viernes, 27 de julio de 2012

LOS TRECE VIDEOS DE YOU TUBE QUE NARRAN EN IMÁGENES LA HISTORIA DEL TUBA

Me atrevo a afirmar que pocos teatros del mundo tienen narrada su historia en forma tan minuciosa como lo que este Blog ha venido acumulando, a partir de febrero de 2010, sobre el devenir de nueve años seguidos (1974 – 1983), del llamado TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES (TUBA) o (a exigencia de la propia Universidad a partir de su quinta temporada), el “TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES”, el único (hasta hoy), centro de drama orgánico dentro del ilustre historial de la Universidad argentina, (más allá de que ésta se niega empecinadamente a reconocerlo). Valdría la pena que estudiosos del teatro y participantes de elencos universitarios de todo el mundo (que lo visitan casi a diario), se ocupasen en leer y analizar todas y cada una de las 240 entradas (o capítulos), que el Blog registra antes de esta, pero me permito dudar de esa posibilidad. Cuántos trabajos de investigación podrían llegar a elaborarse, desmenuzando, descartando reiteraciones, contextualizando índices temáticos... compendiando, en una palabra, tanto material literario que ha ido surgiendo de mi memoria o del aporte de documentación fehaciente y que podría servir de referencia para los jóvenes que en otras universidades siguen intentando (y cada vez con más impulso, a partir de la fundación en 1994 de la AITU en Bélgica), aportar desde tablados erigidos en los claustros académicos, el siempre aleccionador mensaje de los dramaturgos de todas las épocas, haciéndolo sin condicionamientos comerciales ni exitistas, para enriquecimiento de todos los sectores de la sociedad... Este Blog no es un libro de anotaciones de sucesos del presente, sino un reducto de preservación de acontecimientos ocurridos en el pasado, hace treinta años o más. Ya es suficiente con lo que mi tiempo de vida me permitió atesorar, burlando la maliciosamente tramada tarea de abolición por obra del olvido, ejercida obstinadamente por la propia Universidad que le dió nombre y apellido a ese laboriosamente altruísta TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO que fue el TUBA. Una forma de cierre para esta suerte de “cofre de recuerdos de la vida de un teatro”, es trasladar aquí, en lo que pasará a ser su capítulo de apertura para quienes recién lo abran (y también para quienes lo vienen frecuentando desde hace tiempo), los trece videos que figuran en el sitio web llamado “You Tube” y que se encuentran con sólo insertar en el rectángulo de exploración la leyenda TEATRO UNIVERSITARIO DE BUENOS AIRES.

sábado, 21 de julio de 2012

EL TIEMPO Y EL TUBA

Sucede que las cosas que han ocurrido hace mucho tiempo empiezan a cobrar certeza en nuestro propio razonamiento a medida que, precisamente a causa de ese tiempo que transcurre, van cobrando una nitidez y una verosimilitud que antes parecían no tener. Qué estoy tratando de decir, con relación a la historia del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, que es el eje temático de este Blog...?. Bueno... durante larguísimos años (más de dos décadas), yo mismo dudé del mérito de haber llevado a cabo un teatro universitario en las condiciones físicas y en el marco ideológico de la época en la que el TUBA transcurrió: los nueve años que van desde mediados de 1974 a casi fines de 1983. Todo había sido hecho en medio de tanta incertidumbre, de tantas carencias y de tanto miedo... Los comienzos habían sido tan brumosos, tan carentes de propósitos definidos y acordados entre la Universidad y este hombre de teatro sin antecedentes universitarios que era yo, acostumbrado a batallar en los sótanos de los teatros independientes en los que, pese a esas dificultades que la Boero aconsejaba amar (“amemos las dificultades”, decía Alejandra, “porque son el mejor estímulo para seguir luchando”), tenían de algún modo “olor y fisonomía de teatro”. En la Universidad que yo encontré al llegar, en agosto de 1974 y en los años que siguieron, no había nada que se asemejase a un espacio apto para desarrollar una actividad cultural vinculada al milenario hecho escénico. Había aulas y pasillos inhóspitos atestado de vigilantes y espías, de uniforme y de ropa civil. En la “dirección de cultura” en la que el TUBA nació, nadie hablaba de libros, ni de obras de teatro, ni de música, ni de pintura, ni de cine ni de danza ni de nada que se relacionase con el arte de crear cosas bellas para la sociedad. Esas empleadas viejas y feas (créanme: eran todas muy viejas y para colmo, horriblemente feas), sólo sabían de exhalar odio hacia “los malditos zurdos” y “los malditos judíos”, de mostrarse amables y hasta afectuosas con sus celadores de turno y de observar con mucho recelo el avance “amenazador” de ese grupo teatral en el que (según ellas), había tantos melenudos sucios y con fachas de delincuentes... Debo haberlo comentado ya en algún capítulo de este Blog: la señora de Pagani (la única en ese antro que se salía un poco del molde), exclamando cuando me vió entrar con un ánfora de yeso comprada en el Once, para la función del 30 de noviembre de 1974 en la que se recreó el diálogo de Platón llamado “Fedón, o Del alma”: “PERO QUIROGA, ESTA OFICINA SE VA A TERMINAR CONVIRTIENDO EN UN TEATRO...!!!”. Bendita señora de Pagani, que hasta lloró cuando tuvo que venir a hacer el inventario de lo que quedaba, cuando en junio de 1983 el TUBA se cerró definitivamente... Lo cierto es que los nueve años de vida del TUBA fueron tan aciagos, tan colmados de logros y desencantos, tan difíciles de sobrellevar anímica y físicamente, tan extenuantes y tan pletóricos, tan amenazados a diario con la disolución que finalmente llegó, tan arriesgados en propuestas (la erección del espacio experimental en la cancha de pelota del último piso de Corrientes 2038, en 1980), tan saturados de amenazas y al mismo tiempo tan sostenidos por un convencimiento de lo que el desafío de seguir adelante significaba... que cuando todo concluyó y fue reemplazado por el promocionado proyecto del Centro Cultural Rojas y se empezó a hablar del TUBA (las pocas veces que se habló) como de algo obsoleto, pasado de moda y encima “cómplice de la dictadura militar”, no voy a decir que me convencieron... pero de algún modo me generaron dudas: Valió la pena...? No valió la pena...?. La herida era muy profunda (al punto que quedé inválido para seguir haciendo teatro en alguna otra parte y directamente abandoné el teatro para siempre); los eruditos como Dubatti sólo apuntaban al mérito arrollador de Batato Barea, Los Macocos o el Clú del Clawn; la “patota cultural” de los radicales había copado los espacios oficiales y en la Universidad la voz cantante era sólo la de Franja Morada. Pero los revanchismos también pasan y hasta hoy nadie ha podido probar esa malintencionada estupidez de que el TUBA fué “cómplice del Proceso”. El tiempo, aunque parezca lo contrario, juega a favor del TUBA, porque sigue estando solo en la historia de 191 años de la Universidad de Buenos Aires; porque su sistema de trabajo: el REPERTORIO EN ALTERNANCIA, no se practica en la Argentina; porque su aporte investigativo permitió descubrir y divulgar, llegando a cientos de miles de espectadores, la primera comedia escrita por Molière (“El atolondrado o Los contratiempos”); una farsa irritante como “La marquesa Rosalinda”, de Ramón del Valle Inclán; la más augusta de las tragedias: “Fedra”, de Racine; las zafadas pero aleccionadoras comedias de Terencio, Plauto y Menandro; obras de autores nacionales que fueron sucesos de años enteros (como “La ofensiva”, de Martha Lehmann o “El día que mataron a Batman”, de Daniel Hadis); el encanto otoñal de las humoradas de Chéjov (“Una corista”, “El malhechor” y “Un carácter enigmático”); el texto ignorado, monumental, de “Una tragedia florentina”, de Oscar Wilde; los rotundos alegatos contra la tiranía del poder, en “Electra”, de Sófocles o “Las coéforas”, de Esquilo; el arte juglaresco de los entremeses de Lope de Rueda, representandos en el castellano antiguo original; los alertantes sainetes contemporáneos de Enrique Wernicke; los amargos pero sabios grotescos de Armando Discépolo y Luiggi Pirandello (“Relojero”, “Stéfano” y “El gorro de cascabeles”); el último aporte a la dramática del cuestionado pero reflexivo historiador y académico Juan Carlos Ghiano (“Miedos y soledades”); la rebeldía inconformista del jóven Henrik Ibsen (“La noche de San Juan”); la bohemia trasnochada del pre-existencialista Henri Mürger (“Escenas de la vida bohemia”)... y sobre todo y por encima de todo, el aliento revolucionario, la burla feroz a la sociedad formalmente acostumbrada y el grito desgarrador en defensa de los sometidos, de los humillados, de los nacidos para encontrar en la muerte prematura la única posibilidad de redención, del también muerto jóven (a los 24 años), Georg Büchner, en “Leonce y Lena” y “WOYZECK”, el espectáculo más imperecedero de la historia del TUBA, precisamente porque fue tajantemente prohibido tras su tercera representación. Ahora no tengo dudas que la existencia precaria pero contundente del TUBA, valió la pena. El tiempo sin ningún otro centro de drama que se le asemeje, en repertorios, en vitalidad, en alcance masivo de sus realizaciones, ni en la Universidad de Buenos Aires ni en ningún otro espacio de actividad cultural oficial o privado de la Argentina... el sereno pero implacable Tiempo que todo lo pone definitivamente en su lugar, es el que me dá la razón. LAS FOTOS QUE ACOMPAÑAN ESTA ENTRADA PERTENECEN A LA PRODUCCIÓN DE "WOYZECK", DE G. BÜCHNER, EN EL TUBA (1978 - PROHIBIDA POR LA DIRECCIÓN DE CULTURA DE LA UBA, POR "PROPENDER A LA INFILTRACIÓN MARXISTA")

viernes, 20 de julio de 2012

AMIGOS PARA SIEMPRE

EN LA FOTO: UNA MÍNIMA PARTE DEL ELENCO DEL TUBA EN UN CAMARIN DEL TEATRO AUDITORIUM, DE MAR DEL PLATA, MINUTOS ANTES DE LA FUNCIÓN DE “STÉFANO”, DE DISCÉPOLO (AÑO 1982) Se festeja hoy el “día del amigo”: una de las tantas estupideces que ha impuesto la sociedad de consumo. Es probable que reciba (no que haga) algunos llamados de unos pocos pero verdaderamente Buenos Amigos, vinculados a mi actividad de coleccionista de óperas, cosechados aquí, en mi ciudad definitiva, que es Mar del Plata. ¡Justo: acaba de sonar el teléfono y es Ana, de “Amigos de la Ópera”, que ha querido ser la primera...!!!. Sin embargo, los AMIGOS, escrito así, absolutamente con mayúsculas, fueron y serán por siempre, aunque nunca nos volvamos a ver (salvo en el improbable más allá), las chicas y muchachos del TUBA. Aun aquellos que se alejaron enojados por alguna pavada o con los que se compartieron horas (años) de intimidad que terminó en lágrimas y desencantos... Para consolidar una AMISTAD como la que generó la convivencia en el TUBA hizo falta compartir los alegrías y pesares de tantas jornadas de duro trabajo, construyendo decorados, fabricando telones o repartiendo volantes por las calles de una ciudad tan tenebrosa como las de la Europa de las guerras... hizo falta vibrar al unísono con cientos, miles de espectadores, que agradecían con aplausos descomunales el poder asistir GRATUITAMENTE al disfrute de autores y obras que ningún otro teatro de Buenos Aires les llegaría jamás a brindar, ni siquiera pagando en dólares... Salir de gira por provincias o barrios del conurbano, apretujados como vacas sobre camiones destartalados; improvisar funciones en pleno campo o en cuarteles de bomberos o almacenes de ramos generales; contener estoicamente los puños cuando desde la “dirección de cultura de la universidad de buenos aires” se nos humillaba, se nos amenazaba, se nos perseguía, se nos arrebataba el futuro de un TEATRO DE REPERTORIO, precisamente porque era eso: un auténtico, prepotente, contestatario, valeroso TEATRO DE REPERTORIO... Sólo con unos pocos me he vuelto a encontrar en estos ya casi treinta años que han transcurrido sin TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, pero a todos los que estuvieron alguna vez en él, compartiendo por unas horas, unos días, unos meses, unos o casi todos los nueve años de su existencia (1974 – 1983), los recuerdo con ternura, con admiración y con orgullo en este innecesario “día del amigo”, que para mí y respecto de ellos, es todos los días... AMIGOS PARA SIEMPRE, PORQUE COMPARTIMOS LA MISMA TRINCHERA.
OTRA DIVISIÓN DEL TUBA, EN 1981, EN UNA PLAZA DE CÓRDOBA, EL DÍA DE UNA REPRESENTACIÓN DE "STÉFANO" DE DISCÉPOLO, EN EL PABELLÓN DE LAS AMÉRICAS DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA
LAS HUESTES DEL TUBA EN EL AULA MAGNA DE LA FACULTAD DE MEDICINA,LUEGO DE UNA REPRESENTACIÓN QUE TUVIERA LUGAR ALLI, EN 1979, DE "LA VIDA ES SUEÑO" DE CALDERÓN

jueves, 12 de julio de 2012

MI PROPIA HISTORIA EN EL TUBA Y DESPUÉS DE ÉL

Hasta ahora, a lo largo de los cientos de capítulos que componen este Blog sobre la Historia del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (1974 – 1983), a partir de febrero de 2010, he hablado siempre del esfuerzo, de la pasión, de la alegría y el altruísmo de los cientos de jóvenes que lo integraron y de la maniática, absurda, histérica persecución de que ese Centro de Drama fue objeto por parte de la institución académica en la que fue creado y en la que a duras penas subsistió a lo largo de nueve años en forma ininterrumpida: la Universidad de Buenos Aires (en realidad: su nefasta “dirección de cultura”). No sé por qué (quizás porque los tiempos para hacerlo se van acortando, a medida que la edad avanza: voy a cumplir 72 en los primeros días de agosto), he decidido hablar un poco de mí: Ariel Quiroga, actor, escenógrafo, director teatral, (hombre de teatro, en una palabra) que una mañana de mediados de 1974 se acercó a aquella “dirección de cultura de la UBA”, recomendado por una compañera de trabajo de la oficina pública en la que permanecí por espacio de 46 años, con la idea de ofrecer para su proyección y debate una película que acaba de filmar en super-8, basada en un cuento de Horacio Quiroga: “El solitario” y que, sin siquiera tener una mínima idea de cómo iba a llevarse acabo, convertí en la propuesta de creación de un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, dejando de lado y sin mostrarlas siquiera, las tres bobinas que almacenaban la hora y media que dura “El solitario”. Tenía en 1974 treinta y cuatro años y ni siquiera había terminado el secundario (me faltaban rendir física, química y matemáticas de cuarto año); el proyecto de un TEATRO UNIVERSITARIO lo llevaba a cuestas en la mochila con que había recorrido los parques y lagos de Esquel, desde los años de 1960, cuando era un actorcillo celebrado por mis intervenciones en “Lástima que sea una perdida”, de John Ford; “La dama no es para la hoguera”, de Christopher Fry o “La alojadora”, de Jacques Audiberti, protagonizada junto a la gran Alicia Berdaxagar en el TAF. Había pasado unos cinco años en Nuevo Teatro, la heroica trinchera de la escena independiente, junto a forjadores de hierro como Alejandra Boero, Pedro Asquini, Héctor Alterio o Rubens Correa. Junto a ellos y unos cien más “actores-obreros” habíamos construído el Teatro Apolo, “laburando” como egipcios para instalar una tribuna del teatro de compromiso social en plena calle Corrientes, baluarte del teatro comercial de la peor especie desde siempre y allí hicimos los sainetes de Enrique Wernicke; “Sopa de pollo”, de Arnold Wesker (enarbolando la bandera roja de la revolución dentro de un decorado tan sólido como nuestras convicciones, de Saulo Benavente) y una discutida pero alertante versión de “El mercader de Venecia”, de Shakespeare. Mis puestas en escena de los años 1967, 68 y 69 habían hecho derramar ríos de tinta en los matutinos, con elogios desmesurados: “Eximio malabarista”, “Prodigioso alquimista”, “Una puesta en escena que nos lleva a creer que todavía la primavera existe”, “Un ejemplo alto, solitario y aleccionador para todo lo que se haga de aquí en adelante en el teatro de Buenos Aires” (bla, bla, bla, bla... palabras, palabras, palabras, como dice burlonamente Hamlet). Fueron los años de mis montajes de “La Arialda”, de Giovanni Testori; “Historia de Pablo”, de Césare Pavese; “Eurídice”, de Jean Anouilh; “Magia roja”, de Michel de Ghelderode; “El profanador”, de Thierry Maulnier; “Lucrecia Borgia”, de Victor Hugo; “La duquesa de Padua”, de Oscar Wilde; “El doctor y los demonios”, de Dylan Thomas, “Un Fenix demasiado frecuente”, de Chfristopher Fry... Fueron tantas las obras montadas, tantos los actores profesionales y no profesionales dirigidos (y en algunos casos: educados), que mucho de lo hecho se me confunde y rehusa acudir a la memoria en este momento de hilvanar el recuerdo. Desde los 16 años, cuando me atrevi a dirigir por primera vez una obra: “Los dos derechos”, de Gregorio de Laferrére, en un conjunto vocacional de barrio, hasta esos 34 en que sentia un agobiante hastio por todo lo que significaba “seguir estando en el comercio infame” (como definia Vittorio Gassman al teatro), no habia parado un solo dia. Eran años en que las obras se representaban de martes a domingos y los sábados y domingos se hacian hasta tres funciones seguidas. En las carpas municipales, en Plaza Irlanda o Cabildo y Juramento, en los años 1958, 1959 y 1960, hacíamos SEIS funciones los sábados y domingos. Empezábamos a las tres de la tarde y no parábamos hasta entrada la madrugada, cuando exaustos y casi agonizantes, nos íbamos a refugiar en los bares todavía abiertos, a masticar una pizza fría, regándola con el insustituible vino tinto. El teatro que depende de la boletería es agobiante. Las críticas han sido buenas, pero si aprieta el frío o hay dificultades económicas en el país, el público deja de venir. El llamado “éxito” es un maldito juego de azar, en el que, como en toda timba, por lo general se pierde. Saqué tantos préstamos en la vieja Caja Nacional de Ahorro Postal, alegando que me iba a casar, para poder pagar los derechos de alguna obra o levantar las deudas acumuladas en las sastrerías teatrales...!!!. Cada proyecto que fracasaba, era un nuevo “matrimonio”... aunque sigo siendo soltero (mejor dicho: un viejo solterón). Hacer teatro en la Universidad, con jóvenes universitarios que se formasen en la vida de teatro al mismo tiempo que participaban en un REPERTORIO de obras jamás abordadas por los elencos profesionales o las salas comerciales... Hacer teatro de investigación, arriesgándose a conceptos escénicos renovadores... La posibilidad era fascinante y todo anduvo bien hasta que me dí cuenta que me había metido en un antro asfixiante, plagado de fanatismos recalcitrantes, de arraigadas manías persecutorias, de enfermiza sed discriminatoria y, además de todo eso, de una estratificada inercia realizativa. Pero ya era tarde para volverme atrás. Había tenido, a fines de noviembre de 1974, la primera reunión con los más de 250 inscriptos que habían acudido al llamado puesto en las carteleras de las facultades: FORMAR PARTE DE UN TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO. Esa reunion, que se llevó a cabo en la cancha de pelota del último piso de Corrientes 2038, en una tórrida tarde de noviembre de 1974, fue una experiencia fabulosa. Hablé por espacio de más de dos horas y al final todos me rodearon, ansiosos de que les siguiese explicando de que se trataba. Es evidente que de mi charla (iniciada con la frase: “ESTAMOS AQUÍ PARA ERIGIR UN TEATRO”), no habían entendido nada. Que podían saber aquellas chicas y muchachos, de apenas 20 ó 23 años, que andaban a los tumbos con sus vocaciones no resueltas por la medicina o la abogacía o las ciencias económicas, que no habían conocido la época de oro del teatro independiente... que era eso de ERIGIR UN TEATRO...?. A partir de alli pasaron tantas cosas, que ya estan contadas desmenuzadamente en los sucesivos capítulos de este Blog: la prohibición inicial de ensayar obras; las reuniones, apretujados entre los escritorios de las oficinas del noveno piso de la calle Azcuénaga; el tener que esconderse bajo los pupitres para zafar de los tiroteos en Ciencias Económicas entre el estudiantado y la policia; los viajes con todo a cuestas a lugares inverosímiles del conurbano: el cuartel de bomberos en Florencio Varela (donde se hizo “El alma del suburbio” en 1977); la Biblioteca Popular de Olivos (donde se dieron a conocer las comedias de Terencio, Plauto y Menandro, que después pasaron al Teatro Nacional Cervantes); el salón de actos del Colegio Carlos Pellegrini (que en estos dias está tomado por los alumnos, porque no quieren que haya un bar concesionado), donde hicimos “A Buenos Aires”, con textos de Sábato, Cortázar y Evaristo Carriego, con lo cual una profesora de la casa nos denunció por subversivos... Luego, cuando logramos instalarnos (por prepotencia; nadie nos lo facilitó), en la sala de Corrientes 2038 y comenzamos a hacer tres, cuatro, seis funciones CON ACCESO GRATUITO cada fin de semana, la amenaza constante de los cortes de luz por tapones desconectados a propósito; los decorados y afiches estropeados; las herramientas de trabajo (serruchos, martillos), que los propios integrantes traían de sus casas, robadas por los custodios y ordenanzas del edificio; los autores y obras prohibidos con cualquier pretexto; la información de funciones dentro de las facultades enviada con fechas equivocadas o cuando esas funciones ya se habían hecho; la sospecha permanente sobre nuestra supuesta “militancia subversiva”; la afrenta, la burla, la humillación de todos los días... Sin embargo, estoy en condiciones de afirmar, ya sobre el final de mi vida, que la epopeya del TUBA fue lo mejor que me sucedió, no sólo en mi vida teatral, sino en mi vida toda. Valió la pena tanto esfuerzo, tanto sobrehumano trabajo, tanto dolor, tanta sofocante amargura, tanta indignación, tanto sometimiento, tantas lastimaduras, tantos golpes, tantas lágrimas chorreando a borbotones por las mejillas... PORQUE HICIMOS UN TEATRO DE REPERTORIO EN LA UNIVERSIDAD, durante nueve años seguidos. En ese teatro pude hacer los autores y las obras que ningún empresario comercial me hubiera permitido hacer, por temor al fracaso de boletería. Y trabajé con cientos de “proyectos de actores”, de “proyectos de hombres de teatro”, que me brindaron su maravilloso entusiasmo, su osadía, su inocencia incontaminada, su fe en la función social del teatro, a partir de contribuir a materializar 1.163 representaciones sin percibir un centavo de recompensa... pero llevando a sus casas, a sus vidas privadas, a su futura vida profesional como médicos, abogados o economistas, unas alforjas colmadas de aplausos, de vítores, de gratitud incondicional de esos miles y miles de espectadores, a los que habían seguramente modificado, enriquecido, ILUMINADO. No me costó dejar el teatro para siempre después que se cerró el TUBA, en junio de 1983 y fracasaron todos los intentos por reabrirlo, en tiempos supuestamente menos cerriles política y culturalmente hablando. Los de aquella torpe y perversa “dirección de cultura”, que yo sepa, no fueron castigados tan severamente como se castigó al TUBA y a todos los que estuvimos en él, con el exilio forzado en nuestro propio suelo. De hecho, todavía quedan “personajes” de esa “dirección de cultura” dando vueltas (cumpliendo funciones...?), por el moderno Centro Cultural Ricardo Rojas, (edificado sobre las ruinas del TUBA) y por algunos recovecos de otros edificios de la Universidad. Por mi parte, alejado hace casi cinco años de Buenos Aires y disfrutando de la buena música, de mi colección de óperas y películas y de un grupo encantador de amigos marplatenses en mi ciudad definitiva, que es Mar del Plata, aprovecho mis ratos de ocio para escribir en este Blog los recuerdos imborrables de aquel TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, que -como “La Barraca”, de García Lorca-, murió tempranamente... pero hizo tanto por arrimar las bondades del teatro al pueblo.

martes, 10 de julio de 2012

LA ALEGORÍA DE LA CAVERNA Y EL TUBA

FOTOGRAFÍA DEL MONTAJE DE "LAS COÉFORAS", DE ESQUILO, EN EL TUBA (TEMPORADA 1982): ASOMBROSA SEMEJANZA CON LA "OSCURA CAVERNA" EN LA QUE PASABAN SUS DÍAS LOS EMPLEADOS DE LA DIRECCIÓN DE CULTURA DE LA UBA POR AQUELLOS AÑOS (HABRÁN CAMBIADO LAS COSAS EN LA ACTUALIDAD...?). La alegoría de la caverna, una suerte de metáfora que Platón incluye al comienzo del séptimo libro de La República, explica de manera rotunda lo que el conocimiento aporta al mundo inteligible y además sensible de los seres humanos. Es que sólo CONOCIENDO podemos llegar a entender, a razonar y luego a sentir amor, odio, desprecio o estima por los seres y las cosas que nos rodean. Ese grupo de hombres que Platón describe en su alegoría, prisioneros en una caverna desde su nacimiento y forzados a mirar sólo hacia el fondo oscuro de la caverna, simboliza el triste, irracional destino de todos los grupos humanos cegados por una única visión de la realidad. Esos grupos humanos encerrados en credos, sectas, ideologías, núcleos de poder, estamentos armados, elitismos, absolutismos en una palabra, admiten sólo como VERDAD la oscuridad sombría, informe, de sus propias cavernas. Toman únicamente por cierta esa oscuridad a la que sus ojos y sus mentes se han acostumbrado, la oscuridad en la que han sido educados y formados. No les intriga saber qué otras cosas ocurren a sus espaldas. Si por descuido, alguno de esos seres se libera y sale a la luz del sol y comprueba que hay otras realidades, al volver a la caverna para intentar liberar a los que siguen ensimismados en la oscuridad, se burlarán de él al principio pero luego lo atacarán y hasta intentarán matarlo. De seguro, habrán de poner fin a su vida no bien tengan oportunidad de hacerlo. Bajo ningún punto de vista aceptarán que hay alguna salida hacia la luz, que los tiente a modificar su existencia en la oscuridad. La Universidad en la que el TUBA fue creado, a medidos de 1974, era un cavernoso reducto oscurecido por la llamada “misión Ottalagano”, un giro de ultraderecha promovido desde el pseudogobierno de Isabel Perón, pero no nos engañemos: ni Ottalagano y sus esbirros ni la dictadura militar autodenominada “proceso de reorganización nacional” generaron el oscurantismo mental de los funcionarios y empleadas de la Dirección de Cultura de la UBA, de la que el TUBA estuvo obligado a depender. Esa gente venía de antes, de mucho antes. Prácticamente puede decirse que su odio al CONOCIMIENTO y sus ataduras a la oscuridad provenián de su formación hogareña o de su formación escolar. Jamás quisieron girar la cabeza y contemplar la luz que el TUBA aportaba a sus tétricas, cavernosas oficinas. Si yo llegaba los lunes, grabador en mano, con el testimonio de los aplausos del público a las funciones de fin de semana, se burlaban descaradamente en mis narices o se ponían a hablar de cualquier otra cosa mientras el bullicio de la grabación seguía. No querían escuchar, NO QUERÍAN VER. Y en el fondo de sus conciencias crecía día tras día el designio de dar muerte al TUBA, para que sus vidas pudieran seguir igual que antes, en su aceptada rutina de oscuridad frente a la pared sin reflejos de luz de su caverna. Finalmente lo lograron: el TUBA murió en junio de 1983, nueve años después de haber nacido. La Universidad casi ni se enteró de su existencia; pocos, escasos funcionarios asistieron alguna vez, de mala gana, a alguna de sus 1.163 representaciones. Si Platón hubiese estado vivo por entonces, hubiera aplicado la misma definción epistemológica de su alegoría, asociando la vida y la tarea luminosa del TUBA (descubrimiento de autores ignorados; su accionar formativo brindado gratuitamente hacia todos los sectores de la sociedad), con los esfuerzos de Sócrates por ayudar a los hombres a llegar a la Verdad y su fracaso al ser condenado a muerte. Curiosa semejanza: Sócrates y el TUBA forzados a compartir, con 2.382 años de diferencia, la misma inmerecida pero estoica y ennoblecedora muerte.

lunes, 2 de julio de 2012

ORESTES CAVIGLIA: SU EJEMPLO ÉTICO EN LA ETAPA FINAL DEL TUBA

Este blog sobre la historia del TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (llamado “el TUBA”), que transcurrió entre fines de 1974 y mediados de 1983, acumula ya un volumen de 235 “entradas” o capítulos (140 en 2010; 58 en 2011 y 37 en lo que va de 2012), cuya aglutinación en forma de texto impreso daría (permítaseme el silogismo) para producir algo similar a un equivalente a la Enciclopedia Británica o, remontándonos a la antigüedad, para una imaginaria resurrección de sus cenizas de la biblioteca de Alejandría. Había tanto para escribir de un teatro universitario que en su país de origen (Argentina) nadie recuerda ya, a próximos treintas años de su desaparición...?. No se asusten los eventuales seguidores de este blog, pero lo cierto es que es mucho más lo omitido que lo que hasta el día de hoy se ha volcado, porque las circunstancias adversas en medio de las cuales le tocó existir (subsistir, mejor dicho), a ese Centro de Drama llamado “el TUBA” determinó que quienes lo sosteníamos esforzadamente nos protegiésemos del presumible urdido olvido que sobrevendría después, dejando testimonio escrito, grabado, fotografiado y hasta filmado de cada momento bueno o malo de nuestra azarosa historia. Cuando el TUBA se cerró, en junio de 1983, tras nueve años de labor pública en continuidad, los diarios titularon sus notas con la palabra DESAPARICIÓN. “Desaparece el Teatro de la Universidad” sentenció Clarín con letras de molde de considerable tamaño, lo cual incomodó bastante a la Universidad, la que a través de su oficina de prensa se apresuró a desmentir la noticia, afirmando en un escueto comunicado que “la renuncia del señor Ariel Quiroga no significaba la desaparición del Teatro de la Universidad” y que “el Teatro iba a continuar con otro director”. La historia demuestra que no fue así y que el TUBA realmente DESAPARECIÓ en junio de 1983. Por mi parte, la apurada (cuan inconsistente) desmentida de la UBA acerca de la “no desaparición” de su Teatro de Repertorio me llevó a enviarle al Rector de entonces una misiva, que merece ser volcada en forma textual en este blog, porque sintetiza de algún modo la maraña de testimonios que se han introducido antes y porque trae a colación en uno de sus párrafos (hermoso homenaje), el ejemplo de rectitud dado por un señero hombre de teatro: Don Orestes Caviglia, (foto adjunta) al deponer su cargo de director de la Comedia Nacional en 1960. He aquí la carta fechada el 21 de junio de 1983 que dirigí a Carlos Segovia Fernández, Rector de la UBA, que fue recibida por su secretaria Beatriz Rufino y (desde luego) nunca contestada: “Señor Rector de la Universidad de Buenos Aires Dr. Carlos Segovia Fernández El comunicado hecho público en estos días, en el que desmiente Ud. en forma terminante la disolución del Teatro de la Universidad de Buenos Aires, me obliga a quebrar la determinación antes tomada, en el sentido de no prolongar con secuelas de ninguna índole, lo irremediable de un renunciamiento a una tarea que enalteció prácticamente una década de mi vida de hombre de teatro. Que el Teatro de la Universidad de Buenos Aires desapareció tras la representación del domingo 5 de junio ppdo. es, en realidad, una interpretación razonada de los hechos por parte de algunos órganos periodísticos y no la transcripción de términos obrantes en el material de prensa suministrado, tanto por mí como por los integrantes del elenco que lo constituían al producirse mi renuncia. Evidentemente, no escapa al criterio periodístico que si un ente de tan gravitante accionar, como lo fue durante nueve años consecutivos este Teatro, no existía en forma legal dentro de la Universidad, menos puede existir hoy, cuando quienes le daban vida con la intensidad de su aliento, ya no están. Sobre este particular, me permito traer a colación un hecho concomitante: la renuncia interpuesta en el año 1960 por Orestes Caviglia al cargo de director de la Comedia Nacional, seguida también por la de la totalidad del elenco que a la sazón la conformaba. La Comedia Nacional se crea por aplicación del artículo 69 de la Ley Nº 11.723, relativa al fomento de las artes y las letras, incorporándose a partir del año 1936 a la vida cultural del país. Cuando, con fecha 15 de julio de 1960, su director artístico, Orestes Caviglia, presenta su renuncia indeclinable, alegando en ella que “hay en la Dirección de Cultura (de la Nación) un estado de inoperancia que conforma un proceder irregular que no puede ser por más tiempo aceptado”, la renuncia de Caviglia y de los comediantes a sus órdenes no constituye bajo ningún punto de vista, ni la desaparición ni la disolución de la Comedia Nacional. El caso del Teatro de la Universidad de Buenos Aires es bien distinto: existe a partir de que, en un día del mes de agosto de 1974, el Director de Cultura de la U.B.A., -por entonces, el bioquímico Carlos Eduardo Salas-, autoriza de palabra al director teatral Ariel Quiroga, por entonces con más de veinte años de rigurosa trayectoria, a llamar a inscripción en el ámbito de la Universidad, para formar un elenco de teatro. De ahí en más, todo se irá consolidando de un modo muy particular. Dependiendo de la Dirección de Cultura de la Universidad, el teatro asume una línea de continuidad y una fisonomía institucional que su regidora no tiene. El accionar de la Dirección de Cultura es disperso, mediante el sistema de actos aislados, no emanados de una programación previa ni de un criterio divulgador coherente. El teatro, por su cuenta, cumple rígidamente con una de las misiones primordiales del recinto académico en el cual funciona: la investigación. Cada título que ingresa al repertorio, es objeto de profunda tarea de investigación, y la resultante de esta tarea –la producción escénica integral que es exhibida al público-, es también, -por cuenta y obra exclusiva del teatro-, preservada de la transitoriedad inherente al hecho escénico, mediante la elaboración de un archivo historiográfico, consistente en grabaciones, fotografías y hasta filmaciones, que constituyen hoy, tras nueve años de intensa productividad, un verdadero acervo de labor creativa, emanado de la voluntad realizativa de cientos de jóvenes universitarios; acervo permanentemente revertido hacia la comunidad, en lo que puede definirse sin titubeos como el mayor aporte cultural hecho por la Universidad del Estado a la comunidad, dentro y fuera de sus claustros. La opinión pública sabe, al margen de lo informado recientemente, de esa autonomía “de hecho” en la que se desenvolvió el Teatro de la Universidad de Buenos Aires. Los medios periodísticos se han acercado muchas veces en todos estos años y han podido comprobar por sí mismos cómo funcionaba el Teatro, sin necesidad de mayores aclaraciones. No debe, pues, extrañar la coincidencia de los titulares periodísticos, que usan el término “desaparición” al comentar los hechos que han llevado al director-fundador del Teatro de la Universidad de Buenos Aires, a un indeclinable alejamiento del sitio para el cual trabajó sin sosiego todos los días de la semana, sin recesos ni licencias reglamentarias, durante nueve años y en el cual, según rezan los programas de mano del teatro, tenía depositadas “todas sus aspiraciones de logro para el futuro”. Mas allá de todo esto, que es harto desgraciado por lo que implica de fracaso, de abandono de lo que pudo ser la tarea de toda una vida y hasta un legado, no puedo menos que hacerle llegar mi congratulación, al leer en ese comunicado de la oficina de prensa del Rectorado, que la Universidad está dispuesta a mantener en pie al teatro universitario. Quizá recién ahora, por obra de nuestro quiebre, el teatro que reaparezca sea plena, institucionalmente, el elenco oficial de la Universidad de Buenos Aires. Pero habrá que partir de cero, como se partió de cero en agosto de 1974, porque el teatro que existió durante nueve años –suena un tanto insolente decirlo-, se fue conmigo y con los jóvenes que se vieron, por obra de las circunstancias, éticamente obligados a seguirme. El gran actor de Francia y del mundo que fue Gerard Philipe dijo una vez, ante una multitud de estudiantes de La Sorbona: “El teatro es mi vida. Cuando yo muera, morirá mi teatro, o sea, mi vida”. El Teatro de la Universidad, aquel que transcurre entre el 30 de noviembre de 1974 y el 5 de junio de 1983, fue nuestra vida, porque se hizo siempre muy dentro de nosotros, en lo más cercano a las vísceras que es como decir: a la esencialidad del ser. Hago votos para que ese renacer de un teatro en la Universidad de Buenos Aires, que anuncia el comunicado de referencia, sea no sólo concretado a la brevedad, como se asegura, sino además definitivo.”

domingo, 1 de julio de 2012

CUANDO LAS UNIVERSIDADES SE NIEGAN A DAR RESPUESTAS

ESCENA FINAL DE "LOS DISFRAZADOS", DE CARLOS MAURICIO PACHECO, EN UNA REPRESENTACIÓN DEL TUBA EN EL TEATRO SAN MARTÍN (AÑO 1975) El cierre del TUBA en junio de 1983 generó una serie de testimonios de adhesión de instituciones relacionadas con el quehacer teatral y el devenir cultural de ese momento, entre los cuales merece traerse a colación el de la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores), que con la firma de su Presidente, Don Roberto Tálice, se dirigió al entonces Rector de la UBA en los siguientes términos: “Distinguido Señor: Con verdadero sentimiento, la Junta Directiva de esta Sociedad General de Autores de la Argentina (ARGENTORES) ha tomado conocimiento de la decisión del elenco del “Teatro de la Universidad de Buenos Aires”, en el sentido de dar por terminadas sus funciones, en razón de la indiferencia e incomprensión de las autoridades universitarias. La actitud sería lamentable enfrentada a los esfuerzos que otras instituciones, privadas y oficiales, vienen haciendo para compensar el déficit provocado por el desaliento de una época en inexplicable decepción. ARGENTORES no puede ser ajena a este menoscabo y es por esa razón que se dirige al señor Rector para invitarlo muy cordialmente a hacer cuanto esté a su alcance, a los fines de regularizar el funcionamiento del elenco en falencia. Será una postura que le reconocerá el país, no muy sobrado de estímulos culturales en estos momentos de crisis. Le agradecemos de antemano el interés que quiera prestar a la solución de este asunto.” El entonces Rector de la Universidad de Buenos Aires hizo oídos sordos a la carta de Argentores y ni siquiera se molestó en contestarla. El TUBA había abarcado en sus nueve años de vida un repertorio universalista, pero el teatro rioplatense había ocupado dentro de él un espacio que otros centros dramáticos oficiales, privados o independientes prácticamente habían dejado desierto. Los “éxitos” (no de taquilla, porque el TUBA no vendía entradas pero sí convocaba a multitudes de espectadores), que habían significado las obras puestas en escena de Martha Lehmann, Enrique Wernicke, Juan Carlos Ghiano, Alberto Wainer, Roberto Cossa, Leopoldo Marechal, Julio Cortázar, Victoria Ocampo, Felisa Kudyumjian, William Shand (autores contemporáneos) y de Armando Discépolo, Nemesio Trejo, Ezequiel Soria, Enrique Buttaro, Florencio Sánchez, Carlos Mauricio Pacheco, Alberto Novión, José González Castillo, Alberto Vacarezza, Roberto Cayol, Samuel Eichelbaum, (de épocas anteriores), habían hecho del TUBA un ámbito referencial para la divulgación de ese “maltratado teatro nacional” del que ARGENTORES era esencial cuidadora. El TUBA había llegado, además, a generar una dramática surgida de su propio seno: “EL DÍA QUE MATARON A BATMAN”, del entonces estudiante de derecho e integrante de su elenco Hugo Daniel Hadis, había estado un año entero en cartel en la temporada de 1982 y varios miles de jóvenes habían vibrado de entusiasmo al asistir a su demoledor mensaje sobre la fatuidad del poder y la farsa de las “idolatrías incondicionales”. Además de las más de sesenta representaciones en la sala de Corrientes 2038, las realizadas de “El día que mataron a Batman” en el Aula Magna de la Facultad de Derecho en Buenos Aires y en el Teatro Auditorium de Mar del Plata habían alcanzado ribetes de verdadera MOVILIZACIÓN, estando todavía la dictadura militar en el gobierno. Casi treinta años después del cierre del TUBA, la actitud del Rectorado de la Universidad de Buenos Aires sigue siendo la misma, frente a la posible continuidad de un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO por la cual (sin posibilidad alguna de formar ya parte de él a mis 72 años), vengo haciendo tantos y tan reiterados reclamos: NO RESPONDER. Cosa rara, porque las universidades deberían estar obligadas a dar respuestas a la sociedad a cualquier interrogante que tenga que ver con su formación cultural, científica o humanística. Es que acaso un TEATRO UNIVERSITARIO DE REPERTORIO, como lo fue el TUBA durante nueve años seguidos, no encuadra en ninguna de esas premisas...?. ¡Qué parecidas son las universidades en democracia a las universidades de las dictaduras...cuando niegan las mismas respuestas...!