de la “dirección de cultura” hicieron para impedir que “La Orestíada” llegara a representarse completa (esto es: sus tres tragedias en forma sucesiva: “Agamemnón”, “Las coéforas” y “Las euménides”) en el escenario del TUBA, llevaría más tiempo y espacio que el que vengo empleando en escribir los 269 capítulos anteriores a este, en este Blog.
La temporada del año 1982 del TUBA fue, como ya lo he contado, un verdadero delirio de montajes complicadísimos: “El gorro de cascabeles”, de Pirandello (con su mastodónico decorado corpóreo); “El día que mataron a Batman”, una obra que movilizó a la juventud a lo largo de todo el año, escrita por un estudiante de derecho e integrante del TUBA: Hugo Daniel Hadis; “Escenas de la vida bohemia”, de Henri Mürger (que Giácomo Puccini utilizó como base argumental para su célebre ópera “La bohème”); “Chejoviana II”, que incluía varios cuentos adaptados a la escena y el drama en un acto llamado “El canto del cisne”, del amado Anton Chéjov; “La noche de San Juan”, de Henrik Ibsen; “El velo”, de Martha Lehmann; “El poeta”, de Enrique Wernicke y además, la reposición (esta vez dicho apropiadamente: “a pedido del público”), del grotesco de Armando Discépolo “Stéfano”. Qué pasaba, entretando, con “La Orestíada”...?
La astucia detractora del Director de Cultura lo había llevado a arrogarse “el derecho” a colaborar en la adaptación del texto de las tres tragedias, pero transcurrido un año del inicio del proyecto, él no había salido de borronear algunas pocas carillas del “Agamemnón”. Un buen día dije “basta” y le comuniqué que el TUBA había decidido abandonar el montaje integral de “La Orestíada”. Una vez más, nos ganaban por cansancio.
A mediados de 1982 me decidí por abordar sólo la segunda de las tragedias, “Las coéforas”, que es donde se concreta la venganza de Electra por medio de la acción sangrienta de su hermano Orestes.
Como en otras oportunidades, me refugié en la polvorienta biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, hasta que encontré allí una arcaica traducción hecha por un jesuita chileno unos cien años antes, que me pareció adecuada.
Sobre el cierre de la temporada el TUBA ponía en escena una orgiástica ceremonia tribal (un concepto tomado por mí de la lectura de las memorias de Jean Louis Barrault en ocasión de montar él “La Orestíada” en el Teatro de Francia, en colaboración con el músico Pierre Boulez), cuya propuesta (demasiado osada, por cierto), consistía en elevar, en medio del salvajismo del entorno musical de la partitura de Iannis Xenakis, un sofocado y postergado clamor de justicia, en boca de aquellos jóvenes intérpretes del TUBA, partícipes de una generación aniquilada: ¡Y QUE MUERAN HOY LOS QUE AYER MATARON! ¡LA MUERTE ES LA ÚNICA LEY PARA JUZGAR A LOS TIRANOS...!.
Teníamos una filmación en formato VHS de nuestra versión completa de “Las coéforas”, pero la cinta se arruinó con el paso del tiempo.Queda una grabación en audio de una de las funciones, pero sería complicado insertarla aquí en forma completa. Voy a dejar el testimonio de los siete minutos finales, a partir de la entrada de Orestes luego de matar a Egisto y a su madre Clitemnestra, con la aparición de las furias convocadas para perseguirle y el doloroso lamento final de Electra: “CUANDO SE CALMARÁ, CUANDO SE SACIARÁ, CUANDO SE APLACARÁ LA SED DEL MAL POR PERPETUAR EL MAL...”.
Perdón por la inmodestia: considero que son siete minutos para la Eternidad, que ponen de manifiesto el valor de ese TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (el TUBA) tan olvidado por una posteridad sumamente interesada en la desaparición de su Memoria.
Y si logran escuchar los siete minutos hasta el final, escucharán también los enronquecidos gritos de “Bravo...!” de los jóvenes espectadores que colmaban todas las funciones del TUBA: ellos también encontraron en nuestro escenario un estrado de Justicia.
Lo decíamos en una nota en el programa de mano de "Las coéforas" (que yo suscribía con mis iniciales: A.Q.): "Pretendemos concretar con este montaje escénico un medio de transmisión de los conceptos éticos más urgentemente necesarios a las actuales audiciencias, sobre el tema de la dignidad con que debe ser enfrentada toda tiranía, cuando la justicia Superior se muestra tardía".
¿Éramos, nomás, "cómplices del Proceso", como nos atribuyeron...?